En tiempos donde lo ancestral parece relegado a vitrinas y lo urbano se impone como norma, Nación Ekeko propone una alquimia sonora que desafía esa dicotomía. El proyecto liderado por Diego Pérez —músico, investigador y viajero incansable— nace de una búsqueda íntima: cómo sonar a territorio, cómo representar una identidad que abrace lo indígena, lo afro, lo electrónico, lo ritual y lo contemporáneo.
Este sábado 4 de octubre, Nación Ekeko se presenta en Córdoba, en Pez Volcán, con un concierto que promete ser ritual, celebración y reflexión. La fecha forma parte del Gran Espíritu Tour, y llega en un momento clave para el proyecto. Después de un largo recorrido con Tonolec, donde el trabajo con comunidades originarias fue central, Diego Pérez decidió expandir su mapa afectivo y musical por toda Latinoamérica. Así nació Nación Ekeko, un proyecto que no solo fusiona lenguas y ritmos, sino que amplifica saberes, voces y cosmovisiones que rara vez tienen espacio en los grandes medios. Su último disco, El Gran Espíritu, es testimonio de esa integración: colaboraciones con Andrea Echeverri, Kevin Johansen, Elkin Robinson y poetas como Leko Zamora (Wichí) conviven con cantos chamánicos, electrónica selvática y reversiones de clásicos como “Hablando a tu corazón” de Charly García.
En esta entrevista, Diego Pérez comparte el detrás de esa alquimia sonora: su vínculo con las comunidades, la construcción de una identidad latinoamericana, el respeto por los saberes originarios, y la necesidad urgente de repensar cómo habitamos el mundo. Porque como dice él, “no se trata solo de música: se trata de cómo vivimos, cómo nos vinculamos, cómo nos reconocemos parte de un mismo paisaje”.
Me gustaría saber por donde anduviste, quienes te seguimos un poco en las redes sabemos que sos de viajar mucho.
Diego Perez: En Colombia estuve hace poco. Me fui unos días a Bogotá, me invitaron a abrir la Bienal de Arte de Bogotá, así que estuve ahí cuatro, cinco días.
O.c: Siempre te veo activo, incluso más afuera que en Argentina. Estás dando vueltas por México, Colombia… ¿Por qué esa situación? ¿Creés que tenés más llegada afuera? ¿Es por la recepción de la música?
D.P: Sí, son varias cosas. Un poco fue deliberado hace unos cinco, seis años, después de todo el recorrido con Tonolec, que incluyó muchos viajes dentro de Argentina. Además, con Tonolec trabajábamos con comunidades de la región, como los Qom y los Guaraníes.
Con Nación Ekeko sentí la necesidad de expandir el trabajo y viajar a comunidades de toda Latinoamérica. Fue para nutrirme de cosas nuevas y también para llevar el mensaje y la música a otros lugares. Y empezó a darse esa reciprocidad con lugares como México, Colombia, Chile, Bolivia, donde siempre estoy volviendo.
Además, en Argentina el trabajo cultural está muy difícil desde hace unos cinco años.
O.c: Recién mencionabas lo que investigaron con Tonolec, que tiene un recorrido muy fuerte en relación con los pueblos originarios acá en Argentina. Después decidiste expandirte, y pienso en tu trayectoria cn Tonolec después con Nación Ekeko, desde La lanza hasta El Gran Espíritu. ¿Sentís que hay una identidad que fuiste construyendo, una identidad que combina lo ancestral con lo urbano? Porque cuando uno habla de pueblos originarios, piensa en lo tradicional, pero en tu música lo electrónico está presente.
D.P: Totalmente. Yo creo que esa palabra que mencionás —identidad— es crucial en mi trabajo. Cuando me preguntan por qué se me ocurrió integrar la música indígena con la electrónica, el folclore y todo lo que vengo haciendo, siempre digo que fue una búsqueda personal. Muy íntima. Quería lograr un sonido que representara mi esencia: como chaqueño, como argentino, como latinoamericano.
