Nacida en Jujuy en 1984, Salomé Esper es una escritora que no busca el centro, ni lo necesita. Su obra transita la poesía, el cuento y la novela con una voz que es a la vez íntima y extraña, filosófica y terrenal. Vivió en México, reside en Córdoba, y escribe desde una geografía emocional que no responde a mapas sino a pulsiones: el deseo, la pérdida, la maternidad, la vejez, la espera. Su literatura no se acomoda en géneros ni en fórmulas. Se instala en el borde, en lo que falta, en lo que duele.
Su primer poemario, sobre todo, ya insinuaba una mirada que no buscaba respuestas sino fisuras. paisaje, publicado en 2014, consolidó una poética del desvío, donde el lenguaje se vuelve cuerpo y el cuerpo, pregunta. Pero fue con La segunda venida de Hilda Bustamante (Sigilo, 2023) que irrumpió en la narrativa con una novela que mezcla lo fantástico con lo doméstico, lo absurdo con lo tierno, lo filosófico con lo cotidiano. Una mujer de 79 años resucita sin explicación, y el mundo no sabe qué hacer con ella. No hay redención, no hay moraleja. Hay vida, otra vez.
La novela no busca explicar la resurrección. La acepta como dato, como misterio, como detonante. Y desde ahí, despliega una trama íntima, tragicómica, profundamente humana. Hilda no es heroína ni mártir. Es una mujer que vuelve, y en ese volver se enfrenta a lo que quedó atrás: vínculos rotos, cuerpos envejecidos, instituciones que no contemplan lo imposible. La escritura de Esper es precisa, poética, sin adornos innecesarios. Su mirada es feroz y tierna, capaz de mostrar el absurdo sin burlarse, y el dolor sin solemnidad. La novela transita el duelo, la burocracia, la maternidad, el deseo, la fe, la espera. Pero sobre todo, transita el tiempo: ese que no se puede recuperar, ese que se estira cuando no hay respuestas.
La segunda venida de Hilda Bustamante no es solo una novela sobre la muerte. Es una novela sobre el amor que persiste, sobre el duelo que nos acompaña, sobre la importancia de decir lo que sentimos antes de que sea tarde. Es una historia original, diferente, con personalidad propia. Hilda no vuelve para redimir ni para vengarse. Vuelve porque sí. Porque algo la llama. Porque quizás dejó algo a medias. Y en ese volver, la novela nos permite abrazar lo que creíamos perdido, hablar con lo que ya no estaba, y pensar en lo que haríamos si el tiempo nos diera una segunda oportunidad.
En Querer es perder (Sigilo, 2025), su libro de cuentos, Esper confirma que lo fantástico no necesita efectos especiales. Padres que no duermen para que sus hijos no cambien. Hijos que no reconocen la muerte porque nunca la han visto. Pescadores que se hunden en el deseo como quien lanza una red. Cada relato es una escena mínima que se abre como herida, como pregunta, como espejo. Siete relatos conforman el libro, y cada uno gira en torno al peligro de desear sin prever consecuencias.
“Dale un pez a un hombre” juega con la fantasía para transmitir el anhelo de lo que echamos en falta. “La Carla” habla de la incomprensión, la familia, la locura, con una narración cinematográfica que nos mete en la psique de su protagonista. “Primerizos” expone la depresión posparto, el duelo y la pérdida, con un giro cómico y triste a la vez. “Imposibles”, el más breve, construye una historia poderosa con apenas una lluvia, un paraguas roto y un refugio improvisado. “Berta sin cables” es la más turbia: una vida enferma, sola, pobre, que cambia cuando un rayo de luz entra por la ventana. “Lo que ella sabe” conmueve: una viuda que escucha los pensamientos de quienes la rodean, y en esa escucha, encuentra vida. El cierre, “La teoría de los números pares e impares”, es perfecto: secretos familiares, tres hermanas, tres hijos, una madre y una tía. El conflicto se cocina a fuego lento, con un desencadenante tan sencillo como efectivo.
Salomé Esper logra intrigar con historias que esconden entramados más profundos. La mayoría de los cuentos generan emociones diversas: sorpresa, risa, compasión, temor, extrañeza, pena. Solo un par no terminan de despegar, pero el conjunto tiene coherencia, fuerza y una voz que se afirma. Es una propuesta creativa, novedosa, con un hilo conductor claro: el deseo, la pérdida, el duelo, la pregunta sin respuesta.
Y si perder es un arte, El arte de perderte lo convierte en arquitectura. Una novela que no busca contar una historia, sino abrir una herida. Que no ofrece respuestas, sino preguntas que duelen. Que no se acomoda en el drama ni en la redención, sino que se instala en ese espacio intermedio donde el amor, la pérdida y la memoria se confunden. La protagonista —una mujer que ha perdido algo más que a alguien— recorre un paisaje emocional hecho de recuerdos, silencios, y fragmentos que no encajan. No hay grandes giros narrativos, pero sí una tensión constante entre lo que fue y lo que ya no puede ser. La escritura es precisa, poética, sin adornos. Cada frase parece tallada con bisturí. Cada escena respira verdad.
El arte de perderte no es una novela triste. Es una novela que duele. Que acompaña, abraza y pregunta: ¿Cómo se sigue después de perder? ¿Qué se hace con lo que no se puede recuperar? ¿Cómo se vive con lo que falta? Hay ecos de Marguerite Duras, de Carson McCullers, de Alejandra Pizarnik. Pero también hay algo profundamente original: una voz que escribe desde el borde, desde el cuerpo, desde el temblor. Una voz que no busca gustar, sino resonar.
En toda realeza hay traición. Cómo no habría, con tanta plata y tanto tiempo y sin nada que hacer. En toda lectura hay una herida. Cómo no habría, con tanta belleza y tanto silencio y sin nada que decir. Salomé Esper escribe desde ahí: desde lo que falta, desde lo que duele, desde lo que no se puede nombrar. Y en ese borde, su literatura se vuelve necesaria.
