Hojeo viejas revistas. El número 96 de la Revista Pelo, editada en mayo de 1978, da cuenta de un clima de época que empapó los últimos años de la música popular en general y del rock argentino en particular.
La tapa no es de las más recordadas, ni tampoco dice mucho, un recuadro inmortaliza la banda británica Status Quo, mientras que los títulos adelantan algunos de los contenidos que incluyen una nota al grupo Rayuela, una entrevista con León Gieco, contenidos relacionados con Mike Oldfield, Rick Wakeman, Jon Anderson y con los estadounidenses Television. En esa portada también hay algo que se anuncia con una palabra Mujeres. Hay dentro una nota que podría desglosarse aparte y que rescata una conversación con María Rosa Yorio, Mónica Campins y Liliana Vitale bajo el título Mujeres y Rock. Pero nada de eso llama la atención que empuja esta nota.
En el entrelíneas de las páginas que pasan, la revista da cuenta de la inauguración de “un local de jazz, Jazz & Pop, ubicado en la calle Chacabuco 508, dirigido por el contrabajista Jorge González y el baterista Néstor Astarita”. La editorial pone el ojo sobre la visita a la argentina de Hermeto Pascoal y entre las noticias se anuncian actuaciones, con formación renovada, de Generación 0, la banda de Rodolfo Mederos.
Ya en marzo de 1977, la revista Expreso Imaginario había dedicado una tapa al jazz rock y lo había nombrado como “el fenómeno musical de la década”. En la Argentina militar, los grandes conciertos eran cosa del pasado. Salvo honrosas excepciones el circuito volvió a concentrarse en pequeños espacios que, independientemente de su capacidad, sufrían la persecución represiva de modo constante.
Aunque el primer disco solista de Spinetta (A 18’ del sol – 1977) había sido recibido con el ceño fruncido por parte de una buena parte de la escasa prensa especializada y con distancia por parte del público que seguía pidiendo a gritos las canciones que ya formaban parte de un destacado listado de grandes éxitos, el sonido de ese material no hacía otra cosa que profundizar gestos estéticos que ya se habían experimentado en El Jardín de los Presentes (Invisible, 1976) y que, en menor medida, latían en algunos pasajes de las bandas abocadas a las corrientes del denominado rock sinfónico que comenzaba a quedar “añejo” en el panorama musical argentino.
Hay un fragmento de un diálogo de Spinetta con el público que lo fue a ver junto a la entonces banda que completaban Diego Rapoport y Machi Rufino que es paradigmático en ese sentido. Fue en el Colegio Lasalle el 17 de junio de 1977, meses antes incluso que la salida del primer disco al que le puso su nombre. “Yo quiero que este sea un concierto que pueda, de alguna manera, abrir una nueva pauta en cuanto a la música que se está ejecutando en Buenos Aires. Una de las características de esta pauta es comprender que en un viejo enemigo mío llamado jazz, encontré con el tiempo, un gran aliado, un gran amigo. De alguna manera, yo quiero rendir una especie de homenaje a todos los músicos de jazz, porque todo lo que nos gusta hoy, Stanley Clarke, un montón de tipos, tienen su origen en muchos músicos de jazz que nosotros ignoramos, o por prejuicio no les queremos dar bolilla, pero que esos tipo tocan, sabes cómo”, advirtió Luis Alberto en esos tiempos en los que la música popular argentina se había rendido a los pies de Astor Piazzolla.
Vuelvo a la revista, en la que también aparece una reseña de los conciertos que la Banda Spinetta (que completaban Luis Cerávolo en batería, Edu Zvetelman en teclados, Ricardo Sanz en bajo y Bernardo Baraj en saxo) brindó durante los lunes de abril de 1978 en el Teatro Astral. Luego de una treintena y media de páginas, un anuncio anticipa la actuación de un cuarteto de nóveles artistas encabezados por Pomo, que venía de tocar en Invisible y ya había ensayado su paso por Seleste, la banda liderada por David Lebón. La actuación estaba pautada para el 22 y el 25 de mayo en el Teatro Estrellas, de Riobamba 280. A partir de las 20, el baterista se iba a subir al escenario acompañado de Frank Ojstersek, Juan Del Barrio y Lito Epumer. La banda se llamaba Sr. Zutano.
La relación entre Epumer y Pomo se remontaba a los últimos tiempos de Invisible. De hecho, hay data que da cuenta de un trío que completaba Machi hasta el momento en que Spinetta lo invitó a formar parte de su banda y Pomo fue a probar suerte con Lebón. Hacia comienzos de 1978, guitarrista y baterista vuelven a unir fuerzas y, con la cabeza ya puesta en un proyecto grupal más amplio, convocan a Juan Del Barrio (que recientemente había abandonado las filas de M.I.A.) y al bajista Frank Ojstersek, que ya había formado parte de la banda Reino de Munt (junto a Alejandro Lerner, Raúl Porchetto, Gustavo Bazterrica y Horacio Josebachvili) y había acompañado actuaciones de PorSuiGieco y Pastoral. En la gestación, el lugar de tecladista también había sido ocupado por Mario Monticcelli, aunque su participación nunca se llegó a plasmar en las (pocas) presentaciones de la banda en vivo.