En ese camino me fui dando cuenta de que nuestra riqueza está justamente en la integración de muchas culturas. Lo que pasa es que, por cuestiones políticas o por una educación europeizante, hubo culturas que fueron tapadas. No estaba bien incorporar lo indígena, no estaba bien incorporar lo afro. Entonces mi trabajo fue deliberadamente hacia esos lugares más profundos. Pero siempre desde la búsqueda de una identidad latinoamericana.
Para mí, unir el conocimiento ancestral con las herramientas contemporáneas —la tecnología— es fundamental. Porque también eso determina el presente, el momento que me toca vivir. Con toda esa alquimia de elementos trato de representar, en sonido, lo que siento que es mi identidad. Y también lo que creo que es, en parte, la identidad latinoamericana.
O.c El otro día, charlando con otro músico, hablábamos de cómo acercarse a otras culturas puede ser delicado. A veces, sin querer, uno puede caer en la apropiación o en usar lo ancestral como estética sin profundidad. Y la pregunta es: ¿hasta dónde lo hacemos con respeto, y hasta dónde corremos el riesgo de comercializar, apropiarnos de algo que no nos pertenece? En tu caso, creo que ese cuidado está, por eso lo planteo como reflexión, no como crítica. Porque visibilizar también es necesario, pero siempre con conciencia.
D.P: Sí, totalmente. Yo creo que hoy se habla mucho de apropiación cultural, un término que cuando empezamos con el tono electrónico ni existía. Y si bien ahora está muy presente, yo lo relaciono más con lo industrial que con lo artístico. Pienso, por ejemplo, en una empresa de ropa que toma un diseño de una comunidad y lo replica en millones de remeras. Eso sí es un copy-paste directo.
En cambio, en mi trabajo —y en el de muchos artistas que se dejan influenciar por las comunidades de nuestro territorio— hay algo que debería ser natural. A veces me preguntan por qué mezclo lo indígena con la electrónica, por qué trabajé con Tonolec, por qué uso el idioma Qom. Y yo digo: nací en Resistencia, a cinco minutos de una comunidad Qom. El paisaje donde me crie está atravesado por esas culturas. Uso la computadora porque nací en esta era, y mamé folclore porque es lo que se escucha en mi región. Para mí, esa mezcla es lo más natural.
Pero no siempre se ve así, porque venimos de un recorrido de negación. Lo indígena, lo afro, lo ancestral pareciera que debe quedar en una vitrina de museo, como si no pudiera ser parte viva de la cultura. Es más aceptado que una banda haga temas de los Rolling Stones que de una comunidad originaria. Y eso es algo que necesitamos discutir.
Creo que como sociedad tenemos un proceso pendiente de reidentificación. Saber quiénes somos. No somos —como dijeron algunos presidentes— gente que bajó de los barcos. Somos mucho más que eso. Crecimos en este continente, en este paisaje. Tenemos influencias guaraníes en nuestra forma de vivir: sin ir más lejos, el mate es un invento guaraní.
Conocer las culturas que conviven en nuestro suelo, y las que estuvieron aquí desde siempre, debería ser natural. Y mi forma de hacerlo es viajando a las comunidades, conectándome con referentes, con artistas. Muchas veces hago obras en colaboración con poetas como Deco Zamora, que es Wichí, o con Hueche Nahuel, músico mapuche de la Patagonia.
Para mí esta discusión es necesaria. ¿Cómo vamos a incorporar estos elementos? ¿Cómo pasamos de negar que las lenguas y las comunidades existen, a integrarlas como parte viva de nuestra cultura? Ese es el gran desafío. Y además, estamos hablando de culturas que no tienen poder mediático ni acceso a los grandes canales de comunicación. Solo aparecen cuando hay un conflicto, y muchas veces desde un enfoque amarillista. Incluso se les nombra mal: dicen “quom” en vez de “qom”.
Hay mucho por revisar. Y creo que nos lo debemos como proceso social.
