Desde sus primeras publicaciones, Diego Zúñiga ha consolidado un estilo narrativo marcado por la memoria y el territorio. Iquique, su ciudad natal, ha sido un eje fundamental en su obra, un espacio donde convergen relatos personales, historias orales y la huella de un país que aún enfrenta sus propias sombras históricas. En Tierra de campeones (editado por Penguin Random House), su más reciente novela, el autor entrelaza el deporte, la infancia y el trauma histórico en una narración que explora los límites entre la realidad y la ficción.
La novela toma como punto de partida la figura de Raúl Choque, quien en 1971 se convirtió en un inesperado héroe del deporte chileno al ganar el campeonato mundial de caza submarina en Iquique. Su destreza y triunfo lo convirtieron en un símbolo nacional, pero la llegada de la dictadura de Augusto Pinochet cambiaría su destino drásticamente. La historia de Choque trasciende el ámbito deportivo, enfrentándose al silencio y al miedo impuesto por el régimen, marcado por el descubrimiento de cuerpos sumergidos en las profundidades del océano.
Desde la ficción, Zúñiga reconstruye esta historia a través de Chungungo Martínez, un personaje que encarna la lucha de una comunidad que vive del mar y de la memoria. Criado en un puerto de pescadores, su recorrido nos lleva por la nostalgia, la soledad y los vestigios de un país fragmentado.
Con una estructura fragmentada y un estilo narrativo que recorre múltiples versiones de los mismos acontecimientos, Zúñiga construye un relato que no solo rinde homenaje a la destreza de un campeón, sino que también expone las sombras históricas de Chile. Tierra de campeones se sitúa en el margen, lejos del centro, explorando Chile desde su periferia y desafiando la hegemonía de las historias contadas desde Santiago.
En una literatura actual dominada por la autoficción, hablamos con el autor de Tierra de campeones representa una apuesta distinta. El mar no es solo un escenario para la hazaña deportiva, sino un espacio donde convergen la infancia, la soledad y los espectros de un país que aún lucha por recordar lo que intentó olvidar.
Nos adentramos en el mundo creativo en la siguiente charla con Diego Zuñiga y su relación con la literatura como herramienta para construir el pasado y en la forma en que su escritura dialoga con la tradición latinoamericana. Desde la leyenda de Raúl Choque hasta los ecos de la dictadura, el autor nos invita a sumergirnos en las profundidades de una historia que aún resuena en las aguas de Chile.
Otra Canción: ¿De dónde surge la necesidad de escribir en Diego Zúñiga?
Diego Zuñiga: En un comienzo creo que por el puro deseo de imitar eso que me estaba remeciendo, que eran las novelas que descubrí cuando tenía 14-15 años. Quería ver cómo se hacía eso: una novela. Y ya luego ese deseo de imitar —que era un deseo de jugar, de tantear las posibilidades del lenguaje— mutó o se desplazó hacia otras búsquedas.
O.c: Tus libros narran un poco de dónde vienes; con Iquique siempre presente, también están las historias que te contaron de niño, como la de Raúl Choque, y la dictadura. ¿La ficción te da la posibilidad de explicar la historia desde otro mundo? ¿El hecho de situar Iquique como territorio principal ayuda a contar la historia desde el interior, en lugar de hacerlo desde Santiago, como suele hacerse?
D.Z: Creo que en un comienzo sí, que el hecho de crecer en la provincia te ubica en un lugar puntual —al costado, no al centro, o en mi caso al norte, al extremo— y que eso determina muchas cosas, sobre todo tu mirada y cierta forma de relacionarte con el mundo. Pero ya luego cuando empiezas a escribir y a darle forma a lo que quieres hacer, pues uno va tomando decisiones y se va sintiendo más cerca de ciertas estéticas, de ciertos escritores que te permiten descubrir que esas distancias tienen una tradición, y que es importante rastrearlas y sumarte y discutir con ellas. Y en ese sentido, pienso en una tradición latinoamericana.
Pienso en dos argentinos, por ejemplo. Digo, recuerdo perfectamente el impacto que me produjo leer Hombre en la orilla, de Miguel Briante, y sentir un hermoso y terrible aire de familia. Algo de eso también encontré en los cuentos de Diego Angelino, que recién descubrí.

Memoria Ficción e investigación
O.c: «Tierra de campeones» combina la proeza del equipo chileno que ganó el Mundial de Caza Submarina en 1971 en Iquique con el mito del hallazgo de cuerpos en lo profundo del océano por parte de uno de los campeones, ya en el contexto de la dictadura. ¿Cómo surgió la idea de indagar en esta historia que, según tengo entendido, nadie sabe si es real?
