Robe Iniesta, nacido en Plasencia en 1962, fue mucho más que el líder de Extremoduro: fue un poeta urbano que convirtió la crudeza en belleza y dio al rock español una voz irrepetible. Su historia comienza en 1987, cuando fundó la banda y grabó su primera maqueta vendiendo papeletas en la calle. Ese gesto inicial ya mostraba su espíritu independiente y rebelde, que nunca abandonó. Lo que empezó como un proyecto marginal se transformó en una revolución cultural que marcó generaciones.
Su música se definió como rock transgresivo, pero pronto trascendió etiquetas. Robe mezcló punk, flamenco, blues y folk, pero lo que realmente lo distinguió fueron sus letras: metáforas cargadas de dolor, ternura y rebeldía, capaces de unir lo visceral con lo poético. Canciones como “Jesucristo García” (1989) se convirtieron en himnos de la marginalidad, con un tono sarcástico que hablaba de drogas, cárcel y desencanto. “So payaso” (1996), incluida en Agila, es quizá su tema más coreado, un grito de contradicción entre la vulnerabilidad y la fuerza, entre la risa y el llanto. “Deltoya” (1991) mostró su faceta más erótica y libre, mientras que “Pedrá” (1993), un tema de casi 30 minutos, rompió todos los moldes de la industria y demostró que el rock podía ser también un viaje poético y experimental.
En 2008, con “La ley innata”, Robe alcanzó su obra maestra: un álbum conceptual que reflexiona sobre el amor, la pérdida y la búsqueda de sentido, y que consolidó su lugar como uno de los grandes escritores de canciones en lengua española. Ya en su etapa solista, canciones como “El poder del arte” (2023) mostraron su reflexión sobre la creación artística y su capacidad de transformar la realidad, incluso en un mundo atravesado por la inteligencia artificial y la inmediatez.
Su importancia no se mide solo en discos vendidos o conciertos multitudinarios, sino en haber dado voz a quienes no la tenían. Robe cantó a la marginalidad, al dolor, a la rebeldía, pero también a la ternura y la esperanza. Fue capaz de unir poesía y rock en un mismo latido, y por eso se convirtió en un referente cultural. Andrés Calamaro lo definió como “el faro poético del rock en este idioma”, y no exageraba: Robe abrió un camino donde la música se convirtió en literatura cantada.
A lo largo de su carrera recibió reconocimientos como la Medalla de Extremadura (2014) y la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (2024). Tras la disolución de Extremoduro en 2019, continuó con su proyecto en solitario, publicando cuatro discos que confirmaron su vigencia creativa. Su muerte en diciembre de 2025, a los 63 años, dejó un vacío enorme. Plasencia decretó tres días de luto oficial y se prepara un homenaje multitudinario, porque su obra es patrimonio cultural y emocional.
Homenajear a Robe Iniesta es necesario porque: Fue un faro poético que transformó el lenguaje del rock. Además Marcó generaciones, desde los jóvenes de los 90 hasta nuevas audiencias que lo descubrieron en solitario. Fue uno de los defensores de la autenticidad frente a la industria, manteniendo siempre su voz y una postura personal frene a la industria.
Robe no fue solo un músico: fue un filósofo urbano, un humanista del exceso, un creador que enseñó que el camino recto también puede recorrerse “por el más torcido”. Sus canciones siguen siendo himnos que nos recuerdan que el rock puede ser poesía y que la poesía puede ser un grito colectivo. Por eso, su memoria merece ser celebrada y su obra, escuchada una y otra vez.