Joaquín Giannuzzi, figura emblemática de la poesía argentina, dejó una huella imborrable en el panorama literario de los años noventa. Nació en Buenos Aires en 1931 y falleció en 2004, su legado como poeta, ensayista y traductor lo consagra como una de las voces más resonantes de la poesía contemporánea. Su obra no solo se limita a la expresión estética; es un profundo examen de la condición humana, un diálogo constante entre el individuo y su entorno.
La esencia de la creatividad de Giannuzzi radica en su habilidad para entrelazar la sensibilidad poética con un registro casi testimonial. Su voz es un instrumento que descompone la realidad, ofreciendo una mirada crítica y reflexiva sobre la sociedad y la existencia. En su primer libro, «Nuestros días mortales», publicado en 1958, se establece un punto de partida que lo consagraría como un referente ineludible de la poesía argentina. A través de sus versos, Giannuzzi articula una crítica aguda a la realidad social y política de su tiempo, revelando una preocupación profunda por la búsqueda de sentido en un mundo en perpetuo cambio.
Nuestros días mortales se presenta como una meditación sobre la existencia, la muerte y la fragilidad inherente a la vida. En sus páginas, el autor nos invita a confrontar nuestra vulnerabilidad, a aceptar la transitoriedad de nuestra condición. La poesía de Giannuzzi se convierte así en un espejo que refleja no solo la belleza de lo efímero, sino también el horror que puede surgir de la conciencia de nuestra propia mortalidad.
En el poema «Uvas rosadas«, por ejemplo, Giannuzzi utiliza imágenes cotidianas para evocar una sensación de asombro y horror ante la dualidad de la vida y la muerte. La «carnal exuberancia» de las uvas se convierte en un símbolo de la belleza que se encuentra en lo efímero, al tiempo que plantea interrogantes sobre el sentido de nuestra existencia. Este juego entre lo tangible y lo intangible, entre lo cotidiano y lo trascendental, es una constante en su obra.
Este breve racimo
de uvas rosadas pertenece
a otro reino.
Yace, sobre mi mesa,
en la fría integridad de su peso terrestre
mientras yo permanezco slencioso
imposibilitado
de oponer mi vida en su carnal exuberancia.
Casi con horror admito allí
la dura tensión del agua
hacia la piel mortal
como una realidad insoportable.
He aquí un remoto acontecer:
todo trancurre del otro lado, fuera
del rumro insensato
de la existencia humana.
Comprendo que hay un límite
cuyo paso ene el tiempo
está velado
de modo que el puro conocimiento
solo cabe en la mera travesura de la mente.
Más allá está la misma tierra
a la que regresamos como extraños;
en el recimo de uvas rosadas yace
la imagen de otro regreso
y este enigmático existir
dulcemente en la rosa
tiende a cumplir el ciclo
que comenzó, radiante, en el verde lejano.
Otros días transcurren
aquí, en otro espacio
que colmó la inutilidad
de una vida ocupada. Ajeno
a la región de las uvas permanece
mi estupor desalentado;
pero nunca la esperanza
tuvo mejor imagen que esto:
la travesía del límite
que da a lo secreto vendrá
de la misma costumbre de la luz
con que las uvas rosadas
van a entrar en la muerte.
El poema Tumba de los caballos de carrera en Chapadmalal, de Joaquín Giannuzzi, encierra una poderosa imagen de decadencia y abandono, un recordatorio brutal de la obsolescencia y el paso del tiempo. Giannuzzi, con su estilo preciso y desencantado, nos sumerge en una metáfora de la sociedad misma, donde lo que alguna vez fue símbolo de fuerza, velocidad y prestigio termina convertido en ruina.
En su poética, Giannuzzi desmonta la visión romántica de la realidad y nos enfrenta a su dimensión más cruda, aquella donde el esplendor de los caballos de carrera queda relegado a la indiferencia del paisaje. La tumba en Chapadmalal no es solo un lugar geográfico; es la representación de un sistema que consume y descarta.
El poema nos invita a una reflexión sobre la fragilidad de todo aquello que alguna vez se creyó eterno: el poder, el éxito, incluso la belleza. Giannuzzi, nos recuerda que la vida no es un relato heroico sino un proceso donde los vencedores de ayer pueden convertirse en los restos olvidados de hoy.
Los delicados huesos que la tierra
apenas con el peso de una sombra cubre
se detienen aquí,
lejos del viento que les dio sentido
y espaciosa morada.