D.Z: Para mí era como uno de esos mitos de infancia que uno escucha y nunca olvida. La historia de Raúl Choque la oí en alguna sobremesa y cuando empecé a escribir a los 15 años, siempre pensé que algún día me enfrentaría a ella. Y nada, me demoré muchos años en encontrar su forma, en entender que quería escribir una novela, que quería inventarlo todo o casi todo.
O.c: Aunque podemos estar de acuerdo en que tus libro es ficción, también tiene elementos históricos y está basado en parte en una historia real o en un personaje que sigue vivo. ¿Qué papel juega lo híbrido en la literatura? Personalmente, encuentro cada vez más libros que incorporan esta mezcla.
D.Z: Creo que mi relación con “la realidad” siempre ha sido pensarla como un punto de partida para ver qué puede hacer el lenguaje con ella y tantear desde ahí esos mundos que se pueden crear, que se pueden tantear. Creo mucho en la ficción como un espacio donde pensar y probar cosas sobre esa “realidad”: tocarla, desarmarla, mover sus piezas y darle una nueva forma. Si pensamos lo híbrido desde ese lugar, pues claro que me siento cercano a esa idea.
O.c: Es evidente que el narrador no realizó una investigación, mientras que el autor sí lo hizo para escribir la historia. ¿Cuál fue el proceso de investigación que llevaste a cabo para crear la atmósfera de la novela, tanto en relación con el campeonato mundial como con el contexto político de la época?
D.Z: Mucha revisión de archivo, leer los diarios de la época, las revistas deportivas, entrevisté también a un par de personas que practicaron la caza submarina, mirar documentales, videos caseros en YouTube. Fue bien desafiante todo ese proceso porque era la primera vez que escribía sobre un tiempo que no viví y del que tampoco había mucho registro puntual —del mundial de caza submarina o de Iquique en los años 60 y 70—. Y también volví a varios clásicos de la literatura chilena, que fueron muy importantes para capturar el habla de la época, el habla y cierto ánimo y atmósfera que no se podían encontrar en los archivos más históricos.
O.c: Me atrevería a decir que la dictadura no es el tema principal, pero sí está presente en el libro. ¿Qué lugar ocupa la dictadura y toda esa época en la narrativa?
D.Z: Concuerdo contigo: la mayoría de la novela pasa antes del golpe de Estado, pero es algo que de todas formas está muy presente. Yo quería indagar sobre todo en los sesenta y en los inicios de los 70, en el gobierno de Salvador Allende, en esa época que coincide con el mundial de caza submarina y que son años que me parece importante volver a pensarlos, volver a ellos, a ver qué había ahí, pues la dictadura consiguió borrarlos casi por completo, esa vida, ese tiempo.
O.c: La novela es una ficción, pero está ligada de alguna manera a la persona de Raúl Choque. ¿Quién es Raúl Choque? ¿Pudiste hablar con él?
D.Z: No, no hablé con él, porque creo que la novela es en realidad sobre el Chungungo Martínez, que es un personaje de ficción: alguien que se me apareció y que se adueñó del libro.
Memoria, Poesía y creación Colectiva
O.c: Fuiste periodista cultural y estuviste en varios proyectos relacionados con el periodismo de arte y literatura. ¿Cómo ves hoy en Chile y en Latinoamérica el mundo de la cultura y, por supuesto, el ámbito editorial que se ha globalizado tanto?
D.Z: Echo de menos más revistas, más espacios culturales donde sus colaboradores sean bien remunerados, más textos críticos sobre todo, más textos que pasen por un editor o editora que sean exigentes, curiosos, rigurosos. Porque al final hoy casi todo es promoción y sólo promoción y alguna vez las cosas no fueron así. No sé si fueron mejores, pero al menos sí recuerdo que no fueron exclusivamente así, y quizá sería bueno pensar en eso, en esas otras formas de hacer circular los libros y la escritura y el pensamiento.
O.c: También está muy presente el desierto como territorio al que decides llevar al personaje. ¿Qué importancia tiene el desierto, que en cierto punto parece llevarlo a otro mundo, lejos de lo sucedido en el mar? En algún sentido, lo veo como una metáfora de lo ocurrido con Raúl, quien nunca habló sobre el tema.
D.Z: Yo sabía, cuando empecé a escribir la novela, cuál sería la última imagen del libro: un hombre caminando por el desierto, de noche. No sabía cómo iba a llegar ahí, al desierto, después de toda esa travesía por el mar. Pero sabía que tenía que terminar ahí, muy lejos del mar. Y creo que fue la misma novela la que me llevó hacia ese desenlace, ese último capítulo, que para mí rompe la historia en varios sentidos, o eso espero que sientan los lectores.
O.c: Encuentro también un guiño a la poesía, como a Ricardo Zelarayán o Montalbetti. ¿Qué papel juega la poesía en tus libros?
