Matías Aguayo: La música tiene la lógica de los sueños

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Antes de su llegada a Córdoba, donde se presentará el sábado 25 de octubre desde las 14:00 en Bela conversamos con Matías Aguayo, productor, DJ y fundador del sello Cómeme, el baile aparece no solo como forma sino como fuerza: una práctica que cura, que resiste, que transforma. Desde su amor por la música electrónica como espacio para los “alienígenas” —aquellos que no se aferran a una identidad fija— hasta sus intervenciones callejeras con boombox en mano, Aguayo reflexiona sobre la fluidez, la migración, la utopía y la urgencia de crear comunidad real en tiempos de algoritmos y fascismo.
Su relato atraviesa ciudades, géneros y épocas, pero también desmonta las lógicas de validación que hoy rigen la escena musical global. Cómeme, su sello, nació de una saludable arrogancia: la certeza de que podían inventar lo suyo sin pedir permiso. Hoy, esa intuición se vuelve pregunta: ¿cómo sostener lo colectivo en una cultura cada vez más individualizada? ¿Qué puede el sonido frente a la represión? ¿Qué puede el cuerpo frente al desencanto?
Aguayo no ofrece respuestas cerradas, pero sí pistas: la ciudad como pista de baile, la música como espejo migrante, el gesto como resistencia. Y también, una crítica frontal al vaciamiento de la figura del DJ, a la lógica de mercado que impone etiquetas y contextos antes que escuche y goce, y a las plataformas que precarizan la música independiente mientras concentran el lucro en manos de unos pocos. Frente a eso, Aguayo defiende la fiesta libre, sin costo, sin acoso, sin jerarquías. Cita a la Nueva Red de Bailadores como ejemplo de una contracultura viva, donde el ritmo no se explica: se encarna.
Porque incluso cuando todo parece perdido —cuando los algoritmos reemplazan artistas, cuando los discursos se inflan y la música se vuelve mercancía— el cuerpo sigue sabiendo cómo luchar. Y el baile, como los sueños, tiene su propia lógica: caótica, utópica, profundamente humana.

Otra Canción: ¿Cómo influye tu experiencia entre Chile y Alemania —y tu recorrido como migrante y viajero— en la construcción de tus paisajes sonoros? ¿Hay sonidos que te acompañan sin importar el país en el que estés?

Matías Aguayo: Seguramente en mi amor por la música electrónica influyó el hecho de no sentirme perteneciente a un lugar en específico – el techno, el house, era la música para los alienígenas, para quienes no estaban aferrados una identidad específica, y que permitía la amalgama de distintas influencias sin caer en algo como una fusión artificial de géneros , sino más bien de una naturalidad y libertad de expresión basada en lo que te constituía y cada vez se alejaba más de lo que ya existía como referencias concretas.

Siempre hubo algo utópico en algo cómo una disolución de identidades, de encontrar en la libertad de fluidez de identidad, de género etc. en el “dance”. Haber vivido en distintos lugares del mundo, Alemania y Chile solo siendo dos lugares de muchos más, ya hace tiempo que estoy viviendo en México, me ha hecho encontrar expresiones que justo conectan más con el estado de migración y de viaje que con una tradición local. Es bien transparente la música, al final. Distintos lugares del planeta resignifican tu música sin que lo quieras, además. De gira me acompañan muchas veces los mismos sonidos, las mismas canciones, pero cambian de significado en cada lugar o espacio.

O.c: ¿Qué significa para vos el “activismo sonoro” y cómo se expresa en proyectos como Kpuxxa-Sounds o en tu participación en movilizaciones sociales?

Matías: En Kpuxxa sound DJ Maxicat y yo nos dejamos llevar por situaciones a las cuales nos expusimos manifestando “armados” con una boombox. Terminando escondiéndonos de las linternas de “los pacos” (carabineros) chilenos que trataban de encontrar la fuente de una manifestación invisible, nosotros entre los altos edificios alrededor de la plaza. Con Maxicat habíamos mirado la película “Estado de sitio”, de Costa Gavras, en la cual los milicos destruyen parlantes uno tras otro, y la música igual sigue sonando. Eso nos inspiró. Esto fue en realidad parte de una búsqueda en la cual nos preguntábamos cómo podríamos aportar a un cambio desde nuestro lugar y con nuestras herramientas.

Mirando hacia atrás parece un poco ingenuo, era el 2019, para mí era más fácil sentir esperanza en esos momentos, antes de esta ola de fascismo y delirio en la que se encuentra el mundo ahora. Y ahora me pregunto qué tan relevante y que tanto impacto a un nivel de “resistencia” puede ser lo que uno hace, operando desde espacios cada vez menos libres. No tengo una respuesta. Lo que sí sé es que el baile cura y regenera fuerzas y que eso es importante siempre en la lucha.

O.c: ¿Cómo nació el sello Cómeme y qué lo diferencia de otros espacios musicales en términos de ética, comunidad y resistencia al circuito comercial?

