«Calamaro adelantó el desastre financiero que casi destruye el país».

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Por estas horas comienza la Fería del Libro y el Conocimiento de Córdoba y desde Otra Canción, como lo hacemos habitualmente, queremos recomendarte algunos libros de esos que nos gustan leer a nosotros. Para descubrir músicas, revisitar canciones o acompañar alguna que otra escucha. Empezamos con Días distintos de Walter Lezcano, quien se estará presentando el 6 de Septiembre a las 21 en el Cabildo Histórico.

Walter es escritor y periodista. Autor de varios libros de poesías, novelas, además de ser un apasionado del rock lo que lo llevo a escribir La Ruta del sol: La trilogía de el Mato un policía motorizado y su más reciente trabajo Días distintos dedicado a Andrés Calamaro.

Otra Canción: Días Distintos toma los discos Alta suciedad, El salmón y Honestidad brutal como una triada fundamental.  ¿Cómo fue la idea de escribir sobre estos discos y por supuesto la importancia de Andrés dentro del rock no solo argentino sino de habla hispana?
Walter Lezcano: La idea surge después de que varias y caóticas sobremesas de asados y birras con amigxs me pongan frente a varias revelaciones. En principio, esa trilogía involuntaria de Calamaro fue el periodo más peligroso, demencial y luminoso en su carrera. Y que lo puso en el Olimpo de los grandes solistas del rock argentino. Después, se trató también de ver de qué forma esos tres discos funcionaron como el soundtrack ideal para musicalizar, desde el maistream, la escalada descendente hacia el infierno que fue el estallido del 2001. Y por otra parte, ver de qué forma se vivió el fin del siglo XX en tres obras que intentaron dar cuenta de toda una tradición musical, histórica y artística. Es desde este lugar que considero que Calamaro conquistó un sitio de privilegio en todos los corazones sensibles de habla hispana. Eso que hizo Calamaro con esas obras es de un nivel de entrega en función de las canciones y de su pueblo que pocas veces se vio en el arte nacional. Y no me refiero solo al rock. El juego es amplio y complejo.

O.C: A lo largo del libro uno puede imaginarse un Andrés Calamaro más cercano al punk a la hora de trabajar. Muchas horas seguidas de grabación y de algún modo medio caótico. ¿Podríamos decir que es el punk de la canción pop por la forma de trabajar?
W.L: Creo que, en cuanto a ese aspecto, Calamaro produjo un sistema determinado y específico de composición (sobre todo en Honestidad brutal y El salmón): que la distancia que exista entre la composición y la grabación final sea mínima. Se trataba de eliminar los intermediarios y los protocolos que destruyen el feeling de una canción. El hablaba de “viajar a la par de la mente del músico”.  Eso está un poco alejado del punk, sobre todo porque Calamaro además de buen músico es un técnico excelente. Es decir, sabe grabar. Eso lo vuelve completo. Lo que sí creo es que priorizó este método por encima de cualquier tipo de cálculo en cuanto el resultado. El procedimiento le ganó a la especulación. Desde ese lugar de desprecio sí se puede hablar de actitud punk, de hacer lo que quiso sin contemplar las consecuencias.

O.C: De alguna forma también hablas del momento social que se vivía entre  los periodos 1997 y 2000, fecha que abarca los 3 discos de Calamaro. ¿Qué significaron esos discos para este periodo?
W.L: En la canción Alta suciedad, Calamaro dice: “Señor banquero devuélvame el dinero, por ahora es lo único que quiero.” Año 1997. Se anticipó unos años al corralito, al cepo y al desastre financiero que casi destruye el país. Con este pequeño ejemplo no quiero relacionar al músico con un oráculo, pero considero que por cosas como éstas se puede decir que esas canciones de esos tres discos estuvieron compuestas en un periodo de gracia que alcanzó niveles sorprendentes en cuanto a calidad, riesgo, repulsión y belleza. Están todos los estados posibles. Y todas esas canciones en nombre de la experiencia de seguir componiendo cuando un país se venía abajo y entregárselas a su pueblo como acto de generosidad. 

O.C: Nadie sale vivo de aquí fue uno de los discos más valorados del 89, año de crisis. Según detallás, fue una etapa difícil para los músicos salvo para Charly, Fito y algun otro que ya tenía renombre. En esa época, Andrés decide irse a España, donde nacen los Rodríguez ¿Qué significado crees que tiene Los Rodríguez en Calamaro y el rock? En lo personal creo que fue un quiebre.
W.L: Quizás lo que suceda en ese periodo signifique más que nada una ampliación del campo de batalla. Porque Los Rodríguez suman sus fuerzas a lo que ya traía consigo el propio Calamaro. Pero hay que reconocer que le aportaron la posibilidad de recorrer una nueva tierra que lo cobijó y todavía lo sigue haciendo a pesar de no haber sido tan exitosa como se piensa a la distancia. Les fue bien pero hasta ahí. Por otra parte es un periodo en el que conoce a Joey Blaney y eso significó mucho para el periodo posterior de su carrera. Entonces fue vital, y también inesperado, para el recorrido de Andrés con la música.