D.Z: Sí, hay repartidos en la novela varios guiños y samples de poemas: Zelarayán, Montalbetti, Blanca Varela, Paulo Leminski, Bárbara Délano. Es mi forma de agradecer esas lecturas que me han marcado. Yo no tengo el talento necesario que se requiere para escribir poesía, pero desde hace mucho tiempo que es el género que más leo y disfruto y admiro. Espero que algo de todas esas lecturas se haya filtrado en los libros que he escrito.
O.c: Sé que también has dado varios talleres de escritura. Muchos ven a los escritores como personajes solitarios que crean en soledad. Aunque no soy escritor, creo que las historias se crean en sociedad y se hablan con otros. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
D.Z: Sí, creo mucho en la escritura como un acto que va más allá de la soledad misma de estar frente a una página en blanco, tratando de resolver qué puede haber en ella. Eso es sólo una parte de la escritura. Por eso creo en el espacio de los talleres, o al menos yo los pienso así: como un lugar donde compartir la escritura, sociabilizarla, ver cómo funciona ante un grupo de lectores atentos que están interesados en pensar los mecanismos que hay detrás de un cuento, de una novela. Y la lectura me parece que funciona de manera parecida: leemos un libro y a mí me resulta fundamental ponerlo en conversación, leer qué escribieron otros sobre ese libro, qué descubrieron ahí que quizá yo no vi, o poner en cuestión cosas que pensé a partir de una lectura.
O.c: Hay quienes creen que, si bien hay un auge de los libros, todos corren a leer las novedades y, de alguna forma, todos terminamos leyendo los mismos libros, lo que homogeniza y, en algún punto, lleva a que todos escriban de manera similar o piensen igual. ¿Qué opinas tú?
D.Z: Eso se lo escuché hace un tiempo a Jazmina Barrera, una amiga y escritora que admiro mucho, y me sorprendió estar tan en sintonía, pues es algo que se lo vengo diciendo a los alumnos de los talleres desde hace ya un buen tiempo. Porque lo veo, claro: los mismos libros, los mismos autores son los que circulan por todos lados: festivales, prensa, clubes de lectura, redes sociales, y al final eso delimita mucho lo que piensan que es la literatura.
Me parece hermoso que obras como la de Annie Ernaux, por ejemplo, por fin estén llegando a tantos lectores, pero también creo que está buenísimo leer los libros que ella recomienda en sus entrevistas, ver de dónde viene su apuesta. Abrir el juego. Ver la cantidad de obras extraordinarias que se nos están pasando por fijarnos sólo en el presente, en la mesa de novedades, en la mayoría de recomendaciones predecibles que circulan por redes sociales. Pienso en la necesidad urgente de desordenar la biblioteca, de mirar esos libros que quedaron muy abajo o muy arriba en la estantería y que nos estamos perdiendo por una falta horrible de curiosidad.
O.c: Sé que estuviste leyendo mucha poesía de época o que relatan los años 60-70. ¿De qué te sirvieron? ¿Qué autores leíste? ¿Qué libros o autores actuales recomendarías?
D.Z: Me sirvieron, primero, para sumirme en un trabajo muy impresionante que hicieron los poetas chilenos con el lenguaje en esa época. Entrar en esos poemas significó entender mejor cómo era Chile en los 60, en los 70. La poesía de José Ángel Cuevas, de Enrique Lihn, de Elvira Hernández, de Gonzalo Millán, de Soledad Fariña. Los leí mucho a ellos, traté de robar cosas de sus poemas, procedimientos, palabras, formas de acercarse a un mundo que parece tan lejano, como fue el Chile previo al golpe de Estado.
Autores o libros actuales que recomendaría: estoy leyendo y disfrutando las novelas de dos amigos que admiro mucho: El monte de las furias, de Fernanda Trías, y La frontera encantada, de Giuseppe Caputo. Y el año pasado descubrí a un autor uruguayo que me impresionó: Fabián Severo. Su novela Viralata es realmente fascinante: bellísima, rara, escrita en una suerte de portuñol único. Y ahora que anduve en Buenos Aires, por la feria del libro, por fin me pude traer el primer volumen de la poesía completa de Juana Bignozzi, que es una poeta que me gusta mucho.
O.c: Si tuvieras que sentarte a leer la novela con música de fondo, ¿hay algún músico, disco o canción que crees que podría acompañar la lectura de Tierra de campeones? ¿Por qué elegirías esa opción?
D.Z: Disculpándome el lugar común, pienso en Violeta Parra y ese disco impresionante que sigue siendo Las Últimas Composiciones. Pero también en cierto rock chileno de los 60, donde hay bandas que fueron muy importantes y reconocidas como Los Jaivas por ejemplo, pero también otras bien geniales y algo más secretas, como Los Vidrios Quebrados o Los Blops.