Casa Ritual Mattalia: cuando la poesía despierta y el canto convoca

Share on whatsapp
Share on facebook
Share on twitter
Share on telegram
Share on pinterest
Share on email

El jueves 4 de septiembre, en una tarde cargada de emoción y gratitud, se inauguró en Cosquín un nuevo espacio cultural que promete convertirse en estación de encuentro, resistencia y expresión: Casa Ritual Mattalia. La anfitriona, Pabla, abrió las puertas de su hogar para dar lugar a una celebración íntima, donde la palabra, la música y la memoria se entrelazaron en un gesto profundamente comunitario, necesario para estos tiempos.

Al caer el atardecer, Catalina Burgos —gestora literaria— tomó la palabra para agradecer la apertura del espacio y compartir una propuesta que resignifica el arte local:

“Este lugar nos invita a revalorizar la expresión cultural de la zona, a recuperar voces que merecen ser escuchadas en su propia tierra”.

Como acto inaugural de la jornada, Catalina leyó un poema de Nini Bernardello, poeta, artista visual y docente nacida en Cosquín, que desarrolló gran parte de su obra en Tierra del Fuego. El texto, de una potencia lírica estremecedora, habla del sueño del poeta, del silencio que cubre el mundo, y de un ratón que roe papeles dormidos mientras todo parece haberse apagado.

“Entonces, ¿quién escribe?”, se pregunta la voz poética.
La lectura fue recibida con respeto y emoción, como un llamado a despertar desde la poesía.

Más tarde, se anunció un concierto íntimo que coronaría la jornada. En un gesto de cuidado por el momento compartido, se pidió al público evitar grabaciones o fotos, para poder habitar el presente con plenitud. La fotógrafa Magdalena Audap Soubie estuvo a cargo del registro visual, y se informó que las imágenes serían compartidas posteriormente con quienes dejaron su contacto.

La nota final antes del cierre musical lo dio Catalina al ceder la palabra a Pabla, quien inauguró oficialmente esta “estación” de arte y afecto. Casa Matalia no es sólo una casa: es un gesto, una apuesta por lo colectivo, un refugio para lo que aún resiste.

La emoción se intensificó cuando Pabla tomó la palabra: “Estamos un poquito amontonados hoy, pero es por una única ocasión, porque viene una artista como Peteco que congrega a tanta gente”, dijo entre risas y lágrimas.
Recordó a su padre, quien en los años 70 convirtió esta misma casa en refugio de poetas como Hamlet Lima Quintana, Tejada Gómez y tantos otros.
“Mi papá lo logró, juntó poetas increíbles. Esta casa fue pensada para que vinieran todos acá”, compartió con la voz quebrada por la memoria viva.

Además del concierto, se anunciaron las actividades que darán vida a esta casa ritual:

  • Jueves de literatura, con un ciclo dedicado a Nini Bernardello y su vínculo con el colectivo Aldea.
  • Talleres de plástica para todas las edades, incluyendo arte fantástico, vestiario y acuarela.
  • Clases de piano y dibujo, coordinadas por artistas como Dana Ceballos —autora del mural homenaje—, Jero Maza y Laurita Leal.

No hay escenario, hay casa: Peteco y el ritual de cantar para dejar huella

En una casa que se volvió ritual, entre cerros y memorias, se vivió un recital que no fue espectáculo, sino ceremonia. Peteco Carabajal, cantor y caminante, ofreció un encuentro que fue más allá de lo musical para convertirse en relato, confesión y juego poético. No hubo escenario, ni peña, ni teatro: hubo casa, gente amontonada, emoción compartida y tiempo para contar.

La jornada comenzó con una bienvenida cálida: “Bienvenidos a esta casa, a todo lo que encierra esta casa”, dijo Peteco, agradecido de acompañar este momento fundacional para la familia anfitriona. Y sin previo aviso, comenzó a cantar una canción nueva, nacida de sueños y mensajes cruzados por WhatsApp. Así apareció El rastro en tu corazón, una composición que mezcla lo onírico, lo ancestral y lo afectivo.

