“Los pibes no querían tocar este tipo de música conmigo entonces me amigué con la tecnología”. Así resume Facundo Salgado el desenlace final de la historia que dio origen a su estilo y marca estética que tiene nombre: Rumbo Tumba.
Salgado arrancó con la música escuchando e interpretando la música que marcó a la juventud porteña/bonaerense de la década de los 90. El hardcore y el punk de Fun People eran banda de sonido y repertorio para aquellos años en los que Facundo comenzó a estudiar Historia Social Latinoamericana y a conocer el continente. Ahí la flasheó. Conoció nuevos sonidos, se encontró con nuevos instrumentos y decidió que desde allí iban a surgir su nueva forma de expresarse, que iba a sostener algunos principios ideológicos y organizativos que habían estado presentes en sus primeros tiempos como artista, pero que ya no lo tendrían con la banda de amigos con la que se había formado y crecido.
Con la cabeza puesta en la creación y ejecución de una música latinoamericana anclada en el siglo XXI, Salgado creó Rumbo Tumba en el 2012. Con ese proyecto, mixtura elementos milenarios con trabajos propios de la música electrónica generando una propuesta de folklore sudamericano electro-acústico que lo ha llevado a girar por Latinoamérica y Europa.
El proyecto se focaliza en la ejecución de diversos instrumentos acústicos dando lugar en el vivo a una coreografía en la que se mueve continuamente entre charango, ronroco, contrabajo, percusiones y aerófonos andinos, ejecutando, grabando y mezclando con sus pies y manos en tiempo real.
A finales del mes pasado, Salgado lanzó Río Adentro, un disco de 7 canciones abordadas desde una mirada experimental, ”inspiradas en ese gran constructor que es el río formando isla y monte en su lento camino hacia el mar. Un viaje al interior de uno mismo que hace eco en las profundidades de la naturaleza”, dice la gacetilla que lo presenta.
El fin de semana lo presentará con dos fechas (6 y 7 de noviembre a las 20.30) en Roseti Espacio (Gallo 760 – Bs As).
-Me interesa el comienzo de todo. ¿Qué encontraste en esa música de raíz latinomaricana que te enamora por fuera de lo que venias haciendo y escuchando?
-Me parece que hay un sentimiento de pertenencia que se empieza a desarrollar de un modo distinto a medida que vamos creciendo. Yo tengo 38 años y me doy cuenta de que en los 90 aprendimos a amar a bandas de rock gringas y cosas que llegaban desde afuera. Yo sigo escuchando porque me gusta, pero es como que en un momento está bueno decir “che, loco, somos de acá” y se me despertó ese interés que me hizo encontrar un montón de música que la pegó mal. También me ayudó el hecho de haber conocido la historia y mezclarlo con la experiencia de viajar. Es decir, yo amo Los Ramones, pero mirá lo que tenemos acá.
-¿Y quiénes fueron tus Ramones latinoamericanos?
-De entrada, a mí me gustó mucho la música andina. La chilena, por ejemplo, tiene algo muy especial porque en la época de la dictadura, los folkloristas estaban muy en una. De esa época son los Inti Illimani, Los Jaivas y toda esa gente que se tuvo que exiliar y llevó eso música por todo el mundo. Yo venía escuchando rock, que es todo 4×4, y de repente te das cuenta de que hay una cantidad riquísima de rítmicas y cuestiones que tienen que ver con la música que me la volaron. No entiendo qué hacemos todavía escuchando música en 4×4.
-¿Instrumentalmente qué fue lo que descubriste?
-Lo primero que agarré fue el charango. Yo siempre toqué los instrumentos desde lo que a mí me salía. Nunca fui muy académico, eso me permitió además agarrar un montón de cosas que se me iban apareciendo. Por ahí voy a lo de algún profesor para tratar de destrabar algo que tenga que ver con algo puntualmente técnico, pero siempre me mando solo.
-¿Y el siguiente paso cuál fue? Después de quedarte sólo y decidido a hacer esto que hoy te escuchamos hacer.
-Cuando apareció la tecnología cambio todo. Era el 2006 y yo grababa todo en una portaestudio que no me permitía tocar en vivo. Después empezó a aparecer todas las posibilidades de trabajo a partir del looper, que acá creo que sólo lo hacía Juana Molina. Me acuerdo que un chabón que venía de Inglaterra a vender cosas apareció en Mercado Libre y dije “esta es la mía”. Así que me lo compré y pude empezar a salir a tocar. Para mí eso fue también un desafío porque venía tocando todavía con banda, pero le fui agarrando la mano. Grabé un video en casa, lo subí a las redes y me llamaron de algo que se llamaba Loop Station World Championship, que organizaba Roland, que era la única marca que fabircaba el producto. Gané un premio ahí y me llamaron de Bienal de Arte Joven, por lo que terminé laburando con Tweety González, Edu Smith y toqué en el Konex. Esas cosas me cachetearon un poco, pero al mismo tiempo me dieron fuerza para arrancar con mi etapa como solista.
