Más allá de las efemérides exactas o de las peleas por establecer un punto de partida del movimiento llamado Rock Argentino, el 2 de junio de 1966 es uno de los momentos iniciáticos de esa corriente que hoy se ha transformado en música popular del país. Ese día, los Beatniks entraron al estudio a grabar «Rebelde» y «No finjas más». Esos dos temas marcaron el inicio de una épica contracultural que trascendió la barrera de lo estrictamente musical para arraigarse a una concepción más global sobre diversos temas que por ese entonces movilizaba a un grupo de la juventud argentina. La paz, la sexualidad, la utilización del cuerpo, la ecología, la política -en un sentido ampliado-, la poesía, lo bello y los estigmas sobre la juventud, era lo que venían a poner en discusión los «náufragos», que entre Plaza Francia, La Cueva y La Perla de Once, guitarra y cuaderno en mano, pensaban un mundo mejor desde el mundo de la cultura y el arte. Clima y ambiente de época, el rock, fue ganando terreno, de a poco, en nuestro país.
La década del 60, fue una de las más agitadas culturalmente. En esa mitad del año 66, los Beach Boys ya habían editado su fenomenal Pet Sounds, inspirados principalmente por Rubber Soul de The Beatles -que editarían en agosto del 66 Revolver-. Dylan había lanzado su Blonde on Blonde y Simon & Garfunkel ya giraban con Sounds of Silence. Los jóvenes que escuchaban esta música compartían tiempo con el enamoramiento de Rayuela de Cortazar -editado 3 años antes-, y se acercan a las Todos los fuegos el fuego, lo nuevo de Julio. Benedetti, Neruda y el acercamiento a los poetas beats, terminaban de conformar el ideario juvenil de época que para algunos ya tenía los iconos de Elvis y James Dean. El Instituto Di Tella también era un lugar de importancia para artistas plásticos y performers.
La figura de Miguel Grinberg aquí es importante. El jóven periodista y poeta había pasado una temporada en Nueva York en el 64, en paralelo con la llegada de los Beatles a Estados Unidos. Allí recorrió todos los puntos nodales de la generación beat, hipster y jazzera de la época, y logró tomar contacto con poetas como Allen Ginsberg. Sus traducciones y el trabajo en publicaciones permitían difundir el pensamiento de época.
Los hippies empezaban a florecer. Luego del puntapié que generó la grabación de los Beatniks, el 67 daría a luz La Balsa de Los Gatos y el 21 de septiembre de ese año, la primera gran juntada de hippies en Plaza San Martín encabezada por Pipo Lernoud.
Pero, volvamos al 66. Veintiséis días después de la grabación de «Rebelde» cae Illia y el gobierno queda en manos de la dictadura de Juan Carlos Onganía. Mientras tanto focos de tensión guerrillera golpeaban África, y Latinoamérica veía agigantarse la figura del Che Guevara. Estados Unidos probaba bombas nucleares y jugaba con la democracia y los derechos de autonomía de Vietnam -y todos sabemos como terminó esa historia-, mientras los hippies y los movimientos de lucha contra la discriminación racial crecían. Todo eso, hizo que «Rebelde» -y las canciones que vendrían-, fueran una crónica de ese tiempo, de un grupo etario y social, que nunca era contemplado por las políticas culturales de los países: la juventud. Esa condición, la de ser jóven, siempre fue vista socialmente con mirada despectiva: vagancia, inutilidad, descompromiso, eran calificativos añadidos a esa condición natural. Comenzaba a nacer un movimiento potente por la fuerza de quienes lo impulsaban.
Con la grabación de Los Beatniks, comenzó a gestarse el rock como contracultura, no sólo como movimiento musical. No era solamente una cuestión estética, sino también ética. Fue allí donde se comenzó a llenar de contenido al rock argentino.