Matías: En realidad la idea del sello nace de la idea de reinterpretar la ciudad como una pista de baile. Partiendo por fiestas callejeras.

Salíamos de noche para encontrar esas pistas de baile – en el mismo horario que pensábamos bailar el día siguiente. En la canción “El Internet” relato algo de eso: Hay varios factores que considerar. Cómo se siente el lugar. Es preferible que sea transitado, preferiblemente cerca de bares, salas de concierto, discotecas, para que gente que se contagie, y se una al baile. Localizar la luna. Que tal la iluminación. ¿El piso, como se siente al bailar? Cómo suena el lugar. ¿Qué puede lograr a contener el sonido? Puede ser una pared un toldo de un café cerrado, balcones, un puente. ¿Que favorece a nuestro pequeño soundsystem?

Creo que Cómeme partió desde una saludable arrogancia de pensar que éramos la gente con más onda de la ciudad o quizás del mundo y que por eso en realidad no necesitábamos referentes y podíamos inventar lo nuestro sin que nos importe lo que piense el resto del mundo. Creo que eso fue una base importante y lo siento muy opuesto a la onda de hoy en la que se ha normalizado demostrar sus “logros” a través de repostear buenas críticas que te hacen en sitios gringos o europeos (“me mencionaron aquí”, «salí en los top 10 de…”) o de buscar el reconocimiento a través de sacarse una foto delante del culturalmente obsoleto “Berghain”, postearla, y escribir un texto que parece un discurso de una estrella de Hollywood recibiendo un Oscar.

El motivador de Cómeme fue sentir que somos únicos, que nadie representa lo que hacemos y que por eso necesitábamos nuestra propia plataforma. Por eso también esa sensación de colectividad que emitía el sello. En una escena hoy mucho más individualizada, lograr eso sería obviamente bastante más difícil. Para hacer un sello que a mí me interesa formar parte se necesita 1) lograr cierta sustentabilidad, 2) generar Comunidad real y 3) estar adelantado en el tiempo, hacer las cosas de manera distinta.

O.c: Tu música desafía las fronteras entre lo bailable y lo político. ¿Cómo decidís cuándo una pista necesita decir algo más allá del ritmo?

Matías: Ando un poco confundido, la verdad. Siempre he sentido que es algo que ya está incorporado de alguna manera en la música y el ritmo, que es algo en un lenguaje que no necesariamente requiere palabras. Pero luego te das cuenta de que te sigue gente “libertaria” que les gusta tu música y siento un glitch en el cerebro porque no entiendo nada, ¿cómo puede ser que a un facho obediente le guste tu música? ¿Y luego te tire mierda por las redes? Es super raro todo y me llego a preguntar si hago algo mal. Siempre sentí que la libertad musical puede hablar por sí solo, que la inclusividad del ritmo por su naturaleza se opone a la ideología de supremacía blanca y transfobia y autoritarismo oligarca que anhelan aquellos que usurparon el término “libertad” etc…

Más allá de eso siento que los criterios de escucha están tan impregnados por una idea de mercado que medio que parece inescapable. Hay un anhelo insaciable de tener que poder “describir” la música. Es difícil disfrutar la música si la necesidad de contextualizarla se impone ante la escucha y el goce. Se habla de géneros o subgéneros como también se habla de supuestos cambios generacionales en algo tan fluido y complejo como la música, que en su máxima expresión e impredecible funcionalidad no obedece ni al criterio de la lógica del fenomenólogo que cree poder entender y luego explicar todo, ni tampoco al criterio del mercado.

La música ofrece una vía distinta que se parece más a la lógica de los sueños. Esa libertad asociativa, esa falta de control, ese caos es la energía que más me interesa – y es ese paisaje utópico al que uno se puede asomar a través de la música. Me gusta que la música sea como los sueños – que tienen su propio lenguaje y su propia lógica.

O.c: ¿Qué relación tenés con las pistas de baile como espacio político y cómo influye tu rol como productor y DJ en la forma de pensar el cuerpo en ese contexto?

Matías: Hoy me gusta nombrar el ejemplo de la Nueva Red de Bailadores en Ciudad de México, un colectivo con el que he estado colaborando bastante. Yo decía que son otros locos extremistas del baile como yo. Hacen fiestas siempre en el espacio público, de día, bajo el lema de “sin costo, sin alcohol, sin acoso”.
Para mí las mejores fiestas en la ciudad en el momento. Y me recuerdan un poco a una de las lecciones de las fiestas callejeras que hacíamos antes: Es que cuando algo no está basado en el negocio, o en una relación cliente / servicio ya nada puede salir realmente mal. En la Nueva Red de Bailadores no se anuncian los Djs, suenan distintos ritmos y músicas, y el espacio no comercial es un espacio en el que no figura la pretensión, la exclusividad, el control, la plata, el juicio, y bueno todas las otras cosas que arruinan las fiestas. La gente realmente viene a bailar. No hay otra cosa que hacer ahí.

