El mes que termina fue el mes de la Expreso Imaginario. A 40 años de su número de lanzamiento, la publicación que apareció en los kioscos porteños el 6 de agosto de 1976 volvió a estar en la mirada y los recuerdos de sus viejos lectores y protagonistas. Esta vez, incluso, con festejos auspiciados desde las propias órbitas institucionales que le rindieron homenaje durante dos fines de semana en el Centro Cultural Kirchner. Otra Canción no quiso estar ajena a esas conmemoraciones que se sucedieron a lo largo de todo el mes a modo de reconocimiento para uno de los emblemas de la contracultura en nuestro país. Por eso, desempolvamos los archivos, hablamos con algunos de sus referentes e intentamos (a nuestro modo) de mantener encendida la llama de la libertad que esa forma alternativa de ver el mundo alimentó desde sus páginas iluminando aunque sea un poco una de las épocas más oscuras de la República Argentina.
Entre agosto de 1976 y enero de 1983, el proyecto Expreso Imaginario logró reunir a buena parte del capital contracultural más importante del país. El contexto social y político en el cual la revista se insertó explica en gran medida la leyenda alrededor de una publicación que se planteó como una voz de resistencia sin la necesidad de proclamarlo. Simplemente, elevándola. Durante 78 números, sus páginas presentaron notas que lograron introducir un abanico temático tan extenso que podía andar desde los poetas de la beat generation, la ecología y las culturas originarias de América Latina hasta el teatro kabuki japonés, la meditación, y las filosofías orientales. En el medio, una apertura inédita que rompía la lógica imperante en medio del oscurantismo más grande de la historia argentina moderna.
“Todo era un experimento” señala Pipo Lernoud, uno de los fundamentales de esta historia, en diálogo con Otra Canción. “Cuando empezamos a hablar de ecología, por ejemplo, no sabíamos mucho. Después yo me dediqué a estudiar, pero en ese momento estábamos aprendiendo. Entonces, aparecía un tipo como (Jose Luis) D´Amato que tenía un conocimiento más científico y técnico y aprendíamos de él e íbamos buscando y descubriendo temas. Así era todo. Leíamos un reportaje a Gary Snyder, que para mí fue muy importante, él tiraba un montón de temas que nos abrían la curiosidad de querer saber más. Hablábamos con Gismonti que hablaba de los indios del amazonas, estudiábamos a los indios del amazonas y hacíamos una nota sobre eso. Estábamos permanentemente descubriendo mundos nuevos y esos mundos nuevos aparecían en la revista”.
El mundo del que Expreso Imaginario daba cuenta era el que había germinado con las primeras gestas contraculturales de nuestro país de mediados del siglo pasado. Esas pequeñas grandes historias que se forjaron en las plazas, los parques y los bares porteños de finales de los sesenta y comienzos de los setenta. Las de los cineclubes, de la bohemia de la calle Corrientes, del Instituto Di Tella y de los claustros universitarios más abiertos a las nuevas corrientes estéticas que comenzaban a llegar desde todos los rincones del mundo. Ese mundo, al que sus protagonistas confluyeron mucho antes que la revista apareciera en los kioscos -claro está-, pero que profundizó una idea de comunidad que sobrepasó los límites de quienes escribían y quienes leían con una potencia inédita que probablemente no se haya repetido en la historia editorial de nuestro país. En un artículo titulado “Náufragos a estribor”, Jose Luis D´Amato reconoce esa característica primigenia y distintiva de la revista: “Escribíamos sobre “los pajaritos” mientras la realidad que nos tocaba vivir afuera de la redacción estaba bañada de sangre, dolor y lágrimas. Pero lo nuestro, en verdad, si era inocencia, era una inocencia adquirida. Teníamos conciencia de que nuestros pajaritos eran más bien palomas mensajeras que transportaban un contrabando hormiga: pequeñas y encriptadas piezas para que los que vendrían detrás nuestro pudieran armar, del otro lado de la frontera, sus propias bombas el día que amaneciera de nuevo”.
