Hay libros que no se leen: se atraviesan. No por falta de sentido, sino por exceso. László Krasznahorkai escribe desde ese lugar: el vértigo de la frase que no termina, la respiración que se extiende más allá del punto, la sintaxis que se vuelve paisaje. Lo que hace es arrastrar. Y en ese arrastre, algo se revela: una forma de mirar el mundo que no se deja domesticar.
Este año, el Premio Nobel de Literatura fue para él. Un autor húngaro, nacido en Gyula en 1954, que desde hace décadas construye una obra marcada por el colapso, la espera, la descomposición. Sus novelas no tienen héroes, ni tramas convencionales. Lo que tienen es atmósfera, ritmo, pensamiento. Y una pregunta que se repite: ¿Cómo narrar el derrumbe sin caer en el espectáculo del derrumbe?
Pero lo que vuelve singular este Nobel, al menos desde Argentina, es que dos de sus libros más recientes fueron publicados por Sigilo, una editorial independiente que desde hace años apuesta por lo que no se acomoda. En un ecosistema editorial donde la urgencia y la rentabilidad suelen marcar el ritmo, Sigilo eligió a Krasznahorkai. Y ese gesto, más allá del premio, merece ser leído.

Publicar lo difícil
El último lobo y Al norte la montaña, al sur el lago, al oeste el camino, al este el río son los dos títulos que Sigilo incorporó a su catálogo. El primero es una novela escrita en una sola frase, donde un profesor alemán cuenta una historia sobre la extinción de los lobos en Extremadura. El segundo es una meditación sobre la belleza, el tiempo y el silencio en un monasterio japonés. Ninguno de los dos responde a las lógicas del algoritmo. No hay ganchos, ni fórmulas. Lo que hay es lenguaje, pensamiento, contemplación.
Publicar estos libros en Argentina no fue solo una decisión estética. Fue una forma de resistencia. Porque en un país donde las editoriales independientes sobreviven entre crisis económicas, inflación y distribución desigual, apostar por una obra que exige tiempo, atención y entrega es también una forma de decir: la literatura todavía puede ser un espacio de riesgo.
El lector como cómplice
Leer a Krasznahorkai en castellano no es nuevo. La editorial española Acantilado ha traducido buena parte de su obra: Tango satánico, Melancolía de la resistencia, Guerra y guerra, El barón Wenckheim vuelve a casa. Pero en Argentina, su circulación ha sido limitada. Sigilo vino a ocupar ese vacío, a traerlo al presente lector argentino, a ponerlo en librerías donde el lector no es cliente, sino cómplice.
Ese lector, que busca algo más que entretenimiento, encuentra en Krasznahorkai una forma de pensar. No una respuesta, sino una pregunta sostenida. ¿Qué queda cuando todo se desmorona? ¿Qué lenguaje puede nombrar lo que no tiene forma? ¿Cómo narrar sin caer en la trampa del sentido?
El Nobel como excusa
El Nobel no legitima la obra. La obra ya estaba ahí, esperando ser leída. Pero sí ilumina el gesto editorial. Y en ese gesto, también se revela una escena cultural que resiste: editoriales que apuestan por lo ilegible, por lo incómodo, por lo que no se puede resumir en una sinopsis. Porque hay libros que no se venden: se ofrecen. Y hay lectores que no consumen: se entregan.
Es como si Krasznahorkai escribiera desde el borde. Mientras Sigilo publica desde el margen. Y en ese cruce, algo se afirma: que la literatura, incluso hoy, puede ser un lugar donde el lenguaje se vuelve experiencia, donde el tiempo se dilata, donde el mundo se piensa desde otro ritmo
