En una escena saturada de fórmulas y repeticiones, ver a D.I.E.T.R.I.C.H. en vivo es entrar en un espacio donde el sonido se vuelve cuerpo, trance y misterio. No hay promesas de hits ni escenografías espectaculares: hay atmósfera, intensidad y una búsqueda que se sostiene desde el margen. La banda, que volvió a tocar tras años de silencio, no responde a la lógica del algoritmo ni a la urgencia de la novedad. Su regreso es un gesto poético y político: volver a tocar para sostener una energía que no se puede simular.
Este agosto, con fechas en Rosario (el 8) y en Córdoba (el 9), el ritual se activa de nuevo. Y hay que estar ahí. Porque cada presentación es distinta, cada noche se construye desde el cuerpo, el sonido y el azar.
En Córdoba, la noche será compartida con Tomates Asesinos, otra banda que escapa a los rótulos y apuesta por el trance instrumental como forma de resistencia. La juntada no es casual: hay afinidad estética, amistad y una misma energía que no se negocia.
Providencia: un disco que no envejece porque nunca fue moda
Editado en 2014, Providencia es un disco que se escucha como una expedición sonora, con canciones largas, bucólicas, intensas, que parecen pensadas para paisajes lejanos y pueblos donde la naturaleza manda.
El viaje empieza con “Mondeo”, una construcción emocional en crescendo que abre la puerta al universo Dietrich: percusión expansiva, atmósfera envolvente, y una sensación de que algo está por suceder. Le sigue “Paso de los Libres”, más introspectiva, con teclados y voces distorsionadas que funcionan como interludio antes del sacudón de “Panamericana”: cambios de tiempo, irrupciones instrumentales, y una energía que se desborda.
“Seoul 1988” evoca una épica vintage, como si estuviéramos en la apertura de unos Juegos Olímpicos en Asia. Luego llega “Campeón Metropolitano”, donde el bajo alcanza su punto más alto: punteos intensos, percusión que altera la estructura, y una sensación de urgencia contenida.
“Zentraedi” y “Tiempo de Perdonar al Tiempo” son dos momentos de furia sintetizada y épica emocional. Esta última, favorita de muchos, llegó a romper el bombo en vivo en pleno Salón Pueyrredón. Pasión literal.
El tramo final del disco es casi cinematográfico: “El Triunfo del Hombre Común” y “El Último Martín Fierro / La Suma de Todos los Miedos” cierran el viaje con guitarras que se acoplan lentamente, construyendo una identidad sonora que es a la vez urbana, rural, melancólica y expansiva.
En un contexto donde el lenguaje musical se vuelve cada vez más uniforme, D.I.E.T.R.I.C.H. propone una experiencia que se aparta de lo preestablecido. No hay poses, no hay promesas. Hay cuerpo, sonido, trance. Y eso, hoy, es raro. Es valioso. Es urgente.
Ir a verlos es salir del algoritmo y entrar en el rito. Es dejarse llevar por una música que no busca gustar, sino resonar. Que no se acomoda, sino que incomoda con belleza. Que no se repite, sino que se transforma.