“No sé qué hubiese sido de nosotros sin Expreso Imaginario” dice Claudio Kleiman. Y ese “nosotros” no sólo abraza a quienes hacían la revista sino a todo ese bloque generacional que se sumergió en sus páginas. “Logramos crearnos una balsa, una especie de burbuja. Un micromundo que nos alejaba del horror. Teníamos muy en claro los peligros del afuera pero logramos crearnos una realidad que era más vivible de lo que realmente se estaba viviendo en la sociedad” señala a Otra Canción. Pipo cree lo mismo: “Fue un refugio para nosotros y para nuestros amigos. Andando juntos, yendo a los mismos lugares o a los mismos recitales, integramos a un montón de gente que si no fuera por eso hubiese estado en peligro. De alguna manera, formamos un grupo que se movía en conjunto todo el tiempo. Con mucho disimulo porque por aquellos años no se podía andar en grupo, pero logramos funcionar como una especie de comunidad, como un refugio en un momento muy duro”.
La revista Expreso Imaginario fue producto de una idea que se generó en la cabeza de Jorge Pistocchi. “Él es el padre de todo el asunto. Todo lo que hicimos fue porque Jorge puso en movimiento la pelota y porque puso un estándar muy alto de creatividad. Jorge no era como lo que hoy conocemos como un periodista profesional pero era un tipo con una creatividad impresionante y todo lo que hizo partía desde allí. Todo lo que hacía estaba lleno de contenido. Fue un maestro para mí y para muchos de nosotros. En todo, Jorge siempre tenía una idea mejor que la de cualquier otro y, de alguna manera, el Expreso fue lo que fue porque él tuvo tantas ideas” recuerda Pipo, quien compartió la dirección editorial de la revista durante la parte más original de su existencia. Pistocchi era una especie de creativo con impulso que había logrado hacerse de unos pesos que le permitieron encabezar algunos proyectos relacionados con la música y el periodismo. Había sido algo así como el manager de Almendra, mantenía un fuerte lazo de amistad con Luis Alberto Spinetta y hacia 1974 era el editor de la revista Mordisco, una publicación especializada en la naciente cultura rock de nuestro país. Esa revista se publicó entre finales de 1974 y principio de 1975. Desde sus páginas se anunció la llegada de la Expreso Imaginario, aunque los vaivenes de la historia iban a retrasar ese nacimiento. Luego de que la última contratapa de Mordisco proclamara la llegada de la nueva publicación, el horizonte urgente señalaba que era necesario buscar financiamiento. Hacia finales de 1975, el dinero apareció de la mano de Alberto Ohanián. Pipo recuerda que cuando ya todo estaba listo se miraron y dijeron, “mejor la saquemos el año que viene“. Pero al momento de salir, el gobierno de Isabel Perón cayó en una nueva emboscada militar. “Medio como que nos asustamos. Decidimos esperar un poco, ver cómo venía la mano y la sacamos en agosto. Esas fueron las razones, pero creo que debe tener que ver con alguna forma mágica», recuerda Lernoud.
Desde sus páginas, la Expreso se sabía caminando entre finos límites ceñidos por la batalla entre la audacia y el instinto de supervivencia. Más allá de movimientos y visitas protagonizadas por personajes que “evidentemente eran de los servicios”, Lernoud dice que el proyecto caminó porque más allá de los cuidados necesarios, los militares no lo entendían. “Creo que lo tomaban como una válvula de escape y preferían que los pibes leyeran eso y no Palabra Obrera o algo así relacionado más directamente con la política”.
En noviembre de 1977, las balas empezaron a picar cerca. En un discurso pronunciado en la Universidad del Salvador, el Almirante Emilio Massera instó a no seguir el ejemplo de los jóvenes “que se inician en el rock y derivan en la guerrilla”. “Los jóvenes se tornan indiferentes a nuestro mundo y empiezan a edificar su universo que se superpone con el de los adultos sin la menor intención (al principio) de agredirlo deliberadamente (…) hacen de sí misma una casta fuerte, se convierten en una sociedad secreta a la vista de todos, celebran sus ritos (la música, la ropa) con total indiferencia y hoy buscan siempre identificaciones horizontales, despreciando toda relación vertical (…) Después, algunos de ellos trocarán su neutralidad, su pacifismo abúlico, por el estremecimiento de la fe terrorista, derivación previsible de una escalada sensorial de nítido itinerario, que comienza con una concepción tan arbitrariamente sacralizadota del amor, que para ellos casi deja de ser una ceremonia privada. Se continúa con el amor promiscuo, se prolonga en las drogas alucinógenas y en la ruptura de los últimos lazos con la realidad objetiva común y desemboca al fin en la muerte, la ajena o la propia, poco importa, ya que la destrucción estará justificada por la redención social que algunos manipuladores (generalmente adultos) les han acercado para que jerarquicen con una ideología, lo que fue una carrera enloquecedora hacia la más exasperada exaltación de los sentidos” fue el pronunciamiento del Jefe de la Armada. Al día siguiente, D´Amato tuvo que archivar una extensa nota sobre la era de acuario. No eran tiempos para el hombre sensorial.