O.C: Hay una parte del libro que resaltas algunos que la poética de Calamaro tiene de algún modo lazos con el cine, la literatura y la vida de barrio. Podríamos decir una parte más bohemia y no solo la del  hombre que puede hacer hits. Personalmente creo que esa etapa es poco reconocida, siempre se lo tiene como un hacedor de hits pero no sé si de un hombre consumidor de otras artes como por ahí Spinetta o Charly que muchas veces se suele decir eran grandes lectores y consumidores de cine.  
W.L: Hubo una época en la que la crítica y cierto sector del público tenían un problema serio entre el hit y la credibilidad rockera, entre la popularidad y la esencia, entre el éxito y la honestidad. Todo eso estaba enemistado y no se admitía la complejidad de ese calibre en un artista argentino, cosa que sí se le regalaba a músicos de afuera en un acto de cipayismo detestable. Igual, no importa porque es un tipo de crítica que ya está muerta porque no se consume ni tiene relevancia en la configuración de espacios de circulación ni legitimidad. En ese aspecto, a Calamaro siempre se le tomó examen como si tuviera que tener que conformar un gusto determinado. Más allá de esto tenía sus aliados en determinados medios que comprendían el tamaño de su apuesta y lo rico de su formación y conocimiento por encima de la escenografía rockera. Es que el tiempo pone las cosas y a los seres humanos en su lugar, siempre.  Y ahí, realmente, no hay piedad.

O.C: También planteas que El salmón, de algún modo, fue  como un disco adelantado para la época y poco comprendido por los críticos. Al mismo tiempo el disco responde un poco al desencanto de lo mainstream. ¿De dónde surge ese descanto?
W.L: Las hipótesis son varias: hartazgo de los compromisos de la industria, necesidad de seguir grabando sin tener que rendirse ante la aprobación de un público en vivo, el deseo de conectarse más con las composiciones que con las maquinarias del sistema de producción de dinero alrededor de los discos, simple y puro capricho. Cualquiera es posible o todas juntas y a la vez. En cualquier caso, el resultado es el mismo: un periodo inolvidable en la vida de un músico increíble.

O.C: Personalmente creo que  después de los 90 hubo un quiebre en el rock,  creo que el público empieza a revindicar «la fiesta», muchas veces apoyadas por los grupos y no tanto en el pensamiento como las generaciones anteriores. Algo de lo que también hablas en tu novela Luces Calientes. ¿Crees que hoy cambio algo?
W.L: De los noventa para acá el cambio necesario se dio luego de la tragedia de Cromañón. Fue un acontecimiento que obligó a repensar varias cosas dentro del circo rockero: la seguridad del público, la responsabilidad del músico en la fiesta que convoca, el rol del estado en cuanto al control de la seguridad física de la población, el desinterés de los políticos frente a un sector olvidado –eternamente- de la sociedad, la miseria increíble de músicos y periodistas que echaron culpas a quienes murieron con una impunidad imperdonable y la certeza de que la vida de nosotrxs lxs pobres (para este país y la clase dirigente y empresarial) no vale nada.

O.C: Sostengo que a veces la música que escuchamos, de alguna manera, dice lo que somos y, por qué no, hasta nos educa en algún punto o por lo menos nos hace ver las cosas de otro modo  ¿Vos crees que el rock te educó?
W.L: Todo lo que yo tengo como valor, ética, moral y voluntad de aventura viene del rock. Esa fue la institución a la cual respeté y me preocupé por considerarla parte trascendente de mi vida. Lo demás, lo que está afuera de la experiencia rockera idealista (que tiene mucho de anarquismo, destrucción de las clases sociales, respeto inclaudicable de la elecciones individuales de género y esperanza en el triunfo de la clase obrera), siempre fue surfear lava. Es decir, un verdadero infierno.  La vida real que te ofrece la sociedad siempre me pareció una mierda.

O.C: Sabemos que estás escribiendo un libro que se va llamar Valentin Alsina, sobre 2 Minutos. ¿En qué momento se encuentra ese libro? ¿Cuál crees que es la importancia de dos minutos en el rock que te decidiste por escribir sobre ellos?
W.L: 2 Minutos fue la respuesta punk a la llegada del neoliberalismo a la Argentina. Valentín Alsina, mi libro es sobre este disco, además plantea algo interesante: construyó la representación barrial como apuesta estética y legó un lenguaje se clases bajar (“una literatura menor”, diría Deleuze) que impuso su identidad sin buscar la legitimidad de una supuesta centralidad. En definitiva es la misma lucha argentina de siempre: alguien que se cree del lado de la civilización y cree que del otro lado está la barbarie. 2 Minutos toma esta lanza, la de la barbarie y se vuelve la voz de una generación, la del noventa, que necesitaba al punk rock como fuerza de contención, punto de fuga de la presión económica y distención para poder escabiar tranquilxs.