Te quiero ser sintético, pero es difícil, porque hay mucho que caminar y mucho que mirar hacia adentro. Creo que somos esa integración, sin negar ninguna de nuestras partes. Como dicen los qom: el monte no nos pertenece, nosotros pertenecemos al monte. Ya somos parte de este paisaje, no venimos de los barcos. Y me parece que llegó el momento de incorporar todo lo que este territorio nos enseña.
O.c: No se trata de homogeneizar las culturas, pero sí de reconocer que, en el fondo, todos pertenecemos al mismo paisaje. Como decías vos, las comunidades —los qom, los guaraníes, todas— son parte de este territorio, y nosotros también. Con nuestras diferencias, pero espiritualmente compartimos el mismo lugar. Y eso debería permitirnos una convivencia más tranquila, más respetuosa entre todos.
D.P: Totalmente. Y también creo que hay una línea más política que atraviesa mi trabajo, aunque no siempre se ve a simple vista. Llevo más de veinte años en contacto con comunidades, y eso me transformó como persona. Yo llegué por la música, me conecté a través de ella, pero después aparecen las charlas, los gestos, las formas de decir. Es conocer otra cultura, otra manera de ver el mundo. Y eso te cambia.
Muchas veces me encuentro con conceptos que me conmueven, que me hacen decir “guau, ¿cómo traduzco esto en música?”. A veces lo hago con las voces directas de quienes me lo transmiten, otras veces escribo inspirado en eso. Pero para mí es fundamental amplificar esos mensajes, sobre todo ahora, en un momento donde lo que se profesa va muy en contramano de lo que nos enseñan los pueblos originarios de Latinoamérica.
Ellos nos hablan de lo comunitario frente al individualismo, de entender la naturaleza como parte de nosotros y no como un recurso a explotar. Y eso, para mí, es urgente. Porque no se trata solo de música: se trata de cómo habitamos el mundo.
O.c: Recién cuando te escuchaba, pensaba en lo que hablábamos antes sobre la apropiación. A veces me pregunto qué pasaría si alguien canta una canción en una lengua originaria sin conocer a fondo esa cultura. Y creo que ahí puede haber una forma de apropiación, incluso algo medio banal, si no hay un vínculo real.
En tu caso lo que se ve es otra cosa: primero hay una búsqueda antropológica, un estar en la comunidad, charlar, escuchar, compartir. Y desde ahí nace la canción, no desde la distancia. Y ahí es donde se vuelve importante pensar desde qué lugar se hace, con qué respeto, con qué profundidad.
D.P: Sí, hay todo un proceso para llegar a eso. Y siempre aclaro que yo no hago música qom ni música guaraní —ellos hacen esa música mejor que nadie. Lo mío está influenciado por aspectos de su cultura, por el entorno en el que crecí. Incorporo palabras porque algo de guaraní hablo, porque soy de esa región, y también porque me interesa que se escuche esa sonoridad. Cuando una lengua suena, la comunidad está viva.
Creo que hay muchas formas de tomar e incorporar la cultura. Y también de resignificarla, de integrarla al propio arte y expresarla desde lo subjetivo. Al final, es eso: una forma personal de interpretar lo que nos rodea. Pero es un tema que da para mucha charla, y que como sociedad todavía tenemos pendiente. Es una deuda: pensar cómo nos vinculamos con lo ancestral, cómo lo integramos sin apropiarnos, cómo lo hacemos parte viva de nuestra cultura.
O.c pensando en El Gran Espíritu, tu último disco que salió en noviembre del año pasado, ya está por cumplir un año. ¿Qué recorrido hizo desde entonces? Te vi girando por varios países de Latinoamérica con este trabajo. ¿Cómo fue la recepción y cómo lo ves hoy, a la distancia?
