*Texto publicado originalmente en la gaceta cultural Deodoro de Noviembre de 2013
“Asado” de Minino Garay y Los Tambores del Sur es, creo, un disco musicalmente aceptable. Suena bien, el trabajo de los músicos que allí aparecen es certero y prolijo, y cada invitado está allí por algo. Pero lo que más ruido hizo en el ambiente de la música local, tuvo que ver con cierto polvo que quedó en el aire luego del paso de Minino por Córdoba para presentarlo. Ciertas tensiones en torno a lo que es “popular” y lo que es “de nivel”, además de una cierta arrogancia del propio Minino sobre lo que él cree que es la correcta evolución del folclore cordobés, el cuarteto. Más interesante que la música que mostró, es que dejó abierta la discusión sobre el futuro del cuarteto.
A lo largo de estos años, la decaída industria de la música ha avanzado a lugares bastante peligrosos para las músicas folclóricas del mundo al borrar las características propias de los géneros que tiene cada región. Esta tendencia fue edificada no sólo por los grandes sellos sino por las grandes disquerías. Todo lo que venía de algún lugar que no fuese Estados Unidos o la Europa central y poderosa, caía en la batea de la llamada World Music (literalmente, Música del Mundo). A esta etiqueta creada por y para el mercado, le da igual una bachata o un reggae africano, un candombe o un tema del raï argelino, las músicas africanas y las japonesas; unifica negativamente, ya que en pos de simplificar no educa y borra los límites originales de los géneros. El término World Music sirve para aglutinar lo que por ignorancia no se sabe qué es. Minino dice que “la música del cuarteto forma parte de la World Music”, y ahí aparece la primera tensión.
Por otro lado, aparece la discusión de lo que es “popular” y lo que es “de nivel”. En la nota “Minino Garay: El cuarteto puede evolucionar”, que publicó La Voz del Interior el 18 de septiembre, el periodista Germán Arrascaeta le pregunta a Minino si es posible mostrar al cuarteto como “música de nivel”. La pregunta es tremenda, pero más lo es la respuesta: “En la medida que hacés un arreglo y éste responde armónicamente, ¿por qué no?”. A esta altura, un lector atento –o mejor dicho, un atento escuchador de música– se puede preguntar qué es música de nivel, quiénes determinan cuál la es y cuál no, y por qué alguien se arroga la capacidad de calificar la música. Por otro lado, pareciera que el objetivo mayor fuese transformar la música, cualquiera que fuese, en una música “de nivel”. Convertir una música folclórica en una de la World Music. Para esto pareciese que hay sólo una fórmula posible, y eso es complejizar lo que es sencillo poniéndole toques de jazz. Lo que se suele hacer en la World Music. Y así como es habitual maldecir el cruce que tuvo el cuarteto con el merengue en los 90 por el arribo de los dominicanos Jean Carlos y su hermano Nolberto, ahora parecería que está bien jazzear el cuarteto. Ese corrimiento podría tener un punto de contacto con aquel otro que tuvo lugar en los 70, cuando el cuarteto original perdió buena parte de su sonido original y adoptó una más “elevada” sonoridad pop-rockera, sólo porque la censura militar lo exigía para difundirlo en las radios.
En ese sentido, luce acertado que Minino vuelva a las raíces del cuarteto tradicional en Asado. Pero ese rescate parece tener una función sólo didáctica y antropológica, tal vez con algo de nostalgia retro. El error de Minino es pensar que ahí está la evolución, o aún peor, al decir que “el cuarteto puede evolucionar” confirma que hasta aquí no ha tenido evolución. Allí hay un error. Uno podría discutir sobre si la evolución ha sido buena o mala, al hacerlo se encontraría otra vez en la necesidad de elegir blanco o negro, que es lo mismo que tener que optar entre lo “popular” y lo “de nivel”. La búsqueda nostalgiosa de Minino, que recupera el viejo sonido del cuarteto, es un camino que comenzó a recorrer Vivi Pozzebón en su canción “Madre Baile”, dedicada a Leonor Marzano. En eso mismo está Lorena Jiménez con un nuevo disco suyo que produjo Martín Marassa.
Resulta sorprendente a esta altura que no se haya reparado en lo que luce como más trascendente, y es que el cuarteto aún no ha podido dar un salto importante en sus textos. Porque el género no necesita ni evolucionar hacia arreglos más elaborados ni conquistando público de lejanas tierras, sino mejorando la calidad de sus letras. Durante años y años se creyó que una música bailable sólo podía tener letras pasajeras, livianitas, hasta que aparecieron Rubén Blades en la salsa, Tego Calderón en el reggaeton de raíz y Calle 13 en la nueva música urbana cercana al hip hop latino. Lo que faltan en el cuarteto son letristas con pluma dura. Ese parece ser el gran déficit del género. Sobre todo en un punto del mundo que, por ejemplo, se quema demasiado seguido –dicho esto en varios sentidos–, y donde miles de jóvenes que bailan cuarteto son detenidos por su forma de vestir o sencillamente por cómo lucen. Algo de eso esboza Minino en canciones como “Quiero ver el sol”, la que retrata la vida en una cárcel o como “Nada le pido a Dios”, que es una especie de Cambalache cordobés. Pero luego retrocede al caer en una lírica cercana a la caricatura, en la que se lo escucha, por ejemplo, refiriéndose al “culiao cordobés”. O escribiéndole un cuarteto a Buenos Aires. Una pasmosa simplificación de cómo exportar una música local a la Gran Ciudad.
Con Asado, Minino Garay parece haber querido apropiarse de una música bailable, bastante salvaje en sus orígenes, que es típica en el lugar donde nació, para llevarla al circuito europeo que le es cotidiano, presentándola como una novedad, o algo así, luego de haberle hecho retoques de “mejoramiento” –o sea, un maquillaje– con la presencia de algunos músicos amigos o conocidos suyos que suelen aparecer en discos de la Word Music. De esa forma, el cuarteto con él quizá sea visto en el exterior, en el futuro cercano, como una música más del lejano y exótico Tercer Mundo que llega para alegrar a la ya aburrida alma del Mundo Desarrollado. Si lo consiguiese, habrá tenido éxito.