Se cumplen 40 años «La banda de caballos cansados», el segundo disco de León Gieco.
Si a la lo largo de los primeros setenta hubo una corriente del rock argentino que se fue acercando con prepotencia y convicción a lo que por aquellos momentos se identificaba con la canción testimonial, una de las referencias obligadas debe buscarse en la figura y el genio de León Gieco. Esto, que a la luz de la historia parece una obviedad, en aquel momento fue ruptura. Las raíces santafesinas de pago chico que León traía consigo, los giros lunfardos que esa condición acarreaba y la formación musical de pampa abierta que ya todos conocían gracias a su primer trabajo, se profundizaron en «La banda de caballos cansados», el segundo disco de Gieco, editado en el año 1974.
Lo que se profundiza en este disco (con respecto a su único antecedente) es la visión lírica con la que Gieco amplifica y fortalece las tendencias que asomaron en su debut de 1973. Los pueblos, la vida tierra adentro y el hombre eran las abstracciones que se abarcaban desde una perspectiva terrenal que marcaba injusticias y proponía (como la mayoría de las expresiones socio-culturales de aquellos años) algunas recetas que servían más para expresar aspiraciones que para reproducir algún tipo de dogma alternativo. Cuando habla de su música y su forma de enfrentar esas temáticas, León supo decir que «fue la música la que despertó mi interés por el destino de los pueblos y los por qué de las injusticias. De ahí en adelante traté de reflejar, con el máximo de honestidad, mis propias preguntas, mis propias salidas y hasta mis propias angustias«. Y allí está la explicación para aquel movimiento lírico que se expresa en plenitud en «Banda de caballos cansados».
Un repaso veloz por las canciones de aquel disco podría ayudar a echar luz sobre lo que estamos intentando decir. Pero sólo es necesario nombrar algunos puntos centrales del disco para comprender el concepto. «Cuida bien tu cabeza/ que hay quienes pagan por ella / cuida Dios a los hombres / que no están por defendernos» canta en «Dime que estás llorando», señalando una figura que se personifica en algunas canciones posteriores. Uno de los personajes centrales del disco es «John, el cowboy», esa especie de justiciero en formato bandido rural que ocupa (por situaciones posteriores de una canción que cobró vida propia) un lugar un tanto particular en la historia del repertorio de Gieco. «Un día en un caballo muy viejo enterró al sheriff de ese lugar/ sobre su tumba piso un dolar y una placa diciendo ladrón/ en pocos días mato a los ayudantes y ahorco al señor juez/ tiro tres tiros al aire y dijo que el pueblo estaba en libertad«.
Las canciones avanzan y Gieco ya no sólo hace a sus personajes protagonistas de cruzadas con tintes de heroísmo sino que los hace decir cosas. Las dice él, por ejemplo, en boca de Baltasar quien proclama en «Un día Blatasar» que «Las tierras deben ser del que las siembra/ porque yo estoy dando todo y hay quien se lo lleva/ esto es para usted señor patron y como va a conocer su campo/ si esta sentado en un sillón con su esposa mirando television«. Un Dylan de nuestras pampas. Nacido y criado con la llanura como único horizonte y quien las escuchas y la inquietud lo llevaron a preguntarse por los destinos de la vida y sus circunstancias.
«La banda de caballos cansados» eran Rubén Batán, Vicente Busso y Rodolfo Gorosito. Con esa formación, el repertorio de ese segundo disco de Gieco adquirió una ductilidad para moverse desde la canción acústica, limpia y despojada de grandes instrumentaciones (aquellas que se convirtieron en emblema del repertorio leonino con guitarra y armónica) hacia las sólidas estructuras de rock, más centrado en la variable country que Gieco tomaba principalmente de la escuela dylanesca («John el cowboy» y «Algo fuerte amigo» expresan este tipo de variantes).
Cuando salió a defender su disco, Gieco se fue embarcando en proyectos alternativos. Uno de ellos terminó en PorSuiGieco, el primer supergrupo de la historia del rock argentino. Todo lo que siguió fue alimentando ese perfil que fue tomando forma definitiva en la triada de sus primeros álbumes que se completaría con el disco «El fantasma de Canterville» de 1976. Esa triada que presentaron a ese Gieco que nació trovador y que sigue llevando, hasta nuestros días, el galope de aquellos caballos que nunca descansan.