D.P: Bueno, viene muy bien. Por ejemplo, la versión que hice de Hablando a tu corazón (el tema de Charly Garcia), junto a Andrea Echeverri de Aterciopelados, y fue elegida como canción oficial de la Bienal de Arte de Bogotá. Sonó todos los días para abrir la Bienal, así que para mí fue un orgullo enorme. Es una canción que adoro, y hacer esa versión fue una gran responsabilidad. La llevé a una sonoridad más latinoamericana, más cercana a lo que yo trabajo.
Después, el disco tiene también un recorrido muy hacia adentro. Muy vinculado a esto que hablábamos recién: cómo uno se va transformando a través de lo que conoce. Cada pueblo que visito me toca cosas propias. Y ahí es donde yo marco la diferencia: no me siento un antropólogo. Me siento alguien que, como muchos argentinos y latinoamericanos, tiene incorporadas cosas de nuestros pueblos. Cuando uno empieza a profundizar, se da cuenta: “Ah, claro, por esto se come así, por esto se habla así, por esto en cada región hay una tonada distinta”.
El Gran Espíritu refleja ese proceso. Ese darme cuenta. Y está muy inspirado en la cosmovisión de muchos pueblos originarios, que nos enseñan que somos parte de un mismo organismo. Que respira, que late. Que no estamos separados, aunque a veces nos quieran hacer creer lo contrario.
Esa fue un poco la inspiración, y la verdad es que el disco se dio muy lindo. Una vez que terminé las canciones, empecé a pensar con quién podía colaborar, pero siempre partiendo desde la canción: qué pide cada tema. Por ejemplo, hay una canción que habla del bombo legüero, y ahí lo llamé a Kevin Johansen, que aporta una voz grave, muy de legüero. Andrea Echeverri participa en Hablando a tu corazón, Elkin Robinson —un músico colombiano que canta en criol, también está en el disco. Loli Cósmica, una compositora emergente que admiro mucho, abre el álbum conmigo en Vuela Baila. Y también está Ayahuasca Ícaros, una canción que hice con una mujer chamana de Perú que trabaja con plantas sagradas, y que habla de la limpieza del cuerpo.
O.c: Pensaba en el nombre del disco, El Gran Espíritu, y en lo que puede significar hoy. ¿Puede la canción ser ese gran espíritu que nos une y convoca en estos tiempos? No sé si fue tu intención, pero siento que tu música va en esa dirección. Desde Kevin Johansen hasta Ayahuasca Ícaros, hay diferencias enormes, y sin embargo conviven en esa sonoridad que lo abraza todo.
D.P: Está buenísimo lo que percibís, porque sí, mi intención en los conciertos —y también en los discos— es que se genere eso colectivo, esa sensación de que somos parte de un todo. Que entramos en una misma vibración, en un mismo pulso. Y que desde el cuerpo sentimos que somos un mismo organismo.
Porque se habla mucho, se dicen muchas cosas, pero es distinto cuando lo sentís desde el cuerpo. Cuando decís: “Ah, estoy conectado con el de al lado, con el aire, con el viento, con las hojas, con todo lo que está pasando alrededor”. Esa sensación de bienestar que aparece cuando nos sentimos conectados con el todo. Y que no hay mucho más que hacer: es estar, es percibir, es vivenciar.
Eso tiene mucho que ver con el disco, y también —como bien decís vos— con lo que busco en los conciertos en vivo.
D.P: Pensaba en Nación Ekeko, un disco que transmite mucho amor, que invita a bailar, pero sin perder la profundidad del mensaje. ¿Qué tan importante es receptar ese mensaje desde el cuerpo, también bailando? Porque muchas veces se dice que si la música es para bailar, entonces no es para escuchar, como si fuera algo más banal. Pero vos hablás de lo corporal, y tu música necesita ser bailada, pero también tiene algo para decir.
D.P: Totalmente. Yo creo que eso —la danza como parte de la música, de los rituales, de los encuentros— es algo que pertenece profundamente a este continente. Mucha de la música que conocemos está concebida desde la danza, desde el movimiento. Y sin embargo, nos fuimos desconectando de eso. Pensá que una de las primeras cosas que se prohibieron con la colonización fue que la gente se juntara a bailar. Era algo que se consideraba peligroso, subversivo.
