El 25 de Junio de 1978, Argentina ganaba su primera copa mundial de fútbol. En Otra Canción, recortamos la memoria y ponemos el ojo en el uso político que la dictadura que gobernaba al país le dió a aquel evento trascendental.
La selección conducida por César Luis Menotti ha sido, probablemente, una de las que más ha deslumbrado por su despliegue futbolístico. Basta para comprobarlo con volver en el tiempo (en realidad, ir con él hacia atrás) y rastrear archivos para mirar un par de partidos completos del Mundial en el que los goles se mezclaban con el terrorismo estatal y que, por eso, deben dar respuestas permanentes con el paso de los años.
No es novedoso ni original afirmar que la dictadura utilizó el acontecimiento deportivo para afianzar su poder y aceptación en el país, para estirar el tiempo de su accionar impune. También sería interesante que alguien pudiera detenerse a observar la forma en que la táctica hizo que los militares argentinos en el poder mordieran su propia cola al exponer al mundo una situación que, pese al miedo, comenzaba a expresarse en casi todos los rincones del territorio nacional. No es la idea de este informe.
La Argentina de 1978 era un país complejo, en el que algunas de las grietas que la dictadura había generado un par de años antes y que se abrían cada vez más, iban empezando a dejarse ver. El año había iniciado con la decisión militar de decretar la nulidad del laudo arbitral con Chile por el Canal de Beagle, lo que rápidamente se transformó en una hipótesis de conflicto terrestre que, según dicen quienes saben, estuvo a un paso de estallar en una guerra. Eso también dejó al descubierto algunas importantes internas dentro de la cúpula militar. Pero algunas se expresaban hacia afuera y eran sufridas por todos los argentinos, por ejemplo, el rumbo económico del «Proceso». El costo de vida se había disparado y la inflación tendía a ser controlada a partir de endeudamientos externos que acrecentaban el rojo en las finanzas del Estado. Algo iba a explotar apenas unos mese después. Pese a todo eso, la Argentina fue sede del Mundial de Fútbol.
El Estado militar convirtió ese hecho en el eje central de todo lo que podía suceder en materia de políticas públicas. En materia de propaganda, bah!. A los 700 millones de dólares que costó el Mundial se le deben sumar cada una de las cosas que el gobierno de facto hizo en materia comunicacional para señalar al universo que en la Argentina todo estaba sucediendo con «normalidad». La sola decisión de refundar el Canal 7 bajo el nombre Argentina Televisora Color (ATC) e imponer la TV Color en el país (con los costos extra que ello implicaba) sirve para dar cuenta de lo importante que era la «imagen» nacional a defender.
Los cantos, las marchas y las manifestaciones (armadas y espontáneas) estaban a la orden del día y la euforia, el fanatismo y el elixir de la victoria deportiva pudieron más que los intentos por desemascar al régimen haciendo uso de la herramienta de exposición que ellos mismo habían ideado para defenderse.
En un país en el que prácticamente nada se podía cantar, sin músicos, con bandas de sonido puestas y financiadas a dedo por censores y productores cómplices, el Mundial tuvo su música. La marcha oficial fue creada por Ennio Morricone con letra de Martín Darré. Darré, que era un viejo arreglador de tangos que había sabido formar parte de la Orquesta de Francisco Lomuto, también fue el autor del famoso jingle según el cual al mundial lo jugaban «25 millones de argentinos». Pero como todo estaba planificado, también hubo cantos impuestos a las tribunas y para eso Cesar Bissio fue el encargado de componer el «Vamos, vamos Argentina» con el hoy cómico detalle de la «banda bullanguera» que «no te deja de alentar».
De esas cosas habla este informe que compartimos en Otra Canción, 35 años después. No de goles. No de fútbol. No de juego. No de pasión. Sino de un uso espurio y cruel de uno de los sentimientos más grandes que movilizan a todo un país a lo largo de su historia.