Conversamos con la escritora Giovanna Rivero que nos invita a recorrer los pliegues de una narrativa que se mueve entre la memoria, lo fantástico y las problemáticas sociales de América Latina. Nacida en Montero, Santa Cruz, Bolivia, en 1972, Rivero se ha consolidado como una de las voces más singulares de la literatura contemporánea. Su formación académica incluye una maestría y doctorado en literatura latinoamericana en la Universidad de Florida, tras haber participado en el International Writing Program de Iowa. Además de su labor como escritora, ha sido docente universitaria y cofundadora de la editorial Mantis Narrativa junto con Magela Baudoin.
Su obra abarca tanto el cuento como la novela, con títulos como Las camaleonas (2001), 98 segundos sin sombra (2014), Tierra fresca de su tumba (2020), Roxelana (2022) y su más reciente novela Alma oscura del alba (2025). En estos textos, Rivero explora los límites de la experiencia humana —la enfermedad, la migración, la muerte — y se adentra en territorios donde lo real y lo fantástico dialogan con tradiciones como el realismo mágico y el llamado gótico andino, aunque ella misma prefiere hablar de un “gótico tropical” que se despliega en paisajes, resurrecciones y atmósferas cargadas de memoria y subconsciente.
Rivero reflexiona sobre la diversidad de voces que caracteriza la literatura latinoamericana actual y el papel de las escritoras en la renovación de imaginarios y genealogías silenciadas; habla de la memoria como archivo emocional más que como dato objetivo; de su identidad boliviana como una patria múltiple atravesada por la migración y la distancia; Y la noción de antropoficción vinculada a la catástrofe y la extinción de la especie. También señala cómo las heridas sociales se encarnan en los personajes, como ocurre en Alma oscura del alba, donde el extractivismo aparece no como denuncia documental sino como uno de los horrores que atraviesan la vida de Alma, su protagonista.
Otra Canción: ¿Qué rasgos considerás más distintivos de la literatura latinoamericana contemporánea y cómo dialoga con sus tradiciones, desde el realismo mágico hasta las escrituras urbanas y fragmentarias? ¿Creés que hoy se define más por la diversidad de voces que por una estética común?
Giovanna Rivero: Es una pregunta inmensa que no podré abarcar ahora, pero mínimamente podría decir que en la contemporaneidad de la última década se ha manifestado un interés muy marcado por géneros como la ciencia ficción en sus diversas variantes y por el fantástico. Lo interesante es que la otra frase adjetival que contenía a estas escrituras, la frase “no miméticas”, se ha visto burlada por la propia realidad. La tecnología es la que ha perpetrado tal afrenta contra esa categoría, pues con su capacidad de atravesar las ciencias, sobre todo la ciencia médica, ha propiciado la emergencia o la inminencia de un sujeto post humano cuya superioridad corporal desafía los límites hasta ahora conocidos por nuestros cuerpos de fabricación siglo XX.
Lo curioso es que, en cuanto a los temas abordados por la literatura, el puente o la brecha entre los otrora géneros ‘no miméticos’ y el realismo se ha acortado. La gran oportunidad que esta ironía ofrece es la de volver a ocuparnos del lenguaje como la arcilla fundamental de nuestro arte, la de poner nuestra imaginación y energía creadora en la lengua literaria, pues está visto que de los temas se está ocupando la propia vida en su fase siglo XXI. Y quizás eso es lo que todavía el realismo mágico tiene por enseñarnos: no se trata solo de qué temas decidimos ocuparnos desde la ficción, sino cómo los tratamos desde la palabra. García Márquez, por ejemplo, hizo de la proliferación metafórica todo un sistema literario. ¿Cómo estamos las escritoras de estos tiempos recorriendo ese laberinto del Minotauro del lenguaje para liberar las pequeñas verdades? Hoy más que nunca, nuestra batalla es contra el adjetivo fácil, previsible.
O.c: ¿Qué papel juegan las escritoras latinoamericanas en la renovación de los imaginarios literarios de la región?
G.R: Creo que las propuestas ficcionales de una diversidad de escritoras latinoamericanas constituyen portales hacia una renovación de los imaginarios desde múltiples singularidades. Para ello, sin embargo, ha sido fundamental la indagación en el pasado, en la simiente, pues solo redescubriendo escrituras de mujeres que, en muchos casos, no gozaron de la visibilidad que merecían para ser más y mejor leídas es como se puede hablar de renovación. Si no sabemos qué arquetipos respiran en esa genealogía silenciada, quizás sea más difícil darles un vuelo más alto a nuestras construcciones narrativas contemporáneas. Pero esto, por supuesto, aplica a toda búsqueda honesta, y sin volver panfletaria la lectura de escritoras mujeres opacadas por las políticas culturales oficiales o tácitas de cada época. Leerlas con amor y curiosidad, sin utilitarismo ideológico. Asimismo, creo que leer el canon –compuesto en su mayoría por escritores varones– desde otras interrogantes también nos permite apuntar a una renovación mucho más rompedora y significativa.