“Pistocchi lo puso en la pared de la redacción para que estuviésemos consiente de lo que estaba pasando” recuerda Pipo. “Ahí nos empezamos a cuidar el doble porque dijimos “bueno, ahora nos toca a nosotros”
La generación del rock
Alguna vez alguien debería atreverse a escribir una historia comparada del periodismo de rock en la Argentina. Animarse a identificar el corpus de diferencias que coexistieron a lo largo de medio siglo de vida autóctona. La Expreso Imaginario tendrá en ese estudio un lugar preponderante. Martín Graziano es co-autor de “Estación imposible”, donde se narra detalladamente el devenir de la publicación. Para él, en esa redacción nació “el decanato del periodismo especializado en rock”. “Alfredo Rosso, Claudio Kleiman, Pipo Lernoud, Fernando Basabru, Roberto Petinatto. Es el embrión de lo que hoy conocemos como la crítica de rock en la Argentina. Había antes, por supuesto, pero no con ese grado de oficio y sofisticación. Lo que uno puede encontrar en Pelo o en publicaciones como las de Pistocchi, Grimberg o el propio Lernoud, son escritos de activistas. De gente que tenía que ver en mayor o en menor medida con el movimiento y que en algún momento decidían hacer una revista. En la Expreso Imaginario hubo tipos que se dedicaron y profundizaron en el estudio de una música popular como el rock, que en ese momento no era tomado en serio, y llevaron ese discurso a otro plano” dice el periodista nacido en Tres Arroyos..
Cuando Pistocchi decidió que iba a lanzar la revista, Mordisco era una de las tantas publicaciones de vida efímera que giraban en torno a la cultura rock que aún no alcanzaba la década de actividad continua. Con matices diferenciales, es necesario señalar la existencia de revistas como Algún Día, La Bella Gente, Estornudo, Cronopios o la Eco Contemporáneo de Grimberg. Todas ellas convivían con aquellas iniciativas subterráneas nacidas de las necesidades expresivas de los primeros rockeros locales que, en muchos casos, no pasaron del número inaugural. El ejemplo que aparece como paradigma de este tipo de experiencias es la única edición de Rolanroc que se repartió en las presentaciones del disco Artaud en el Teatro Astral. Allí, Luis Alberto Spinetta publicó su manifiesto “Rock, música dura, la suicidada por la sociedad” como colofón de una publicación que se proponía una discusión madura con respecto al universo artístico en el que el rock se movía, discutiendo incluso con las lógicas expresadas desde el motor periodístico de lo que se podría entender hoy como el establishment roquero de la época: la revista Pelo. La Expreso se movía por ese andarivel. “Nos propusimos considerar al rock como arte porque fue algo nuevo que hizo el Expreso. Puso al rock como una disciplina artística y no cómo una cosa más en la industria del entretenimiento” advierte Pipo. “Los músicos ya no se vieron reflejados como lo hacía la Revista Pelo, que los referenciaba como estrellas, que destacaba el pelito y la postura al tocar la guitarra. Nosotros analizábamos las letras, hablábamos del contenido de los discos y les exigíamos a todos que tuvieran un nivel artístico. Como nos habían enseñado a nosotros los Beatles o Bob Dylan, que eran tipos que tenían un nivel artístico altísimo. A los músicos, al verse reflejados de esa manera, les cambiaba la imagen de sí mismos. Les cambiaba, incluso, la idea de composición. Yo todo el tiempo me encuentro con músicos que a partir del Expreso se animaron a hacer otro tipo de músicas y a tomarse más en serio su obra. Yo veo al Expreso como un producto del rock porque somos la generación del rock y el Expreso expresa esa generación. No podrían analizarse por separado”.
