El miércoles 20 de agosto, Nicolás Jaar convirtió el Club Paraguay en Córdoba en un espacio de trance testimonial. No fue un show: fue una ceremonia. El artista chileno-estadounidense presentó “Archivo de Radio Piedras”, su obra más íntima y política, acompañado por Camilo Salinas (teclados), Daniel Cataño (percusión) y Eli Wewentxu (violín y visuales). Lo que comenzó como una serie de audios en Telegram se transformó en un radioteatro expandido, donde cada sonido es parte de una narrativa que entrelaza duelo, memoria y resistencia.
Desde el inicio, Jaar invocó a “Z”, esa letra que en la película de Costa-Gavras significaba “vive”. En Córdoba, esa interlocutora volvió a aparecer como bitácora y testigo. Jaar habló de los ríos, del agua como bien común, de las formas de extractivismo que también atraviesan esta región.
Cumbia espectral y metarrelato bailable
El repertorio fue una deriva entre lo íntimo y lo colectivo. “Agua pa’ fantasmas” abrió el set con una cadencia mínima, casi susurrada, que fue creciendo hasta desembocar en “Love of Pain” y “Son of Hope”. Pero fue en “Río de las tumbas” donde el cuerpo del público empezó a responder: la cumbia de raíz colombiana se mezcló con el dub y la electrónica, y el baile se volvió acto político. Jaar cantó: “Dices que estás junto al río Magdalena, y te hablo de Palestina, que ya no es Palestina”.
La música no fue lineal ni celebrativa. Fue una sucesión de capas, loops, silencios incómodos y paisajes sonoros que invitan a una escucha profunda. Jaar no busca hits: busca sacudir estructuras desde la poesía y la política. En Córdoba, esa búsqueda se volvió coral: el público respondió con silencio, con cuerpos que se movían como antenas sintonizando una frecuencia común.
Escuchar como acto político
Ir a ver a Nicolás Jaar en Córdoba no fue simplemente asistir a un concierto: fue participar de una ceremonia de escucha crítica. En tiempos donde el ruido mediático anestesia el pensamiento, Jaar propone lo contrario: una ficción sonora que interpela, que incomoda, que abre preguntas. Escuchar su relato, sus silencios, sus cumbias espectrales y sus denuncias veladas es, en sí mismo, un gesto político.
Porque en su universo, la música no entretiene: tensiona, revela, resiste. Y quienes se acercaron al Club Paraguay lo entendieron así. No fueron espectadores: fueron cómplices de una narrativa que se escribe entre todos. Jaar cerró con “No”, esa cumbia nihilista que deja sabor a desolación y belleza. No hubo bises, pero sí una certeza: la piedra sigue rodando, y la escucha sigue siendo resistencia.