El ruido tiene voz: Basket y la belleza de no complacer

Share on whatsapp
Share on facebook
Share on twitter
Share on telegram
Share on pinterest
Share on email

El jueves 3 de julio a las 20:30 en Cultural Morán, Federico Milstein—alias Basket—presentará su nuevo disco Para Sorpresa de Nadie con entrada libre y gratuita. Pero lo suyo no es simplemente un show: es una declaración. La noche incluirá música en vivo, DJ sets y una muestra colectiva de arte digital con Tomi Pomo, Rocío Fuhr, Maro Margulis, Andry Bett, Charlie Riobueno y el propio BSKT. La propuesta confirma algo que muchos ya intuyen: que Basquede es un proyecto que no se limita al sonido, sino que activa una experiencia sensorial, conceptual y política.

Quería que viniera todo el mundo, que no hubiera una barrera de entrada. Porque si esa noche se vibra lo que hicimos, si se celebra de verdad… entonces ya está”, dice Fede. “No me interesa cortar tickets. Me interesa compartir.”

A nivel sonoro, Para Sorpresa de Nadie se percibe como un viraje, incluso para quienes venían siguiendo el recorrido de Basket. Hay riffs, más guitarras, un pulso rockero que antes era apenas una energía difusa. “Pasó bastante tiempo entre el disco anterior y este”, cuenta Fede. “Yo, habiendo hecho los dos, noto una conexión y una progresión. Pero si no venís siguiendo el proyecto, parece algo bastante distinto”. Lo que lo ayudó a dar ese salto fue el tiempo, pero también la confianza: “Este segundo disco me encontró con más espalda, con nuevas inquietudes. Me permití hacer cosas que me habían quedado afuera del primero”.

Lo cierto es que su disco anterior ¿De qué sentido común me estás hablando? (2021) nació en plena pandemia, casi como un acto de encierro. Este, en cambio, suena a explosión y reapropiación. “Después de la pandemia volví a ver muchas bandas de rock, conecté con algo que se había perdido. Y me dije: ‘quiero armar una banda, quiero que lo que hago suene a eso’”. El resultado no es un disco estrictamente de rock, pero sí una obra que transmite el deseo de ruido, de cuerdas vivas, de escenario. “Basket es un proyecto de rap con espíritu de rock. Es una frase medio vaga que no me termina de convencer, pero ayuda a explicar lo que hago”.

Esa hibridez no es caprichosa: es consecuencia de su propia historia. Milstein empezó como guitarrista en una banda. La voz le llegó tarde, y su forma más cómoda de cantar fue rapeando. “Me gustaba mucho el rap, y me sentía menos expuesto. Me salía más natural”, recuerda. Pero en ese gesto también había límites: partes de sí mismo quedaban afuera. El nuevo disco—más íntimo, más afilado, más físico—parece reunir todos esos fragmentos dispersos. “Baasket nació desde una estética muy noventosa, farandulera, exuberante. Yo soy del 90, me crié con todo eso. Incluso el nombre viene de ahí. Pero con el tiempo el proyecto fue mutando. Y eso está bien”.

Quizás por eso Para Sorpresa de Nadie se siente como un espejo. No de una identidad fija, sino de todas las versiones que alguien puede habitar al mismo tiempo. El que se ríe y el que duele. El que samplea y el que grita. El que ironiza y el que calla. Todo eso está en el disco. Todo eso es Basket.

Compartir, en su caso, no significa complacer. Para Sorpresa de Nadie es un disco incómodo, urgente, áspero y lúcido. No busca agradar, sino mover. Y ese movimiento es interno: del cuerpo, de la cabeza, de la mirada.

«En este disco me animé a mostrar más», cuenta Fede. «En el anterior estaba descubriendo los límites del proyecto. Ahora ya sé de qué va, y esa confianza me permitió hablar de cosas más íntimas, más serias. Desde lo personal hasta lo político. Quise que haya humor, pero también dolor. Llega un momento en el que necesitás decir cosas.»

El recorrido arranca con Fobofobia, un ataque de pánico traducido en sonido: sintetizadores oscuros, estructura fragmentada y una sensación constante de encierro. “Quise que el estribillo fuera todo lo contrario: en vez de hundirse, salir. Salir para afuera. Buscar un aire”, dice. Esa tensión entre lo introspectivo y lo colectivo recorre todo el disco: canciones que parecen hablarle a uno, pero se sienten en todos.

Lobofobia pareciera una canción que opera como umbral emocional. Su clima está cargado: pulsos electrónicos oscuros, frases afiladas y una tensión que nunca estalla del todo, pero vibra bajo la superficie. El título remite al miedo a los lobos, sí, pero también —y sobre todo— al miedo a uno mismo. “Lobofobia es básicamente un ataque de pánico convertido en canción”, explica Fede. “De ahí salen todas esas imágenes de meterse para adentro, del agujero, del encierro. Y el estribillo lo pensé como todo lo contrario: una salida, algo más colectivo, más confrontativo.”

Lo que sorprende no es solo el contraste entre estrofa y estribillo, sino cómo conviven dos lógicas aparentemente opuestas: la del encierro íntimo y la de la resistencia exterior. Como si hablar del miedo también fuera una forma de combatirlo. “Cuando siento que me estoy repitiendo mucho emocionalmente, trato de cruzar dos temas abstractos para salir del loop. En este tema, y también en Encamina Espacio, hice eso. Y a veces lo mejor aparece ahí, en ese cruce inesperado.”

