Valle Chakal Ki: Rap ceremonial desde Salta, entre la herida y la palabra

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Valle Chakal Ki, el último disco de Alkoy, no se escucha: se atraviesa. Desde las primeras líneas, el álbum se despliega como un artefacto poético que fusiona rap, ritual y territorio. No se trata de un producto para el consumo fácil, sino de una obra profunda que nace en los márgenes y se mueve con la furia lúcida de quien no sólo rima, sino reflexiona. Alkoy escribe desde Salta, pero su voz resuena en el cuerpo de quienes habitan la contradicción, el desencanto, la espiritualidad rota y la política del detalle.

La palabra como refugio

Las letras funcionan como pequeñas plegarias sucias: cánticos crudos, versos que sangran y se curan sobre el beat. Hay imágenes demoledoras como “Crear es la única forma de morir con sentido” o “La vida es tu peor día en bucle, acostúmbrate”, que se hunden en la experiencia humana más íntima sin perder el hilo de lo colectivo. Alkoy convierte la lírica en un vehículo que busca comprensión.

La intertextualidad es uno de los motores poéticos del disco. Kafka, el Tibete, la zamba, los animales en billetes, el ceibo y el puma conviven en un collage verbal que mezcla filosofía, cotidianidad, ironía y dolor. Hay referencias a la tierra como madre y víctima, al arte como refugio, a la espiritualidad como resistencia. El rap se convierte en herramienta de síntesis, en lenguaje de los que sueñan, en refugio para lo que no se puede decir de otro modo.

El disco está profundamente atravesado por el territorio, su Salta Querida. No como postal turística, sino como escenario de lucha, cuna espiritual y espacio de pertenencia. Salta aparece en cada verso, en cada sample, en cada imagen. Y en ese sentido, Valle Chakal Ki dialoga con la obra de dos grandes referentes del folklore salteño: Gustavo “Cuchi” Leguizamón y Daniel Toro.

El Cuchi, con su mirada crítica y su búsqueda de una estética popular sin solemnidad, fue pionero en pensar el folklore como lenguaje vivo, como espacio de libertad. Su obra —que incluye zambas como Zamba del Pañuelo — marcada por una poética que no se rinde ante lo decorativo. En Valle Chakal Ki, esa misma actitud aparece en frases como “Lo valioso no es lo caro” o “La fe no baja, el templo se levanta”. Hay una continuidad espiritual entre el Cuchi y Alkoy: ambos escriben desde la tierra, desde la contradicción, desde la ternura que incomoda.

Daniel Toro, por su parte, representa la voz popular que canta desde el dolor y la esperanza. Su Zamba para olvidar o Mi principito son himnos que nacen del alma y se cantan con el cuerpo. En Alkoy hay algo de esa sensibilidad: una lírica que no teme mostrarse vulnerable, que habla de salud mental, de hambre, de espiritualidad rota, de barrio, de infancia. “Solo había luz en sus ojazos, ningún lujo caro” dice uno de los versos, y ahí está Toro, cantando desde el corazón.

Uno de los gestos más potentes del disco es su uso de samples de compositores salteños. Pero no se trata de una cita decorativa ni de un guiño nostálgico: es una decisión estética y política. Lo que se escucha en el disco es una simbiosis entre el rap y el folklore, donde cada fragmento sonoro funciona como hueso del paisaje, como fósil de una historia que sigue latiendo.

Astral 369 y Bukario ensamblan los cortes con precisión quirúrgica: guitarras que crujen como madera vieja, silencios que pesan como quebradas al atardecer. El sampleo no evoca el norte argentino: lo habita usando grabaciones del Cuchi Daniel. Y en ese gesto, el disco se vuelve continuidad de un pulso ancestral.

La producción del disco refuerza ese cruce entre lo ancestral y lo contemporáneo. Beats que no buscan el hit. Texturas que evocan la tierra, el adobe, la zamba, el humo.

Valle Chakal Ki es una obra que se planta desde el margen, que no busca el podio. Alkoy no rapea para entretener: rapea para sobrevivir, para pensar, para sanar. En ese gesto, el disco se convierte en un corpus lírico que resiste las definiciones..