 “Soñaba que hacía la plancha en distintos ríos: el Negro, el Luján, el Riachuelo, incluso desde Brasil hasta Argentina”, contó. “Me dejaba llevar por la corriente, de espaldas. ¿Qué significará eso?”, se preguntó, como si el río fuera metáfora de vida, de entrega, de tránsito. En ese fluir, surgió la canción, escrita en diálogo con una amiga: “El mundo y el corazón, qué desolación”, fue la frase inicial. Y luego, como revelación, apareció el verso que da título: El rastro en tu corazón.

La canción, aún no grabada, se construye como una plegaria de amor y memoria. “Si yo volviera a nacer, iría a buscar / el rastro en tu corazón me va a recordar”, dice el estribillo. Peteco la pensó como una respuesta a la falta de canciones de amor profundas, como las que escribía Horacio Guaraní en los años setenta. “Hoy noto las letras muy burdas, las melodías lavadas, europeizadas. Quise hacer una canción que sea un equivalente, con lo que he vivido desde entonces hasta hoy”, explicó.

El recital fue también espacio de reflexión sobre el oficio de componer. Peteco compartió que a veces imagina cómo haría su padre una melodía, y desde ese espíritu musical trabaja. “El que no deja rastro en el corazón es como que no deja pistas para su vida, para su regreso a algún lado”, dijo, y en esa frase se condensó el sentido del encuentro: cantar para dejar huella, para volver a nacer.

La noche siguió con otra chacarera inédita: No hay tiempo para sufrir. Pero más allá de las canciones, lo que quedó fue el gesto: el canto como ritual, la casa como refugio, el río como símbolo, y el corazón como mapa.

Pero la noche no se quedó en lo propio. En ese clima de reunión entre amigos y familia, Peteco hizo lo que no suele hacer en escenarios: cantó canciones ajenas, inesperadas, entrañables. Desde Sandro, Roberto Carlos, Nino Bravo, Camilo Sesto, Serrat, Rafael, Leo Dqn, hasta Silvio Rodríguez. También el tango, siempre presente, con su corazón hecho pedazos y su juventud amarrada al recuerdo.

Entre esas canciones, se escuchó “Cristal”, con su amor frágil y su balcón temblando. Se evocó a “Tío Alberto”, ese personaje quijotesco que da todo, que aún cree en el amor, que tiembla y levanta el vaso de la juventud. Se cantó al desencuentro, al amor que no se deja tocar, a la historia que se escapa entre los dedos. A la canción que es fusil, que es paz, que es evidencia, que es libertad.

Y como si el canto no tuviera fronteras, Peteco compartió sus próximos destinos: Japón, Italia, España. En octubre, se presentará en el Festival de Cosquín en Japón, donde han recreado sierras, ríos y hasta un “marvi”. En Europa, recorrerá Rimini, Roma, Zaragoza, Valencia, Madrid y Barcelona. Allí, impulsó la creación de la Casa de Santiago del Estero, una embajada cultural que ya celebró la Marcha de los Bombos en pleno centro de la ciudad. Este año, se hará la segunda marcha y el primer Festival Internacional de la Chacarera en Europa, con un elenco familiar y comunitario, que incluye músicos, bailarines, senegaleses, gitanos y los hijos de Juan Saavedra.
Peteco otra vez dejo en claro que porque canta cuando dijo  “No hay plata, pero hay ganas”, entre risas. Y con esa filosofía armó un elenco con Homero, Demi, Roberto, y bailarines que cruzan continentes y raíces. “Vamos con boleadoras, bombos, chacareras. Qué lindo que va a ser eso”, celebró. Porque el arte, para Peteco, no es industria ni espectáculo: es gesto, es comunidad, es raíz.

Porque el mismo lo dijo: “Yo soy un artista, me considero así. Lo que tiene que ver con mi ideología, lo vuelco en mis canciones. No me hace falta hablar de nadie”. Y agradeció la solidaridad de los compañeros que le permiten seguir cantando, sin perder el contacto con la realidad del país. “No cobro lo que cobran otros, no me vuelvo loco. Tengo los pies sobre la tierra”, confesó, antes de invitar al público a acompañarlo en sus próximas presentaciones.

La noche cerró con las dos canciones que siempre quedan para el final dijo entre risas, emoción y canto compartido. Ellas fueron las infaltables Puente carretero y Entre a mi pago sin golpear

#Fotos: Magdalena Audap Soubie