O.c: La memoria aparece como capas sedimentadas en tu narrativa y como un modo de interrogar la historia. ¿Qué papel juega en tu literatura y qué tipo de verdad buscás explorar a través de ella?
G.R: Creo que la memoria es el archivo por excelencia de la vida humana. Esto, sin embargo, no la convierte en un cúmulo de datos infalibles, objetivos; todo lo contrario, la memoria tiene una capacidad de edición estremecedora, recortando de la existencia esto o lo otro, y esa selección afectiva es lo que construye sentido. Con mis historias y personajes, intento precisamente que la indagación en la memoria contribuya a esa construcción de sentido; esa es mi batalla contra el absurdo y contra la angustia existencial, tan inherente a nuestra ontología. Y cuando digo “sentido” o memoria-sentido, no establezco una equivalencia con ‘lo lógico’. La memoria puede ser delirante, lírica, anárquica, incompleta, pero siempre revelará algo. Y es que la memoria es emocional; me parece que es así como registramos un recuerdo, por lo que el cuerpo ha conseguido imprimir: un olor, un paisaje, una melodía, las reacciones de nuestras células ante algo… ahí reside la certeza, todo lo demás es dato duro que no siempre consigue trascender.
O.c: ¿De qué manera tu identidad boliviana atraviesa tu escritura y cómo ves el lugar de Bolivia y sus tradiciones culturales dentro del mapa literario latinoamericano?
G.R: Ya de por sí la palabra “identidad”, algo que remite a lo que es idéntico, probablemente inamovible, constituye un corsé. Pero, como toda ‘identidad’ que se ve por fuerza acompañada de un gentilicio o de un adjetivo –identidad boliviana, en este caso–, la mía es también mutante. Reconocerme como una migrante en estas épocas de tanto movimiento es lo que me permite aflojar un poco esos puntos de anclaje. Justamente la escritura me ayuda en esa tarea, pues desde ahí interrogo mi patria, sus paisajes, sus heridas cosmogónicas, mis formas de pertenencia… desde la escritura es que la patria se me vuelve múltiple.
En mi libro de cuentos Tierra fresca de su tumba es donde me entregué con mayor pasión a ese ejercicio de desmontaje, pues me atreví a narrar sobre comunidades bolivianas que apenas conocía, que no estaban en el centro de la conversación pública, y ese acercamiento amoroso y extrañado, desde la distancia física, paradójicamente me permitió reorganizar también mi subjetividad, entender de qué se había alimentado mi imaginario boliviano.
O.c: En entrevistas mencionaste tu interés por la “antigua oscuridad” que atraviesa América Latina. ¿Cómo se conecta esa idea con la actualidad y con los temas que elegís narrar?
G.R: Con “antigua oscuridad” me refería, en realidad, a las preocupaciones fundacionales de lo humano: la muerte, la trascendencia, la finitud, el cielo nocturno, el mar inabarcable, esos espacios arrasadores donde el sujeto se hace nada y todo. Y eso, claro, está presente en la gran composición psíquica de todo lo humano.
O.c: Has cultivado tanto la novela como el cuento. ¿Qué desafíos y oportunidades encontrás en cada género, y cómo decidís cuál es el formato adecuado para una historia?
G.R: El cuento es un mar en el que he navegado desde el principio, pero un mar conocido no deja de ser peligroso, impredecible, por lo que cada vez me enfrento a las esquinas de ese género con cierto sobresalto. La novela me es más arisca, pero me seduce profundamente, quizás porque, al igual que la vida, está inmanentemente constituida por la entropía.
Me gustan esas novelas en las que el recorrido por una existencia supone atravesar hondamente otras existencias, no solo de personajes humanos, también de comunidades, de objetos, de animales. Por lo general, sé de antemano que lo que deseo escribir es una novela, siento muchas ganas de diluirme en su complejidad; no puedo decir lo mismo del cuento, pues experimento el deseo de escribir como una pulsión muy puntual, casi insoportable, y entonces adviene el cuento, aunque sin garantías de que se mantendrá en sus límites. Algunos de mis cuentos han sido disparadores de lo que luego he abordado como ensayo o como novela.
O.c: En Tierra fresca de su tumba trabajás con ambientes rurales y lo fantástico. ¿Qué continuidad o ruptura encontrás entre ese libro y tu obra posterior, y cómo dialoga con la tradición gótica latinoamericana?
G.R: Tierra fresca de su tumba fue, de un modo ambivalente, continuidad y ruptura con relación a los libros que había publicado. Continuidad porque, desde que comencé a escribir ficción, muy jovencita, caí una y otra vez en la tentación de acercarme a lo sobrenatural, a las emanaciones del inconsciente, a lo que se escurre de las epistemes aceptadas, de modo que Tierra fresca no fue una excepción. Por otra parte, en este libro se dio una relación más orgánica entre los cuentos, como si todos fueran planetas de una misma galaxia. Siempre digo que los escribí bajo un mismo estado de ánimo y es ese espíritu el que enhebra los textos: una vocación melancólica, una revisión de los márgenes de la vida.