Para mí es muy importante volver a reconectar con esa raíz. Porque si no, todo queda en la cabeza. Y cuando las cosas quedan solo en lo mental, se pierde algo esencial. En cambio, cuando uno puede vivenciar desde el cuerpo, desde lo empírico, desde el pulso, ahí empiezan a llegar los mensajes de otra manera. Se perciben distinto. No es lo mismo que te digan “somos parte de un mismo todo” a sentirlo en el cuerpo, a estar en conexión con el de al lado, con el aire, con el viento, con las hojas, con lo que está pasando alrededor.
La música tiene esa magia. Te hace vibrar, te hace sentir. Y eso genera movimiento, genera ritmo. Y cuando estás en ese trance —en ese ritual colectivo que puede ser un concierto, una ceremonia, una danza compartida— ahí sí llegan los mensajes. Ahí sí se abre algo. Por lo menos, a mí es la forma en que más profundo me llegan las cosas
O.c: Pensando en tu discografía, y especialmente en El Gran Espíritu, ¿qué saberes originarios aparecen en este disco que quizás no estaban tan presentes —o tan claramente visibles— en los anteriores? Y también, ¿cómo pensás esa convivencia entre un tema de Charly García y una canción en lengua originaria? Porque en este disco hay algo muy potente: esa mezcla de lo ancestral con lo popular, de lo íntimo con lo colectivo, de lo latinoamericano con lo urbano. ¿Qué mensajes y saberes se activan en esa convivencia de idiomas, de mundos, de memorias?
D.p: Parecieran que pertenecen a diferentes mundos, pero están todos dentro del Gran Espíritu. Hay, por ejemplo, un texto que lee Leko Zamora, que es este poeta wichí con el que vengo trabajando, que él nos habla de la Universidad de la Naturaleza, ahí en El Gran Espíritu, más o menos en la mitad de la canción. Está buenísimo lo que va diciendo del Gran Espíritu y lo que nos enseña el Gran Espíritu.
Hay un tema medio guaraní- español que escribí yo. Habla de Mainumby, que es el picaflor, símbolo para los guaraníes de cuando un ser que ya no está te viene a visitar o a saludar.
Justamente está el tema de Charly García, que es muy loco porque, si lo escuchás con esa base ochentosa que tiene, pensás en algo súper urbano. Pero yo decidí hacer una versión porque un día me puse a escuchar la letra y me cayó la ficha. Es un tema que escuché 20.000 veces, y de golpe, un día, lo escuché distinto. Cuando llegué a la estrofa que dice: “No importa el lenguaje, ni las palabras, ni las fronteras que separan a nuestro amor. Quiero que me escuches y que te abras, le estoy hablando a tu corazón”, para mí fue como: guau, qué contundente.
También está esa magia que tiene Charly. Puede ser que en esa letra te esté hablando de la madre tierra y no necesariamente de una persona. Me pareció mágico, y por eso quise llevarlo a un lugar más de naturaleza, más selvático, con sonoridades de tambores, más hacia lo latinoamericano.
O.c: Pienso por ahí en la canción “Limpia”, donde aparece Ayahuasca Icaros. Y creo que en el disco hay algo de lo natural, si querés, de las plantas, de lo nativo. ¿Hay un poco de eso?. Fue adrede esa idea de que esté involucrada la naturaleza, sobre todo las plantas.
D.P: Totalmente, yo creo que es uno de los grandes patrimonios que tenemos en Latinoamérica hoy. De hecho, se está comercializando de una manera grotesca en el mundo diferentes plantas sagradas que crecen en este continente, que para mí está bueno conocerlas y entender por qué tienen su ritual, por qué tienen su ritmo, para qué se usan o se vienen usando. Es parte de los conocimientos ancestrales que tenemos, así como la yerba mate, el tabaco y tantas otras cosas que vienen de este continente. O la coca, por ejemplo, que industrialmente tuvieron y tienen a veces un mal uso, pero que tienen un sentido para cada una de las culturas.