Durante la primera etapa de la revista, con Pistocchi y Lernoud a la cabeza, lo musical era expresamente trabajado como un elemento que se insertaba en un modo de ver el mundo con mayor amplitud. Son los tiempos de las grandes notas en torno a los avances de la biotecnología, las culturas originarias, la meditación, el cine y el teatro alternativo, la literatura y la preocupación ambiental. Esas temáticas fueron absorbidas paulatinamente por la imposición de lo músical como tema central. Rastrear en el historial puede servir para dar cuenta de los procesos. Sólo 10 de las 38 tapas que tuvieron el visto bueno de Pistocchi, tenían a músicos como protagonistas. De hecho, el propio lector comprendía el funcionamiento editorial por fuera de la lógica que se imponía desde por ejemplo (otra vez) la Pelo. En el lapso mencionado hubo tres portadas con músicos como referencia. Spinetta fue tapa en el número 4, Nito Mestre y los Desconocidos de Siempre en el 5 y Piazzolla en el 6. En la edición siguiente, un mensaje en el Correo de Lectores sentaba posición con un extenso mensaje en el que se preguntaba: “¿Qué es esto? ¿La Radiolandia del Rock?”. Claudio Kleiman era, junto a Alfredo Rosso y Fernando Basabru, una de las plumas encargadas centralmente de la pata musical de la Expreso Imaginario. Para él, el mensaje era totalmente claro en torno a la forma de comprender el universo sobre el cual la publicación se desarrollaba editorialmente. “La revista que te daba una visión integral de lo que significaba la cultura rock. Es decir, te mostraba que el rock no era solamente un tipo de música sino que era una forma de ver el mundo y que implicaba un montón de cosas. La idea de cambio que el rock pregonaba se manifestaba de modo total. No era una postura de crear el gran partido revolucionario sino de empezar a cambiar lo que había alrededor desde nuestra práctica cotidiana. El cambio empezaba por nosotros mismos y nuestra relación con la existencia. Si hilas un poco fino te vas a dar cuenta cómo todo estaba unido. Por algo Ravi Shankar tocaba en Woodstock y era ovacionado”.
Con el paso del tiempo, el perfil de la revista se fue profesionalizando y achicando su abanico de ejes temáticos. Pipo Lernoud se hizo cargo de la dirección editorial hasta marzo de 1981, cuando el lugar fue ocupado por Roberto Pettinato. En la transformación de la Expreso a un producto centrado exclusivamente en temas musicales, hubo un lapso en el que las preocupaciones originales intentaron mantenerse en pie, a través de referencias directas o con preocupaciones manifestadas al interior de otros contenidos. Vale aclarar que desde el número 45 (Abril de 1980) todas las tapas fueron fotografías de músicos de rock. Una excepción que merecería un párrafo aparte es la portada del número 53 de diciembre del 80: la inolvidable entrevista a Atahualpa Yupanqui que él mismo “Don Ata” referenció como la mejor de su vida.
Victor Pintos ingresó a la redacción por esos años de cambios internos. “Cuando entré, la Expreso ya no era lo que yo tanto había admirado, la de Pistocchi y Pipo Lernoud” dice. “Pettinato tenía otra onda, quería ser músico, tener fama, y que lo aplaudieran. Después, con Sumo y con la tele, conseguiría todo eso. Y dinero también. Dejó a mi cargo todo lo referente a la música nacional porque a él no le interesaba, y creo que lo utilicé bien. Entrevisté a Los Jaivas y a Seru Giran, croniqué el arranque de Virus, escribí sobre el chamamé y pude poner en la tapa de una revista, por primera vez, a Tanguito” recuerda el periodista hoy radicado en Córdoba. “La redacción ya no era lo que había sido, con esos encuentros y discusiones sobre la música y el arte y la vida que tan bien y con tanto entusiasmo me contó después Pipo Lernoud. Pettinato se lo pasaba practicando escalas con el saxo en su oficina, y yo era el serio del asunto, tipiando toda la tarde, hablando por teléfono, atendiendo gente. Discutí mucho con él en esa época. “Pettinasco” le decía, y él no se molestaba. Se reía. Recuerdo qué quilombo armé porque yo había entrevistado a Mercedes Sosa, en el mismo momento de su retorno del exilio, cuando estaba haciendo su histórico ciclo de conciertos en el Opera, y él decidió poner a Mick Jagger en la tapa con una nota no propia traducida del inglés”. Esa fue otra de las características de la última etapa de la Expreso Imaginario, la aparición de notas centrales que se ocupaban de fenómenos que se producían en el corazón del seno de la industria mundial del entretenimiento.
