Cerca de 16 mil personas se reunieron el pasado fin de semana en el Hipódromo de Palermo para ser partícipes de una nueva edición del festival Buena Vibra, un espacio que desde hace tiempo viene marcando el pulso de la renovación musical en nuestro país y que parece haberse afianzado definitivamente como un faro que ilumina en esa dirección.
Multirítmica, trasgeneracional, feminista y renovadora, la escena que se manifestó el sábado 15 de febrero da cuenta de un momento de la música joven en la Argentina que parece haber logrado escaparse a los mandatos de época para escribir su propia historia. Obviamente que las miles personas reunidas en el hipódromo no bajaron mágicamente desde los bosques del tradicional barrio porteño sino que representan una construcción colectiva de más una década de grabaciones independientes, reuniones autogestionados y procesos políticos que marcaron a fuego a los protagonistas de la segunda década del siglo XXI.
Lo relevante de la presente edición del festival Buena Vibra fue que, a partir de su propuesta integral, logró dar cuenta de una parte de ese fenómeno que no suele ser tenido en cuenta por quienes gustan de analizar fotos aisladas: la progresividad en la construcción de una escena. Así fue, entonces, que artistas en franco proceso de crecimiento a partir de sus primeros discos pudieron alternar en la grilla con las actuaciones de Fito Páez, Miranda! y Lisandro Aristimuño. Es decir, con el devenir estético que nos trajo hasta aquí dibujado a partir de tres referentes que representaron, cada uno en su momento, el destape post-dictadura y la explosión del rock de estadios en nuestro país, la revolución electro pop de comienzos de siglo y la renovación cancionística rioplatense que fue emblemática para los tiempos que siguieron al incendio en República Cromañón.
Pero la foto del Buena Vibra no se quedó ahí, sino que se fue ampliando hasta un lugar de acertado reconocimiento regional. La presencia de Alex Anwandter sintetizó como pocas la conexión existente entre los climas musicales que la juventud vive en el sur del continente, pero también logró representar otro guiño a la época en la que Chile vuelve a ser un foco de conflicto y atención, hacia donde los argentinos miran con cierta luz de esperanza.
Por otro lado, Anwandter es la síntesis misma de una estética revolucionaria que no está lo suficientemente reconocida en los manuales de estilo del cantor que acompaña los procesos políticos con su proclama musical. Alex representa a la corriente de artistas que se paran ante todos los poderes juntos (la iglesia, el estado, el gobierno, el patriarcado) y les baila en la cara, disparando verdades y abriendo cabezas con el pulso de una canción pop. “Este tema está dedicado a los chilenos, en la lucha por autodeterminarnos y ser dueños de nuestro futuro” dijo antes de interpretar Cordillera, quizás la canción más celebrada de un repertorio que no necesitó de dos de sus canciones más taquilleras de este lado del cordón montañoso (Paco vampiro y Manifiesto) para romper una tarde en la que el calor no daba tregua, pero tampoco fue un impedimento para la explosión de bailes y coros espontáneos.
Un rato antes, el sol impiadoso había sido testigo del cada vez más fino y contundente show de Conociendo Rusia y de la potencia de Barbi Recanati. En materia de incomodidad horaria, es posible que ambas propuestas hubiesen sabido aprovechar con creces un mejor lugar en la grilla, más al caer la tarde, con una mayor cantidad de público en el predio. Cuando este planteo se contrasta con el “¿A quién bajas entre los que siguieron en la grilla?”, el debate se hace interminable. Daños colaterales de los festivales.
Barbi tuvo que acotar su repertorio por un pequeño desfasaje horario en el comienzo del evento (igual suerte corrieron El Zar y Paula Maffia que con envidiable profesionalismo abrieron la fecha con repertorios que fueron “al hueso”), pero eso no impidió que pudiese tocar las más celebradas canciones de su etapa solista que tendrá su primer disco en este 2020. Esas composiciones, junto con las de Marilina Bertoldi, quizás sean algunas de las más emblemáticas de estos tiempos en el que el rock, en su sentido más visceral, parece ser cosa de chicas. El sábado, eso quedó fuera de discusión.