Uno de los versos más punzantes de la canción no lo escribió él, sino Marco Farías, artista invitado en el tema: “No existe cura para lo que te espante.” Fede amplía su lectura: “Esa línea es de Marco, pero me parece una barbaridad. Habla desde un lugar donde ya no queda nada por perder, y aun así seguís ahí. Como una persona que ya está en el fondo del fondo, pero igual se planta. No podés sacarle el aire. Y si no hay cura, quizás lo que queda es convivir con el espanto.”

Lobofobia no es una canción cómoda. No pretende aliviar, sino reconocer una sensación que suele esconderse. En ese sentido, no solo es un tema destacado del disco, sino también un manifiesto emocional que condensa lo que Para Sorpresa de Nadie propone: exponer lo que no tiene nombre, resistir sin certeza, y hacer del caos una forma de expresión.

Le sigue Breeder, donde lo industrial se mezcla con lo biológico, en una crítica al algoritmo como criador de deseo, frustración e identidad. Luego aparece No se ofendan: ironía pos-internet con sampleos cortantes y espíritu punk. “Esa frase, ‘traté de ser sutil y fracasé de lleno’, me define bastante. Es medio confesional y medio chicana. Si igual se ofendieron, bueno… yo lo intenté”, dice e. “Siempre sentí que Basket tenía una dosis de humor que no podía perderse.”

También hay lugar para la pausa. Camina despacio es el momento de tregua: un beat flotante, sintetizadores suaves y una letra que invita al cuerpo y al silencio. Como dice él: “A veces cruzo temáticas que no tienen nada que ver, solo para salir de un bucle emocional. En ese desvío aparece algo inesperado que también soy yo”.

Entre los pasajes más contundentes del disco aparece Caminando a Espacio, una canción que opera como declaración y pregunta a la vez. Hay crítica, sí, pero no tanto al mainstream como sistema, sino a algo más sutil: la idea de volverse “clásico”. ¿Qué significa convertirse en clásico cuando todo a tu alrededor cambia tan rápido? ¿Es una consagración o una forma elegante de petrificarse?

Fede lo explica desde otro ángulo: “Siempre me gustó del rap no solo la búsqueda sonora, sino los valores. El rap está atravesado por ideología.” Y cita el estribillo como si estuviera tallado en piedra:

“Cuando todos crean que tu vida es fácil,
cuando ellos piensan que pueden pero siempre casi,
cuando hayas tocado fondo y no quieras más,
ahí tenés todo para volverte clásico.”

Es una visión del “clásico” que no tiene que ver con premios ni listas, sino con supervivencia. Con haber pasado por el fuego y seguir, como si ser clásico fuera menos un honor que una consecuencia. “Cuando ya pasaste por toda la mierda—dice Fede—recién ahí tenés lo necesario para ser inmortal.”

A diferencia de otros temas donde hay un señalamiento más directo a la industria, acá la crítica es introspectiva. No habla de los otros: habla del lugar que uno habita, del equilibrio entre permanencia y mutación, entre el margen y la vigencia. Como todo el disco, Caminando a Espacio incomoda sin necesidad de gritar. Se planta desde un lugar que no pide permiso. Y desde ahí, propone.

En El Diablo, la distorsión vuelve con fuerza. Pero el monstruo es interno. «No habla de otro, habla de mí. Esos pensamientos que no sabés cómo frenar», explica. Más adelante, Oner borra toda estructura: sin estribillos, sin consuelo, sin filtros. Suena a pensamiento repetido en loop, a insomnio ruidoso.

.

El cierre llega con Gustaf y su reprise. Primero ironía y ritmo infeccioso, después vulnerabilidad y voz al desnudo. Una figura que se burla de sí misma y luego pide auxilio. “Hay algo de personaje ahí, de máscara. Y después el momento en que la máscara se cae en plena madrugada. Esa dualidad me representa.”

Pero si el disco es un ejercicio de introspección ruidosa, también es un ejercicio de puesta en escena. Desde hace unos meses, Basket se presenta en formato full band: Julián Pérez en batería, Fausto Aguirre en guitarra (“un prócer, un adelantado”) y Juan Crisi, su mejor amigo, en bajo. “Con él todo va a estar bien”, dice Fede. “Me armé una banda zarpada, pero además me armé una red de contención.”

Esa contención también funciona como colectivo estético. “Quise que la presentación fuera un evento abierto, colaborativo. En este contexto económico, me parecía importante ofrecer algo compartido, que no dependa de cortar tickets”, explica. “Si esa noche la gente vibra el disco, aunque sea una sola vez, ya tiene sentido”.

En paralelo, Fede ya está trabajando en nuevas canciones. “Siempre produje desde el sample o la compu, ahora empecé a escribir desde el bajo. Me lo compré hace poco y estoy como un nene con chiche nuevo. Todo tiene riff, todo nace desde ahí. Después veremos en qué muta. Basket siempre fue eso: mutación.” Y aunque se muestra abierto a tocar en diferentes formatos—solo, en DJ set, acústico, con banda—tiene claro que lo que lo sostiene es el deseo de decir algo, incluso si incomoda. “No tuve una campaña de hate masiva ni nada. Pero sé que, si un día llega, me va a agarrar parado. Porque todo lo que digo lo puedo defender. No hay insultos, no hay bardeo gratuito. Solo preguntas. Y, a veces, las preguntas duelen más que las respuestas.”

Por eso Para Sorpresa de Nadie no es solo un disco. Es un testimonio. Una bitácora emocional atravesada por la ansiedad, el desencanto, la ironía y el deseo de compartir. No busca ser correcto, busca ser cierto. Y en un mundo cada vez más lleno de ruido vacío, Basquet elige hacer ruido con voz.