Si la bendición festivalera para el cambio de piel que está viviendo el rock argentino por estas horas ya había asomado con la presencia de Bandalos Chinos, Louta, Nathy Peluso y Sara Hebe sobre el escenario que homenajeó a Charly García, lo sucedido en el transcurso del domingo terminó por confirmar una realidad que bien alejada está de los críticos (haters) de redes sociales y la ortodoxia rockera menos propensa a aceptar los cambios.
El fragmento audiovisual que vuelve a recorrer los teléfonos inteligentes de miles de escuchas y seguidores del género es el de Wos irrumpiendo una vez más en la escena de Pistolas, compuesta por Andrés Ciro para Los Piojos cuando la era menemista empezaba a dejar caer las primeras gotas de sangre. Al igual que pasó en el Festival Mastai, la unión hace la fuerza, pero también patea el tablero. Y aquello que fue viral apenas hace unos meses (y volverá a serlo desde este domingo, con las montañas de fondo) también es una marca de época.
Esa nueva forma de comprender el mapa general de la música de nuestro país hizo que, con muy buen tino, la organización decida programar a Wos en el Escenario Norte y no sumarlo a la troupe trapera que se concentró en el sector sur del predio de Santa María de Punilla. El resultado fue un show arrollador que empezó copado por los seguidores más fieles del músico más joven entre los que pisaron ese escenario y terminó sumando a curiosos y sorprendidos que fueron sumándose atraídos por la potencia de una banda que, hasta ese momento, sólo había sido superada en ese aspecto por Divididos, que había actuado en el mismo lugar la noche anterior.
Un par de horas antes, Los Gardelitos habían invitado a subir al escenario a Cazzu. Sopresa para muchos y ovación para ambos. «Estamos acá con un absoluto respeto al rock and roll, pero nosotros hacemos esto», dijo la jujeña cuando en su concierto plagado de un público sub 20 empezó a convocar al perreo para calentar una noche que lentamente se había puesto fresca en medio de la montaña.
Previamente a Cazzu, en ese escenario se habían concentrado las actuaciones de Neo Pistea, Ysy A y Babasónicos, entre otros, claro está. Tal vez la foto que unió el por momentos excesivo barro, con padres curiosos e hijos emocionados sea la que desde ese espacio deba proyectarse como la gran imagen del festival. Encargado de cerrar la noche, Duki volvió a confirmar por qué es el número uno de la escena trapera argentina y por qué, también, es el que mejor puede interpelar desde ese lenguaje a los rockeros que se topan con él sobre el escenario.
Pero la edición 2020 del Cosquín Rock, que seguirá ampliando sus fronteras llegando a Buenos Aires en el mes de octubre, no termina con el abrazo de traperos y rockeros arriba y abajo del escenario. También hubo espacio para historia y gestos de algo que podríamos llamar «renovación interna», esa que sirve para refrescar la escena aunque no traiga aparejado con su existencia cambios mayores.
La actuación de Riff en el Córdoba X rumbeó en esa dirección. Dos históricos (Vitico y Boff) y tres herederos (Luciano Napolitano, Nicolás Bereciartua y Juanito Moro) interpretaron un repertorio con canciones que, en el mejor de las casos, tienen dos años más que el Cosquín Rock. Las más coreadas por un público que mayoritariamente cruzaba la barrera de los 40 años, fueron escritas en los estertores de la última dictadura. Empujados por la mitológica figura de Pappo, otras de las que siempre parecen estar sobrevolando el predio, un buen números de pibes y pibas se acercaron a cantar un puñado de canciones que tuvieron su época de oro aún cuando ellos y ellas no habían nacido. Ese hard rock con aire de clásico, entonces, también construye su futuro en estos espacios.
Los conciertos brindados en el espacio PopArt también deben ser leídos en esa clave de renovación musical, incluso a pesar de los problemas de sonido que se evidenciaron en varios pasajes de la tarde. Allí, Barco, Indios y Conociendo Rusia sacaron credenciales para poder subirse a alguno de los escenarios principales en la próxima edición.
La razones son simples: la convocatoria, el profesionalismo para surfear los inconvenientes que se hicieron presentes y, sobre todo, la existencia de un público que coreó al unísono canciones que no tienen más de tres años girando las radios y las plataformas digitales. Ese hermoso estado de gracia en que las promesas comienzan a convertirse en realidad.
Sobre el final, también es necesario decir que las bandas que siguen generando mayores convocatorias entre el público festivalero son aquellas surgidas en tiempos en que el rock de estadio era moneda corriente en nuestro país. En ese sentido, nada puede reprochársele a los conciertos de Ciro y Los Persas y Las Pelotas que a esta altura manejan a la perfección los códigos escénicos y los gestos artísticos suficientes como para brindar shows ajustados y explosivos que responden a la necesidad de decenas de miles de seguidores que, de esa manera, se llevan lo que se van a buscar. Y quizás, aunque más mixturado en materia convocatoria, la propuesta acústica de Molotov también puede incluirse en ese listado.
En esa clave se sumaron anoche dos propuestas que le arrancaron un lagrimón de emoción a los rockeros que vivieron su época de gloria en las últimas décadas del siglo pasado: Los Caballeros de la Quema (que tocaron por primera vez en el festival ya que su separación se anticipó a la llegada de aquel mítico primer encuentro en la Plaza Prospero Molina) y Ratones Paranoicos.
Para esa generación de públicos que deambuló durante todo el domingo esperando la presencia de sus bandas preferidas en el Escenario Norte también hubo propuestas que pudieron arrancar una que otra sonrisa a lo largo de la tarde, como lo son las decenas de versiones de canciones de Sumo y Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota que, a modo de reconocimiento suelen sonar a lo largo del predio. De hecho, una parte de ellos tuvo el domingo a un ex redondo (Semilla Bucciarelli) intepretando algunas de esas canciones en la actuación compartida entre Cuatro al Hilo y Las Rositas.
En la conferencia de prensa que brindó luego del concierto de La Mississippi, Ricardo Tapia dijo que «El estilo es un vehículo para hablar de lo que hay que hablar». «Los músicos no deben convertirse en talibanes de un estilo sino que deben dejar que su cultura determine la manera en que van a terminar sonando», señaló el cantante y compositor de una de las bandas de blues más representativas de la historia argentina.
Siguiendo dicho concepto, la edición 2020 del festival Cosquín Rock resultó ser una excelente forma de mostrarle al mundo la forma en que se construye la cultura joven de la Argentina que ingresa a la tercera década del siglo XXI. Pues bien, entonces, como tantas veces ha cantado el maestro, «desprejuiciados son los que vendrán«. Bienvenidos sean esos tiempos.
(*) Originalmente publicada por César Martín Pucheta bajo el título «Con el abrazo de tres generaciones, el Cosquín Rock 2020 bajó el telón» en el periódico La Nueva Mañana
(**) La foto está extraída del Facebook Oficial de Cosquin Rock by @sepiafotoagencia