O.c: Tus personajes suelen estar atravesados por la enfermedad, la migración o la muerte. ¿Qué te interesa explorar en esos límites de la experiencia humana?
G.R: Las tres cosas que has mencionado implican una frontera, un umbral estremecedor, un pasado y un horizonte. Incluso la muerte, pese a su promesa de clausura, es un portal. Creo que eso es justamente lo que busco cuando empujo a mis personajes a atravesar esas intersecciones, que me muestren, cual si fueran médiums, lo que hay más allá, en los confines de la existencia o del cuerpo atormentado.
O.c: En Alma oscura del alba explorás la frontera entre lo real y lo fantástico, con elementos cósmicos y espirituales. ¿Qué significa para vos la etiqueta de “gótico andino” y cómo se manifiesta en tu narrativa?
G.R: He conversado bastante sobre la etiqueta “gótico andino” aplicada a lo que yo hago. Ni todo lo que escribo cabe allí, ni busco hacerlo entrar a la fuerza. Creo que es un espacio de coincidencia para algunos textos de esta contemporaneidad, pero no define de un modo absoluto mis búsquedas. En todo caso, algunos de mis relatos podrían ser reconocidos como “gótico tropical”, si nos vamos a guiar por la atmósfera, el paisaje, las resurrecciones, como algunos de los principales factores de este resurgimiento del género en América Latina. A veces me tienta pensar que las cavidades y bóvedas que mejor contienen mis intereses ‘góticos’ siguen siendo el cuerpo, el corazón atormentando, el subconsciente, la memoria.
O.c: La trama de Alma oscura del alba se sitúa en una reserva indígena acosada por el extractivismo. ¿Qué diálogo buscás establecer entre la ficción y las problemáticas sociales actuales de América Latina?
G.R: Lo que pasa en Alma oscura es que uno de los personajes protagónicos, Alma, se instituye como una especie de broche entre las problemáticas del cielo y los terrores del subsuelo. Ella no puede escapar de ese eje de tensión. Nunca fue mi deseo narrar el extractivismo por el extractivismo, pues para eso miramos un documental, pero sí abordarlo como uno de los horrores a los que Alma se enfrenta en su búsqueda de respuestas a lo que le ha ocurrido. En mis textos, por lo general, pasa eso: que las heridas sociales se hacen cuerpo en los personajes, pues los personajes –como los seres humanos– están atravesados por esa otra gran ficción que es la Historia. Ellos intentan, entonces, aproximarse al filo más auténtico, y para ello, hay que morir un poco.

O.c: Has definido tu narrativa como “antropoficción”, vinculada a la extinción de la especie y a personajes desahuciados. ¿Cómo se articula esa idea en los mundos que construís?
G.R: Cuando escribí ese ensayito en 2018 sobre la antropoficción, todavía no estábamos hablando masivamente del Antropoceno en tanto un eje transversal de toda actividad y manifestación humana, incluidas la literatura y el arte en general; hoy creo que, aunque ese texto no ha perdido vigencia, tampoco es ya novedad. En ese ensayo hice hincapié en la idea de catástrofe como un género literario del que la Biblia supo hacer gran uso. La catástrofe es la épica de la supervivencia frente a una voluntad divina que encuentra en la naturaleza su mejor lienzo, justamente para inscribir ahí la debacle, el final. Creo que estamos en uno de los episodios más definitorios de la novela-río que es ‘La Catástrofe’.
O.c: ¿Estas trabajando actualmente en algún libro o proyecto?
G.R: Estoy tomando notas, que es una fase de trabajo preliminar bastante sensible, pues coexisten a partes iguales el entusiasmo por un nuevo proyecto y el temor a no poder dar con la verdadera puerta de entrada. En este momento estoy alistando una mudanza exigente: me voy con mi familia a otro estado, y ya sabemos que en Estados Unidos mudarse de estado es casi como emigrar a otro país. Me espera un paisaje distinto y una vida con tareas que me llenan de ilusión y que exigirán de mí lo mejor. Espero poder estar a la altura. Eso me ha tenido la cabeza a full, por lo que escribir se me ha vuelto algo más complejo. Tengo que atravesar este fuego, esta transición, para construir otra serenidad.
O.c: Para terminar, si alguien te pide que recomiendes una canción o un músico para acompañar las lecturas de tu libro ¿Cuál sería y por qué?
G.R: Precisamente, hace unos días, mi marido, Alex, me comentaba que la lectura de Alma oscura del alba le invitaba a conectarse con la propuesta de la banda Mazzy Star. Y creo que tiene razón. Hay en su estética una suerte de dolor dulce, que es el mismo que embarga a Alma. Y si nos metemos en la historia increíble de abducción extraterrestre que Alma dice haber experimentado mientras escuchamos a Hope Sandoval cantando “Fade into You” aún mejor. La nostalgia por algo que en realidad nunca tuvimos debe de ser la más desconcertante, y diluirse, desparecer en el otro, en lo otro, es el núcleo de esta novela.