Ya en la primera entrevista que le dieron a la Pelo (número 99) los Zutano eran consultados por su condición de “supergrupo”. “La forma en que se gestó Sr. Zutano no tiene ninguna diferencia con la formación de cualquier grupo de principiantes”, decía por entonces Juan Del Barrio. “Cuando me separé de M.I.A. a la primera persona que fui a ver es a Lito, no porque me haya propuesto formar un grupo con él, sino para tocar, estar en contacto. En vez de ir a ver a un profesor, que además no hay, fui a él para decirle que no sabía nada, y lo gastaba, porque estaba casi en cero”, comentaba el tecladista. “Cuando me quedé sólo y empecé a buscar gente para tocar no sabía con quién me iba a encontrar. Y jamás, jamás, hubiese pensado en tocar con gente como ellos. Por ahí, si tenés todos los instrumentos del mundo y doscientos mil dólares en el banco, no te sale un grupo así”, contestaba Pomo apoyando solapadamente la idea que se expresaba en la pregunta de su interlocutor.
Asentados en la impronta de los tiempos, el cuarteto desarrollaba una fina propuesta en la que la fusión y el jazz rock eran elementos característicos. Los temas era en su gran mayoría instrumentales y los que tenían letra surgían de la lírica de Pomo y se expresaban en la voz de Ojstersek, que ya tenía antecedentes como vocalista. Aunque el debut de la banda tuvo una buena acogida por parte de la prensa, apenas si volvieron a presentarse en vivo en medio de un clima en que la música de rock en Argentina vivía una de sus crisis más importantes en materia de espacios para tocar y las posibilidades concretas de grabación.
Para su actuación en el Teatro Lasalle, la crítica de Pelo destacó su rápida “personalidad musical cercana a la madurez”. A la vez, se destacaba que “la razón” de su “potencia y sensibilidad” estaba asentada en “la trabazón armónica de los temas” que sirvió para “consolidar un basamento firme para que los solos adquieran un vuelo y una flexibilidad sin estereotipos ni clisés”. Esa fue la última vez que tocaron en vivo.
Cada vez que las crónicas de época hablan de la banda es un lugar común apegarla con el calificativo de «fracaso«, sin ahondar demasiado en lo que, con la perspectiva que el tiempo permite, ese conjunto de músicos representó para el devenir del género en nuestro país. “Para mí fue un grupo muy importante. En el momento en que estuvimos juntos mató. En esa época, ni la gente ni nosotros nos dimos cuenta de lo que era, pero, después de lo que ocurrió en el movimiento desde entonces hasta ahora, me parece algo que mató. No digo que fue impresionante, pero por lo menos tenia composiciones buenas y varias de ellas eran originales”, supo decir Pomo años después, en las puertas del proyecto que Spinetta Jade.
Cuando Luis Alberto convidó a Pomo a formar parte del proyecto con el que arrancaría la década de los ochenta (en términos calendarios, porque en términos musicales Jade no es otra cosa que el corolario de la segunda etapa de los setenta spinettianos), en baterista ofreció sumar a Juan del Barrio. Sólo que Spinetta lo quería para que se haga cargo de los bajos desde el sintetizador. Las teclas eran originalmente para Lito Vitale pero una serie de eventos desafortunados imposibilitaron su participación que generó un inconveniente rápidamente resulta con la llegada de Diego Rapoport. El ex Almendra, Pescado Rabioso e Invisible también lo quería a Pedro Aznar, que estaba en Serú Girán, la banda posiblemente más “exitosa” del momento. Su lugar fue ocupado por el uruguayo Beto Satragni.
Rápidamente, Satragni abandonó el grupo para dedicarse a sus proyectos y su lugar fue ocupado por Ojstersek, quien participó oficialmente de la formación que grabó Los niños que escriben en el cielo, de 1981. Si bien en ese álbum los teclados estuvieron a cargo de Leo Sujatovich, hubo un tiempo en el que ¾ partes de Sr. Zutano fueron la base de Spinetta Jade.
El tiempo de Lito Epumer iba a llegar sobre el final de la vida de ese proyecto que marcó la transformación de Spinetta del jazz rock a un lenguaje mucho más relacionado con la música pop que todo lo impregnó en los ochenta. Fue para el disco Madre en años luz, editado en 1984, que a la postre se convirtió en el último disco de la banda.
“Busco meterme en una cosa sin tregua, que ni siquiera me de tregua a mí”, decía Pomo en la génesis de Sr. Zutano. Quería “empezar desde cero y ofrecer a toda la gente que está conmigo la posibilidad de hacer lo mismo. Porque soy un músico y pienso que es la necesidad del músico poder hacer todo, y además comprometerse. Si no te comprometes un poco más allá, no crecés. El tipo que no avanza, no está parado: retrocede”, aseguraba. Él le metió pata, se fue a comprar instrumentos a los Estados Unidos y empujó ensayos y ensayos para lograr un sonido pulido a la altura de la empresa que se proponía. La crisis económica, la asfixia represiva, las trabas burocrática para la llegada de nuevas herramientas de trabajo y los consecuentes desgastes internos dejaron truncaron un proyecto que quedó flotando en el inconsciente colectivo del mundillo rockero de finales de los setenta y se materializó en sonidos posteriores.
Puede que Sr. Zutano haya sido una anécdota en la historia de la música argentina. Pero queda una huella, latente y sonante. Capaz, como siempre, sólo hace falta parar la oreja.