El Festival de Cosquín demuestra cada noche que lo realmente importante esta lejos de la plaza Próspero Molina.
Es de mañana, y las calles de Cosquín parecen estar vacías. Cada día, durante el Festival con el amanecer los lugareños aprovechan para comenzar su día, mientras que las visitas aprovechan para irse a acostar. Es que cuando se apaga el fuego de las peñas, ferias y el propio festival, Cosquín vuelve a una mansa tranquilidad, que dura poco, ya que a partir de las 5 de la tarde en cada camping o en el río, comienzan los guitarreros a calentar la garganta. La ciudad tiene esa magia -algunos hablan de de duendes-, que permite ver como por 9 días las calles se visten de fiesta. Y ahí, en el río o en algún bar, restaurant o quiosco, uno puede cruzarse con Peteco Carabajal, Raly Barrionuevo, algún mansero santiagueño, Juan Iñaki o los Inti Huayra, por ejemplo. Otros solo vienen, tocan y se van. Pero los que se quedan, son los duendes que le impregnan la magia a esta ciudad, cuyo aire y clima, además, acompañan.
La ciudad es mágica, ya lo hemos dicho, pero el festival propiamente dicho dista mucho de poder ser adjetivado de esa manera. Artistas postergados, cambios de horario, esperas interminables, mal sonido y desinformación acerca de los visitantes ilustres que llegan a la ciudad están a la hora del día. Incluso alguna que otra piña detrás de escenario por estas cuestiones se han podido observar. Una lastima.
No vale la pena, profundizar sobre lo acontecido en la 5ta noche con Juan Falu y Liliana Herrero quienes recibieron un tremendo maltrato por parte del festival, en el medio del homenaje al gran Eduardo Falú. Condiciones de sonido deplorables -es increíble que en un festival de folklóre una guitarra criolla suene mal, ¿como hacían con la guitarra de Yupanqui en los 60?-, horarios pésimos, hicieron que dos maestros, como Liliana y Juan, quedaran tecleando en el escenario. Después lo que todo el mundo sabe, giro e escenario y ni despedirse pudieron. Por suerte el publico con chiflidos -y alguna que otra puteada-, dio su veredicto sobre lo sucedido. Pero esto no es una novedad, no pasó solamente con Falu y Herrero. La banda coscoína Drako, Inti Huayra, Juan Iñaki, entre otros fueron corridos de la programación. La postura de Drako fue un mensaje que ojala fuera replicado por muchos artistas, ante el cambio de horario -que los marginaba totalmente del festival-, decidieron no tocar. No se dejaron ser utilizados como un objeto y mantuvieron su dignidad intacta. Quizás Falú y Herrero debieran no venir más a un festival que los maltrata tan seguido, y quizás muchos otros los seguirían.
La perla blanca de estos días, o quizás la perla gris, fue la tremenda actuación de Raly Barrionuevo. Raly Barrionuevo dio un show sin concesiones -aunque corto- que abrió con De mi Madre del Chango Rodriguez, que Raly, sin decirlo, dedicó a su madre a un año de su fallecimiento. Luego, el cantautor friense tuvo el maravilloso gesto de abrirle al escenario al dos artistas que increiblemente no forman parte de la grilla del festival, Ramiro González y José Luis Aguirre. Los 3 compartieron hicieron La Cosechera Perdida de Ramiro Gonzalez -tremenda canción que alimenta el nuevo cancionero popular argentino-. Después Raly tocó con La Cruza, banda folklorica oriunda de Villa Libertador. Después de eso Rally puso el pie en el acelerador y se despacho con 4 canciones de Rodar. La plaza termino bailando cumbias y guarachas con una linea de caños tremenda -parte de Nonpalidece- y Raly,feliz, terminó tocando la guitarra arrodillado en el piso, como Hendrix o Pete Townshend. Tremendo show.
Otro punto fuerte de Cosquín fue la aparición por primera vez en el escenario del gran poeta y cantautor uruguayo Daniel Viglietti , que llegó a Cosquín al Encuentro de Poetas, sin mucha prensa y casi pasando desapercibido. Por suerte los programadores del festival tuvieron un rapto de lucidez y decidieron subir al maestro al escenario Atahualpa Yupanqui.
Por lo demás, Cosquin (el del festival) no deja de ser un reducto de manifestaciones de la historia, con un público que en su gran mayoría se fervoriza a partir de esas expresiones. La gran noche de la chacarera santiagueña, que tuvo a toda la familia Carabajal como protagonistas excluyentes, asi lo demuestra. Fue esa la noche en que la plaza ovacionó a Los Manseros Santiagueños (que tienen, como banda, la misma edad que el Festival) luego de un reconocimiento tardío pero al parecer justo, de esos que llegan, a veces y mirando la historia con un solo ojo (el que quiere entender, que entienda).
Así las cosas en el festival, que después de ver a Bruno Arias y Raly Barrionuevo, parece haber terminado. Sobretodo para quienes esperamos sorprendernos, encontrar riesgos, mezclas y solvencia escénica. Obviamente, estarán las cosas de siempre, de las que siempre esperamos algo y las que siempre nos ofrecen alguna forma de entrega para el aplauso. Veremos que sigue, andaremos caminando y nos escaparemos de los sitios comunes de esos que se replican a veces sin demasiado sentido. Tal vez así, seguiremos encontrando un Cosquin para recordar.