-Y de todo eso venimos a este disco, Río Adentro. ¿Cómo nació?
-Este disco nació en pandemia. En 2019, yo había viajado por todo el mundo y de esa etapa nómade, terminé pegando un cuartito en Capital que me obligó a irme para adentro. Mi amigo con quien yo trabajo prácticamente todo (el fotógrafo Matías Barutta) estaba penetrando el monte en ese mismo momento, y él tampoco podía salir de ahí. Entonces empecé a crear esa especie de metáfora pensando en eso. Además, el Río Paraná no es algo muy amable, te pica, te corta, es un monte denso, no es que estas en la playa pasándola bomba. Esa es la idea. Pensar un paralelo entre esas dos realidades a partir de la existencia de un lugar en el que te cuesta un poco entrar pero una vez que lo lograste empiezan a aparecer altas magias y altos tesoros. Le pase el material a mi equipo visual y terminamos haciendo un cortometraje y una muestra de fotos que terminó cerrando todo el concepto.
-A mi me sigue llamando la atención la forma en que logras trazar un mapa del río imaginándolo desde adentro de un cuartito. ¿Cómo se hace para mantener esa conexión?
– Es un poco por el anhelo de estar en otro lugar. Para mí, la conexión es la naturaleza. Yo hago música instrumental, conceptual, hago discos y no canciones sueltas; y siento que todo forma parte de algo más grande. En este caso de Rumbo Tumba. En 2015 esta Cable Tierra, en 2018, Madera Sur, y todos los videos y las fotos son en el río. Este también tenía que ser en el río porque laburo sobre eso. De hecho, por cómo se dio todo yo terminé en Capital, pero mi amigo estaba allá. Entonces pude pensar el ir para adentro, a mi manera y hablando con Mati, pude canalizarlo por ese lado.
-Encima el disco sale en un momento en el que el Delta de Río Paraná no la esta pasando muy bien. ¿Eso qué te genera?
-Nosotros siempre estamos en una que quiere visibilizar la belleza de un lugar, pero sin dejar de ver todo lo otro. Específicamente, nosotros estamos sobre esa canal que está en Campana, una zona súper industrial en la que los ciudadanos no accedemos a la costa. Ahí están Axxion, Esso, Honda, Monstanto, que se yo. El río no es de la gente y queremos mostrar todo, aunque el disco se aborde desde un plano más conceptual que de denuncia.
-Hablas mucho de tus viajes. ¿Con qué te encontrás cuando viajas con estas propuestas?
-Un poco de todo porque también, al trabajar desde la autogestión, me encuentro en lugares y en contextos muy distintos. En los últimos años terminé entrando en grandes festivales del circuito europeo y es re loco porque me pasa que mi música tiene un costado muy de raíz y otro muy relacionado con la tecnología; entonces hay veces en las que termino tocando en festivales de world music y otras en lugares muy de música electrónica en los que yo estoy en una carpa a la que la gente va a relajarse. También me pasa que estoy en eventos muy grandes y muy masivos, y en centros culturales muy chiquitos. Y aunque eso parezca muy loco, yo voy a tocar a todos lados donde se pueda.
-¿Y notás esa conexión con la naturaleza que te proponés trasladar a la obra?
-Si, de una. Hay un festival en España que se llama Pirineos Sur, que es uno de los encuentros más viejos y más grandes de world música allá. En 2019 me llevaron arriba de la montaña y me armaron un escenario que estaba en un lugar en el que la gente tenía que subir 2 mil metros para ver el show. Eso fue un flash porque el festival comprendió el concepto y armó todo eso por mí. Es decir, entendieron todo y la gente se copó.
-Una última. ¿Qué queda de aquel pibe que escuchaba Fun People?
– Sin duda quedó la importa punki del “hazlo tu mismo”, eso que yo veía cuando el Nekro se armaba sus giras por todo el mundo mandando cartas. Eso siempre me pareció increíble. A los 14 pegaba afiches con engrudo y ahora sigo haciendo lo mismo, sólo que se hace desde las redes.