Renzo Teflón: Una risa que duele y el legado oculto de Je-Je

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En 1988, cuando Uruguay aún se sacudía el polvo de la dictadura y la democracia comenzaba a respirar con cierta normalidad, apareció un disco que no parecía encajar en ningún molde. Je-Je, de Renzo Teflón, fue editado por el sello Orfeo y desde entonces se convirtió en una especie de mito: un álbum inclasificable, adelantado a su tiempo, ignorado por muchos, venerado por pocos, y redescubierto por generaciones posteriores como quien encuentra una carta olvidada en un cajón.

En la historia del rock uruguayo hay nombres que se repiten como himnos fuera del país: Los Estómagos, El Cuarteto de Nos, Mateo, Los Fattoruso, Rada, La Tabaré. Pero también hay otros, menos conocidos, que dejaron una huella profunda dentro de Uruguay. Uno de ellos es Renzo Teflón, un artista que eligió el margen como lugar de creación y que, desde allí, construyó una obra tan extraña como luminosa.

Un artista fuera de época

Renzo Teflón nació como Renzo Guridi Piñeyro en 1962. Desde joven se sintió atraído por la música, el humor y la poesía. Fue alumno de Leo Maslíah, y ese vínculo marcó su estilo: inteligente, irónico, provocador. En los años 80, en plena transición democrática, Renzo fue uno de los fundadores de Los Tontos, una banda que mezclaba pop sintético, crítica social y humor absurdo.

Con canciones como Ana la del quinto y El gerontocida, Los Tontos se convirtieron en un fenómeno inesperado. Su primer disco alcanzó el Disco de Oro y luego Platino, algo inédito para el rock uruguayo de la época. Sin embargo, el éxito fue breve: tras un show conflictivo en Montevideo Rock II, la banda se disolvió. Renzo, fiel a su estilo, siguió su camino por fuera de los focos, cultivando una obra personal, provocadora y profundamente auténtica.

Renzo Teflón no era parte de la movida rockera tradicional. Mientras bandas como Los Estómagos, El Cuarteto de Nos o La Tabaré comenzaban a consolidarse en la escena post-dictadura, Renzo apostaba por una estética más cercana al synth-pop, al new wave, al art rock. Su música tenía algo de David Bowie, algo de Brian Eno, algo de Montevideo gris y algo del futuro que nunca llegó.

Uno de sus discos más emblemáticos es Je-Je, una joya olvidada por algunos, pero cada vez más valorada por quienes se animan a escuchar sin prejuicios. Es una obra que no busca agradar: no tiene estribillos pegadizos ni riffs memorables. Tiene atmósferas, letras que incomodan, voces que parecen venir de otro plano. Es un disco que se ríe, pero no sabemos si de nosotros, de sí mismo o del mundo.

Letras como espejos rotos

Las letras de Renzo son su mayor tesoro. En Dos Extraños, el desencuentro se vuelve paisaje emocional. En No Me Acuerdo, juega con la fragilidad de la memoria, como si el olvido fuera una forma de resistencia. “No me acuerdo de vos / ni de mí / ni de nadie”, canta, como quien se borra para sobrevivir.

Fuimos Campeones en el ’30 transforma el mito nacional en una postal absurda, casi surrealista. “Y ahora qué, si ya no hay partido”, lanza, con una ironía que desarma cualquier épica. Y Je-Je, el tema que da nombre al disco, es una carcajada incómoda, una risa que no sabemos si es de alegría o de desesperación.

Hay algo profundamente teatral en su forma de escribir. Cada canción parece una escena, un monólogo, una confesión. Sus letras son poéticas, pero también punzantes. Hablan de lo cotidiano, pero lo deforman. Hay una sensibilidad queer, una mirada outsider, una crítica sutil a la normalidad.

Musicalmente, Je-Je es un collage de teclados, cajas de ritmo, efectos y silencios. No hay solos de guitarra ni coros épicos. Hay loops, texturas, capas. Es un disco que se siente más cerca de un diario íntimo que de una declaración pública. La producción es minimalista pero efectiva: cada sonido parece elegido con precisión quirúrgica.

En tiempos donde el rock uruguayo buscaba reconstruirse con guitarras y épica, Renzo apostaba por lo sintético, lo introspectivo y lo ambiguo. Y en esa apuesta, creó una obra que sigue sonando extraña, vigente, necesaria.

En un contexto donde lo íntimo, lo experimental y lo híbrido vuelven a ganar espacio, Je-Je resuena como una obra adelantada. Artistas contemporáneos como Ino Guridi, Tallo o Lucía Romero parecen dialogar, consciente o inconscientemente, con esa sensibilidad que Renzo supo sembrar. Su influencia no es directa, pero se percibe en la libertad estética, en la búsqueda de nuevas formas de decir, en la risa que también es dolor.

Je-Je no es un disco para entender. Es un disco para sentir, para incomodarse, para reírse sin saber por qué. Y en ese gesto, Renzo Teflón nos dejó una obra que sigue viva, esperando ser descubierta por quienes se animen a mirar más allá del molde.