En tiempos donde el cuerpo se vuelve campo de batalla y el deseo una forma de resistencia, Alex Anwandter ofreció en Studio Theater una experiencia estética y política. El artista chileno desplegó un repertorio que no solo hizo bailar, sino pensar: pensar el amor, la disidencia, la ciudad, la memoria. Pensar el lugar del arte en un mundo que parece empeñado en normar lo sensible
Antes de que la pista se encendiera, Sergio Cuello abrió la noche con una propuesta íntima y poética. Su set, cargado de texturas electrónicas y lirismo confesional, preparó el terreno emocional para lo que vendría: una velada de cuerpos presentes y preguntas abiertas.
Studio Teather el escenario se transformó en una pista de baile cargada de emoción, celebración y memoria. Acompañado por una banda de cinco músicos y una entrega escénica arrolladora, Anwandter reafirmó su lugar como voz poderosa dentro de la comunidad LGTBIQ+ y como referente indiscutido del pop latinoamericano.


El escenario como ciudad emocional
Studio Theater se volvió una ciudad paralela. Una ciudad donde los cuerpos se movían sin pedir permiso, donde las miradas cómplices tejían redes invisibles de afecto. Anwandter apareció como narrador de lo nocturno y lo bailable. Algunas de las canciones que sonaron fueron “Tormenta”, “Locura” y “Siempre es viernes en mi corazón”. Pero no fue solo música: fue una dramaturgia del deseo. Cada canción funcionó como escena de una obra mayor, donde el protagonista no era él, sino el público que se reconocía en sus letras.
Vestido con campera de cuero y maquillaje de mimo, Alex interpretó “Amiga”, “Precipicio” y “Unx de nosotrxs”, marcando el pulso de una fiesta sin tregua. “Ahora somos dos” se volvió himno compartido, mientras “Gaucho” y “Mi vida en llamas” encendieron el espíritu y el drama romántico que atraviesa su obra.

El lado emo y la nostalgia: un viaje íntimo
En un momento de pausa, Alex se sinceró nos recordó que tiene un lado emo y lo demostró con “Vamos de nuevo” y “Tormenta”, dejando que la melancolía se apoderara del ambiente. Luego, como guiño a sus seguidores más fieles, desempolvó “Bailar y llorar” de Teleradio Donoso y “Casa latina” de Odisea, sus primeros pasos como compositor.
Dos discos como manifiestos: El Diablo en el Cuerpo y Dime Precioso
Con un repertorio centrado en sus dos últimos trabajos, Alex Anwandter ofreció una experiencia donde cada disco funcionó como un manifiesto estético y político.
El Diablo en el Cuerpo es una obra maximalista y exuberante, en la que el pop se entrelaza con música de cámara, house y canción latinoamericana, creando un paisaje sonoro tan sofisticado como provocador.
Dime Precioso, en cambio, se vuelve hacia adentro. Con influencias de Burt Bacharach, la MPB brasileña y arreglos cinematográficos, construye un universo íntimo donde el amor se piensa como pregunta filosófica.
¿Qué es el amor cuando el mundo se desmorona?? ¿Qué significa amar en una ciudad que expulsa cuerpos disidentes?

Una comunidad que se piensa a sí misma
El público no fue espectador: fue parte de la obra. Personas trans, no binaries, maricas, lesbianas, heterocuriosos, militantes del goce. Una comunidad que se piensa a sí misma mientras baila. Que entiende que el arte puede ser refugio, pero también trinchera.
En tiempos de discursos de odio y políticas que buscan disciplinar el cuerpo y el deseo, Anwandter ofrece una estética de la disidencia. No desde la denuncia explícita, sino desde la belleza, la ambigüedad y la complejidad. Su show en Studio fue una clase de filosofía afectiva, una intervención urbana, una celebración de lo que no se puede domesticar.
Cuando se apagaron las luces, algo quedó vibrando. No solo el eco de las canciones, sino la certeza de que el arte puede abrir preguntas que la política no se atreve a formular.
¿Qué cuerpos merecen ser amados?
¿Qué ciudad queremos habitar?
¿Qué estética puede resistir al algoritmo?