Siento que eso crea una apertura a escuchar cualquier cosa, desde una cumbia a un electro super intenso, la libertad de juicio y expectativa abre mucho a la gente de cualquier contexto.
La “Red” ha crecido con los años y atraído al público más diverso que he visto en mucho tiempo, y ahora en otros lugares de Latinoamérica, (como en Rosario, Argentina, o en Bogotá) otra gente se ha inspirado del “manual” de la Nueva Red de Bailadores que es cómo un manifiesto del baile y de la fiesta libre ya ha comenzado a hacer su versión. Siento que ahí está pasando algo interesante y cuando no estoy de gira (vivo en CDMX), trato de estar en todas.

Después hablando más general siempre me ha gustado más la manera horizontal de tocar como DJ, es decir tocar de manera no jerárquica, no dictar o “hacer bailar” desde un pupitre, sino estar con el oído en la fiesta, con la gente, una manera más democrática o sensual de tocar, no tanto de dominio. Me encanta que haya muchos DJs, pero también está claro que ya no tiene tanta onda ser DJ y que la imagen del DJ en general ha sufrido bastante y que hay mucho discurso alrededor de un vacío medio deprimente de buscar reconocimiento de maneras poco dignas.
Se habla de cosas como de que un DJ es unx “trabajadorx cultural” unx “curadorx” y me desentiendo un poco de esos significados elevados de algo muchas veces no tan espectacular y un ámbito en el que no necesariamente se beneficia la gente más talentosa, sino mucho la gente más ambiciosa o estratégica.

A veces siento que deberíamos pausar un poco la cultura DJ y volver a hacer música para que quienes producen la música tengan más oportunidades y se llegue apreciar más el concepto de tocar en “vivo”, la situación de la vulnerabilidad de tocar en vivo que logra conectar con la gente en otros niveles. Sobre todo, en momentos de tanto discurso y presencia inflacionaria de la cultura DJ siento que hay mucho deseo de la gente de algo que realmente esté alejado de las pantallas y hacerte sentir estar muy presente en un momento, en el baile y su éxtasis.

O.c: ¿Sentís que la música puede ser una forma de resistencia política? ¿Qué elementos definen hoy una escena verdaderamente contracultural en la electrónica?

Matías: En los últimos años se ha vuelto parte de mi cotidianidad y al parecer de otrxs artistas que de alguna manera tratan de expresarse de manera crítica, de recibir mensajes hostiles en redes de parte de incels, “libertarios”, conspiranoicos, antifeministas, gente transfóbica y bueno, cualquier subgénero del fascismo actual, gente que ahora – en patota – se están sintiendo muy valientes. Quizás ese rechazo, esas amenazas, etc. son un indicador de que lo que uno está haciendo sí tiene algún impacto, porque si te tratan de intimidar así, si tratan de callarte, es por algo quizás. Porque quizás si uno está logrando formar parte de una contranarrativa no deseada por la gente de ultraderecha.
Lo político en la música cruza muchísimos niveles desde formas musicales a lo estructural del contexto en el que uno toca, etc, el boicot o no boicot de ciertas plataformas, festivales, es todo un enredo, en el que yo creo que no hay que juzgar tanto sino reconocer también genuinas voluntades y realidades. Para mí lo central está en el impacto que uno puede tener.

O.c: Para despedirme, me interesa saber: ¿Cómo concebís hoy la colaboración artística en un contexto dominado por algoritmos y plataformas? ¿Qué condiciones creés que debe reunir un evento para generar comunidad real, más allá de lo simbólico?

Matías: Los algoritmos y las plataformas están diseñadas directamente en oposición a las ideas principales de la músico independiente o subterránea, etc. Cada vez está más claro. Desde la idea de reemplazar a artistas por IA, pasando por el enfoque en catálogos de artistas fallecidos, hasta la distribución de ganancias de abajo hacia arriba hacia cada vez más lucro para cada vez menos personas está muy claro que esta estructura está diseñada principalmente para precarizar la industria independiente, precarizar a artistas talentosos, etc. Un esquema piramidal de estafa para generar más ganancia para el complejo militar industrial y posibilitar a personajes criminales y nefastos como Daniel Ek y otros parásitos multimillonarios de poder invertir en armas, etc. En el fondo es algo que solo es un síntoma de un sistema basado en fanática y religiosa adulación de una idea de libertad de mercado, en la cual el dinero se vuelve más importante que la sobrevivencia del planeta.
Podemos tratar de evitar esos espacios o nó, pero lo único que realmente podría cambiar algo real sería derrocar el sistema neoliberal y el fin de las oligarquías y del colonialismo continuado. No creo en “reformar” el sistema, o alivianarlo, porque creo que justo esa creencia nos ha llevado al desastre de hoy.