Por una vez, acaso
vana ha sido la muerte, pues la oculta
hermosura transcurre
en el centro impetuoso de la multitud
que consagró su unánime locura
a estos dioses de limpios ojos.
El tiempo,
que también devora ciudades y rosa,
inció en las soberbias
y levantadas figuras que amó el aire,
un cambio insensato
hast reunirlas en la vasta sombra,
y desde allí adelanta hacía otras mañanas
la pasión y el rumor del galope memorable.
A sí la eternidad.
Aquí el hombre ha desistido
su proceder absurdo bajo el cielo:
perdido el acontecimiento
y el significado de toda sabiduía,
reunió los cuerpos que ens u memoria
levantan un resplandor que no cesa;
ni triste ni alegre,
con extraña serenidad sepultó a sus caballos
que ahora yacen aquí como en el seno
de una dulce costumbre.
La muerte que pretendemos conocer
no es esta: ninguna
meditación pide a los instantes del hombre,
ni la inútil
interrogación de la desdicha.
En la desnuda inscripción de la piedra
todo está concesdido: así como ente todas
las flores q ue más amamaos
escogemoos algunas en la memoría
porque han sido el acontecer y al dicha
de una existencia única.
Memoria de un político es un poema de Joaquín Giannuzzi que aborda la figura del político desde una perspectiva crítica y reflexiva. En este poema, Giannuzzi explora la memoria, la identidad y la responsabilidad de aquellos que ocupan cargos de poder.
El poema puede interpretarse como una meditación sobre el legado de un político, donde se entrelazan recuerdos personales y la historia colectiva. Giannuzzi intenta transmitir la complejidad de la vida política, así como las contradicciones y los dilemas morales que enfrentan los líderes.
A través de la figura del político, el autor invita al lector a reflexionar sobre el impacto de las decisiones políticas en la sociedad y cómo estas decisiones son recordadas o reinterpretadas con el tiempo. La memoria se convierte en un tema central, ya que el poeta examina cómo los actos de un político pueden ser recordados de diferentes maneras, dependiendo del contexto y de las perspectivas individuales.
Tu materia esencial fueron los otros. Ellos
te arrojaron al rostro su realidad, su infierno
para que dieras cuenta. Sin duda era lo justo;
desde el fondo distante de tus años y huesos
habías elegido la región que se aparta
de la muerte pequeña – la moral desdichada
del átomo de arcilla – el reino que apacienta
la opulencia del acto. Allí fue el movimiento
certero que abarcaste, apenas oscilando
desde la mente hasta tu propio acontecer,
pues fue el tuyo, entre todos, el ser menos frustrado.
Nadie sabe qué sitio, debajo de su frente,
ocuparon los dioses que responden, inmóviles,
a los requerimientos más altos y esenciales;
pero, sin duda, aquello se redujo a los términos
de relación, de vida entre los hechos
evidentes del hombre. El misterio, el lenguaje
nocturno de las cosas, el camino del viento
en la inquietud extraña del jardín clausurado,
fueron ensoñaciones a tu dominio ajenas.
Más no siempre la lógica, pues también consciente
que la igualdad padece, como un cáncer, el fondo
de toda acción, relámpagos que están minando el aire
más allá del ocaso de la tarde tranquila.
Pero tu ciencia clara fue situarse en el medio,
no ya en la superficie de la rosa o la infamia,
ni tampoco en el centro de tus motivaciones
sino en el punto ingrave en que sitúa al hombre
la remota y perfecta decepción de Aristóteles.
Por consiguiente, nadie arriesgará preguntas
que tú mismo no hiciste: si el poder es la abierta
culminación o el triste ademán inmaduro
de una razón primera. Uno piensa en tu muerte
y no concluye nada si no deja en los otros
– motivo de tus días- el juicio que declare
el peso de tu absurda responsabilidad.
El resto apenas cuenta: desvaídos objetos
de tus noches de estudio, las palabras, el orden
que pensaste y, es posible, la msima realidad que fue tu dura amante
y que ahora apesura y supera tu propia degradación
En conclusión, «Nuestros días mortales» no solo introduce al lector en el universo poético de Joaquín Giannuzzi, sino que también invita a una profunda reflexión sobre la existencia y la condición humana. Su estilo claro y su capacidad para abordar temas universales hacen de este libro un referente en la poesía argentina contemporánea. Giannuzzi, a través de su obra, nos recuerda que la poesía es un medio poderoso para explorar las complejidades de la vida, un camino hacia la comprensión de nuestra propia humanidad en un mundo que, a menudo, parece desafiar nuestra comprensión.