Por su parte, el crecimiento de la banda de Mateo Sujatovich parece ir de la mano de reivindicación de una estética anclada en la reinterpretación histórica del cancionero roquero argento que se vio reflejado en su faceta histórica con la presencia de Fito Páez, en su presente más palpable con la actuación de El Kuelgue y en su horizonte futuro con el concierto consagratorio de Bandalos Chinos.
De Fito no será necesario comentar demasiado. El rosarino oteó el horizonte e inmediatamente captó la onda del lugar en el que estaba parado. Supo que una catarata de hits era la forma correcta de proceder y que un puñado de referencia para melómanos ochentosos (Ambar violeta, Polaroid de locura ordinaria) iba a servir para interpelar a los más jóvenes del predio que tan familiarizados parecen estar con esa etapa de la música argentina.
Lo de Bandalos Chinos fue, claramente, lo más sorprendente de la noche. Por la performance sobre el escenario y por el estallido de un público cada vez más numeroso que, como a nadie durante toda la jornada, le pidió a gritos un bis que nunca llegó. El repertorio se concentró en las canciones de BACH (2018), que comienza a perfilarse como uno de esos discos clásicos en el que todas las canciones poseen dotes de inmortalidad, y se autocompletó con Departamento, esa exquisita pieza que sirve para dar cuenta de lo que fue y lo que vendrá. Goyo Degano, que paró el concierto en medio de la interpretación de Demasiado al observar que alguien necesitaba asistencia entre el público (hablemos del calor de las masas) aprovechó para anticipar sobre el escenario la publicación de un nuevo disco que parece destinado a ser el disco definitivo del salto de la banda de Beccar a las grandes plazas de la Argentina.
Casi en el mismo plan de horizontes consagratorios desanda su carrera Marilina Bertoldi, a la que ya nada parece faltarle para dejar tallado su nombre en la historia grande de la música argentina. Tras arremeter con Fumar de día luego de la actuación de Páez, la santafesina brindó un concierto de puntillosa corrección rockera. Explotó cuando tuvo que explotar, se puso al frente del escenario y arremetió con sus solos de guitarra cuando el repertorio lo requirió y elevó su figura a la de una consagrada frontwoman en estado de gracia. En su primera actuación del 2020, Marilina revalida todo lo cosechado durante el año anterior y parece decidida a prolongar su estadía como referente artística generacional.
Entre las presencias femeninas, que casi empardaron a la de los varones en esta edición, más temprano había brindado su concierto Fémina y Perota Chingó. Con orígines, historias y realidades diferentes, ambas bandas tuvieron la compleja tarea de mantener encendido el fuego con el transcurrir de las primeras horas de la tarde. Con vuelos experimentales a base de instrumentaciones menos eléctricas que el resto de sus compañeres de grilla, ambas propuestas marcaron la primera impronta de un puñado de sonoridades emparentadas con la música de raíz latinoamericana, adaptada en clave 2020. Una característica que también, con un show eléctrico, enérgico y por momentos muy rockero, también ocupó la base central de la actuación de Lisandro Aristimuño.
Sobre el final de la noche, cuando los primeros cuerpos ya decidían emprender el regreso, Ale Sergi y Juliana Gattas encendieron su máquina de hits para brindar un concierto cuya contundencia dejó boquiabierto a más de un veinteañero que presenciaba un concierto de Miranda! por primera vez en su vida. Uno tras otro se fueron sucediendo los clásicos que se amontonaron en el inconciente colectivo bailable durante más de dos décadas. “De Cemento al Buena Vibra”, no son muchos los que podrán contar esa historia, sobre todo sabiéndose dueños que una estética demasiado actual para percibirse como clásica. Si Miranda! hubiese grabado su primer disco en el 2015, nada estaría fuera de lugar por estas horas. Sucede que lo hizo en el 2002 y eso convierte a ese gesto en algo extraordinario.
El devenir de las horas, el trajinar de un día con demasiado movimiento y muchas emociones amuchándose en cada rincón del predio no impidieron que Lo’ Pibitos cierren la jornada con su tradicional repertorio que eleva el concepto de crew a su máxima expresión. No es fácil bajarle el telón a un festival como el Buena Vibra. Resulta una tarea compleja el convite al baile, al movimiento y a la explosión mantenida a sabiendas de 12 horas previas de calor extremo y movimiento constante. Sin embargo, el pulso se mantuvo y el ritmo de la vida completó la función.