O.c: “Vuela Baila”, con Loli Cósmica, por el nombre ya invita al movimiento, al vuelo. Pensando en el momento que vivimos, ¿qué lugar tiene hoy el baile, el goce, y esa posibilidad de volar, de salir de lo terrenal? ¿Hay algo de lo espiritual ahí, como lo que sugiere el gran espíritu en el disco?
D.P: Totalmente. Me parece que va en la misma línea de lo que venimos hablando: estamos muy en la cabeza, en la ambición, en cómo nos vemos. Y lo digo desde un lugar sincero, porque me pasa igual que a todos. Pero cuando uno logra desconectar de eso y entiende que lo que necesitamos es simple, austero, que con poco ya estamos, eso para mí es súper interesante. Esa canción también está inspirada en el concepto guaraní del tatachiná, que es como el humo o vapor generador de vida.
O.c: este disco ya lleva un año, vivís viajando, y hace poco sacaste un sencillo, si no me equivoco, como “El Cóndor”, una colaboración. ¿Se viene disco nuevo? ¿Estás armando algo o por ahora te estás dedicando a seguir presentando este disco?
D.P: Te digo la verdad, siempre estoy haciendo cosas nuevas. Tengo carpetas donde voy tirando ideas, escuchando y trabajando. También estoy involucrado en algunos proyectos que no tienen que ver directamente con Nación Ekeko, pero sí con el mismo concepto.
Por ejemplo, estamos haciendo un disco sobre la ceremonia del mate. Lo estamos trabajando con Norma Ávila, una cantante de Paraguay, yendo a comunidades que producen la yerba como lo hacían antes, buscando contar el origen y el porqué de algo que usamos tanto.
Hace poco también lancé un programa de entrevistas que se llama Soy de la Tierra. Ya están los primeros cuatro capítulos en YouTube: son charlas con referentes de distintas comunidades, y al final hacemos una parte musical donde ellos cantan o recitan en su lengua originaria y yo acompaño en vivo. Lo hicimos en Argentina, pero queremos hacer ediciones en Colombia, México, y seguir.
Además, estoy empezando a hacer la música para una obra de teatro acá en Capital, y paralelamente grabando canciones nuevas. Así que en cualquier momento salen singles o discos, según lo que vaya pidiendo la música.
O.c: ¿Cómo haces para sostener todo eso? Porque además de grabar, producir, estar en mil proyectos, también viajas, y tocás en vivo… ¿No es imposible hacer todo a la vez?
D.P: Además tengo dos hijos chiquitos, así que imagínate. Cuando me preguntan por qué elegí la música, digo: no, yo no elegí la música. Para mí es una necesidad. Me considero una persona que tiene ideas, y de alguna manera necesita sacarlas, compartirlas. Y por ahora, la forma que más me sale es a través de la música. Pero esa necesidad está: las ideas que surgen, que bajan —o de donde vengan— necesitan desarrollarse y salir de forma artística.
O.c: Para terminar. ¿qué nos podés adelantar de lo que se va a ver en Córdoba este fin de semana?
Básicamente, lo que vamos a llevar a Córdoba es un concierto que recorre distintos paisajes y culturas a través de la música, con el ritmo como hilo conductor. Improviso mucho, juego con el público, interactuamos bastante. Depende siempre de la energía que se genera en cada lugar, pero llevo un set muy abierto que permite esa conexión.
Muchas veces hay invitados o invitadas que se suman con sus instrumentos; en este caso todavía no están confirmados, pero pronto lo vamos a anunciar. También vamos con una apuesta visual muy fuerte, un trabajo del artista Tato Araoz, con quien vengo colaborando. Es realmente un viaje: te podes sumergir y danzar de principio a fin.
La propuesta incluye canciones del nuevo disco y también de discos anteriores.