Ocho años después de Halo (2017), Juana Molina regresa con DOGA, un álbum que confirma su lugar como una de las creadoras más singulares de la música experimental latinoamericana. El disco nace de un proceso de improvisación que ella misma cultivó en sus conciertos Improvaset, donde exploraba sintetizadores analógicos, secuenciadores y texturas vocales en tiempo real. Esa práctica se convirtió en el núcleo de DOGA: cada canción parece emerger de un flujo espontáneo, pero está cuidadosamente trabajada hasta transformarse en un organismo sonoro complejo y por momentos hipnóticos. Molina convierte el azar de la improvisación en arquitectura, y lo que podría sonar caótico se organiza en capas que se expanden. Su voz funciona como un instrumento más: repite sílabas, murmura, genera percusiones vocales que integran el entramado rítmico.
El álbum despliega atmósferas diversas: Uno es árbol abre con un ritmo suspendido, casi meditativo, que invita a la contemplación; La paradoja expone la convivencia entre dulzura e irritación, mostrando la tensión de vínculos afectivos; Desinhumano se inspira en narrativas simbólicas y transmite la disciplina del aprendizaje a través del error; Caravanas y Siestas ahí refuerzan la idea de un viaje sonoro que nunca se interrumpe, como si el disco fuera una deriva continua. Cada canción funciona como un capítulo de una película sonora, coherente con la idea de que DOGA es un álbum que se escucha como un relato más que como una colección de canciones aisladas. El título DOGA —una variación de “perra”— condensa la dualidad entre instinto y disciplina, entre lo animal y lo doméstico.
La portada, diseñada por Verena Algranti, refuerza esa idea con una imagen híbrida de Molina, que parece fusionar lo humano con lo animal. Este gesto visual dialoga con la música: un espacio donde lo orgánico y lo electrónico conviven, donde lo íntimo se vuelve expansivo.
La crítica coincide en que no es su trabajo más accesible, pero sí uno de los más fascinantes: un laberinto sonoro que exige escucha atenta y recompensa con universos sonoros únicos. DOGA no busca complacer de inmediato; propone una experiencia donde cada repetición revela nuevas capas y cada detalle se convierte en puerta hacia otra dimensión musical. Es un disco que se siente tanto íntimo como expansivo, capaz de dialogar con la tradición experimental y, al mismo tiempo, con la sensibilidad cotidiana. Comparado con Halo, donde Molina exploraba un sonido más oscuro y atmosférico, DOGA se siente más arriesgado y visceral. Si Halo era un viaje hacia lo interior, DOGA es un despliegue hacia afuera, un ejercicio de improvisación que se convierte en manifiesto artístico. La diferencia radica en la manera en que Molina se apropia del azar: en Halo lo controlaba, en DOGA lo abraza y lo convierte en motor creativo.
En síntesis, DOGA es un álbum donde la improvisación se convierte en método y la voz en materia rítmica. Ocho años después de Halo, Molina vuelve con una obra que no sólo prolonga su legado, sino que lo expande hacia territorios aún más arriesgados y luminosos, consolidando su lugar como una artista imprescindible en el mapa de la música experimental contemporánea.