Consideraciones finales
“Fue importante que esa revista haya salido a comienzos de la dictadura cuando, además, no había nada” dice Pipo a modo de balance. “Después, a comienzos de los ochenta, empezaron a salir Humor, El Porteño y otras publicaciones pero cuando salió El Expreso no había nada. Éramos los únicos. Cuando en el 82 empezó a asentarse la idea de la democracia y se empezó a hablar de política, el Expreso es como que quedó medio ingenuo, fuera de lugar. Había terminado su ciclo”.
Para Martín Graziano, más allá de analizar la llegada masiva que pudo haber tenido la revista, su importancia reside en la “profundidad histórica” de la que fue portadora. “En medio de la etapa más difícil de la dictadura, Expreso Imaginario te abría un montón de puertas que no sólo te decía que tu vida podía ser mejor. Y no sólo comparada con lo que ten proponía el proceso, sino mejor que lo que te proponían tus viejos. En un contexto así, una mano de esas, no se olvida” dice.
Kleiman entiende que esa propuesta integral a través de la cual la revista se desarrollaba no debe analizarse por fuera de la propuesta contracultural en la que esas ideas se insertaban. “Por eso, durante años ha sido una experiencia muy ninguneada por la cultura oficial porque precisamente somos tipos que venimos de la contracultura. Parece que eso cambió este último tiempo”.
“Yo fui primero lector, después cumplí mi sueño de escribir en la revista. En Olavarría, en el arranque de la Dictadura, se vendían dos ejemplares del Expreso. Uno lo compraba yo” recuerda Víctor Pintos. “Por el Expreso supe todo de Joni Mitchell sin haber escuchado nunca una canción suya, hasta que un día un amigo me prestó un disco, y cuando la escuché supe que sabía mucho de ella. Fue increíble. Recuerdo una mañana cuando fui a la “Distribuidora El Inca” y me dieron el Expreso que tenía a Atahualpa Yupanqui en la tapa. Me fui por la calle Lamadrid con la revista en la mano y llorando de la emoción: mi Expreso me decía que yo no era el único que escuchaba a Yupanqui y a Bob Dylan y a Charly García. El Expreso hoy es un mito y está bien, lo merece. Qué tren, qué marcha. “This train is bound for glory”, cantaba Woody Guthrie, y eso era el Expreso. Siento mucho orgullo de haber viajado en uno de sus vagones”.
Alguna otra vez, alguien debería emprender la tarea de intentar aglutinar la cantidad de historias personales que giran en torno a las revistas que se convierten en estructurantes de las existencias individuales y colectivas. Es probable que la tarea sea imposible. Pero también es posible que, en esa empresa, la revista Expreso Imaginario concentre la mayor cantidad de vivencias memorables.
Entre la efervescencia de las comunicaciones y la explosión de las tecnologías, los hombres y las mujeres suelen no mirar mucho más allá que su propio micromundo. Al parecer, los desafíos que plantea las libertades aparentes encorsetan más que los que supieron estructurar los límites rígidos de las herencias conservadoras y el terror impuesto. Cómo pudo una experiencia como la de quienes hicieron la Expreso Imaginario haberse convertido en icono de un momento en que los iconos eran perseguidos, silenciados, incluso asesinados. Cómo pudo un grupo de hombres y mujeres reunidos en una redacción interpelar a miles de jóvenes a los que les estaba prohibido asomar la nariz a la calle. Cómo pudo el diálogo abrirse paso y reinventarse entre la suma de silencios. Cómo era antes. Cómo es. Ahora. La partida del viaje de el Expreso Imaginario acaba de cumplir 40 años. Desde un primer momento buscó alcanzar aquellos espacios «no anquilosados de la mente que todavía conserven a través de la música, la poesía y el amor la frescura suficiente para contener sentimientos de vida«. Por momentos, pudo sumergirse en ellas y con el paso del tiempo, aquellas búsquedas pasadas se erigieron faros presentes. «Yo creo que hoy se podría sacar un Expreso hoy» dice Pipo Lernoud sobre el final de la conversación que mantiene con Otra Canción. «Con la libertad que hay ahora, con la cantidad de información que hay hoy, yo creo que se podría hacer algo muy bueno con todos esos contenidos y otros de los que se le ocurra a quien la haga. Para mí, tienen que aparecer tipos de veintipico que se decidan a romperle el culo al Expreso y hacer algo mejor. Debería haberlo, pero lamentablemente no lo hay«.