Este sábado 20 de septiembre, Córdoba recibe a Feli Colina en una noche cargada demsúcia. La joven promesa local Wanda Jael también dirá presente.
La cita será una experiencia donde lo ritual, lo poético y lo performático se entrelazan en escena. Pero antes de subir al escenario, Wanda Jael conversó con nosotros sobre su recorrido artístico, sus influencias y el universo simbólico que habita en su música.
Artista multidisciplinaria, escritora, performer y compositora, Wanda Jael se define como canal de lo salvaje y lo sagrado. Su obra desborda géneros y formatos, y se despliega en canciones, poemas, puestas teatrales y visuales que invocan lo ancestral y lo contemporáneo. Desde sus primeros pasos como Wanda la del Guarda hasta su renacimiento bajo el nombre que hoy la representa, su camino está marcado por la fidelidad a sí misma y la búsqueda de una expresión total.
En esta entrevista, nos comparte el pulso emocional y político que atraviesa su disco El Presagio de la Diosa, el vínculo entre cuerpo y sonido en sus shows, y la potencia simbólica de figuras como Niña Salvaje y La Hija de la Curandera. Una conversación que revela a una artista que canta con fuego, palabra y presencia.
Otra Canción: Wanda Jael es un personaje musical o un alter ego. ¿Cómo lo concebís hoy? ¿Es una máscara, un canal, una extensión de vos?
Wanda Jael: Wanda Jael son mis dos nombres. Durante el primer tramo de mi carrera artística me presenté como Wanda Leiguarda, que es mi nombre y uno de mis apellidos. Hace relativamente poco —hará unos dos años— empecé a nombrarme como Wanda Jael. Me dedico al arte desde que tengo cuatro años, vengo de dos familias de artistas, y este nuevo nombre representa lo que soy, sin arrastrar nada de mis apellidos, aunque los agradezco y celebro. Todo lo que nace desde Wanda Jael —obras, vínculos, decisiones— es borrón y cuenta nueva. Es desde acá. Podría decirse que es una extensión de mí.
O.c: ¿Cómo describís tu identidad musical actual y qué recuerdos de tus primeros pasos siguen marcando tu forma de crear?
W.J: Creo que lo que me sigue marcando desde mis primeros pasos es la tenacidad y la disciplina. Jael, además de significar “guerrera de Dios”, en hebreo también quiere decir “libre” y “cabra montesa”. Y yo siento que soy muy buena cabra: Soy muy tenaz, trabajadora, obstinada y creo mucho en lo que hago. Siempre lo creí desde muy chiquita, y creo que esa convicción me acompaña hasta el día de hoy. Me dedico al arte desde los cuatro años, y fue mi mamá —bailarina y coreógrafa— quien me acercó a la danza y me enseñó que el arte es un oficio, un trabajo. No es algo abstracto: requiere disciplina para que funcione, para que no se quede en el plano del hobby.
En cuanto a mi identidad musical, busco reflejar lo salvaje, la fidelidad hacia lo que una es. Nacemos solos y nos vamos solos. Las personas que nos acompañan —amigos, familias, parejas, incluso quienes cruzamos fugazmente— están de tránsito. Vienen a enseñarnos algo, y nosotros a ellas. A veces esos vínculos terminan, y saber soltar también es crecer. Me viene esa frase de Cerati: ser fiel a una misma. Creo que mi música va por ahí.
Volviendo a la pregunta, siento que se trata de eso: conectar con lo salvaje, con el pulso interior, con el mensaje que realmente querés dar. Y cómo yo atravieso este mundo, que no es igual a como lo va atravesar otra persona. Trato de mantenerme pura, de no contaminarme, de que mi música sea lo más fiel posible a mí. Quien se sienta reflejado y quiera disfrutarlo conmigo, bienvenido sea. Y quien no, también encontrará con qué reflejarse. Hay mucha música para todos, para todas.
O. c: ¿Hubo algún momento bisagra en tu recorrido que te hizo decir “esto es lo mío”?
W.J: Si hubo un momento bisagra en mi vida en el que dije “esto es lo mío”, no fue de grande. Siento que me pasó muy de pequeña, a los nueve años. No porque haya ocurrido algo particular, sino porque me bajó una data. Como una certeza interna: “Ah, es esto. Este es mi carisma, esta es mi estrella. Soy muy buena para hacer esto”.
Después, en la adolescencia, estuve medio perdida. No sabía si quería dedicarme al arte, si al teatro o al teatro musical. El canto nunca fue una opción para mí, así que es una gran sorpresa haber llegado a la música. Pero siempre supe que era una gran performer. El tema era dónde meter esa energía, porque en los proyectos que había —obras de teatro, musicales— no buscaban performers como tales. No había espacio para que yo me expresara como Wanda Jael, desde mi propia performance.
Ese sí fue un momento clave, alrededor de los 21 o 22 años. Ahí empecé a hacer música. Me alimenté mucho de mis amigos productores, y así nacieron las canciones de El Presagio de la Diosa. Y también otras que todavía no he sacado.
O.c: Tu música mezcla elementos urbanos, rituales, electrónicos y teatrales. ¿Cómo definís tu estilo y qué te interesa romper o conservar de cada género?
W.J: Quizás suene medio cliché, pero no me identifico con ningún género. Tengo toda una fundamentación detrás: siempre admiré a los artistas por lo que son, más allá de lo que hagan. Actrices, performers, músicas, bailarinas… lo que me conmueve es la persona que ejecuta, que se entrega como lienzo. Puede hacer salsa un día y chacarera al siguiente, y si me llega, me llega. No me importa el estilo, me importa que sea artista.
Esos son mis referentes, y hacia eso apunto. No me interesa encasillar mi música ni hablar de géneros. No es una pose de “soy distinta”, realmente lo siento así. Quiero que se me reconozca por ser una artista completa, multidisciplinaria, multiperformática. Que pueda hacer lo que quiera, y que quienes me siguen lo hagan por mi persona y por mi recorrido artístico, más que por una obra puntual. Porque mi vida cambia, y con ella cambia mi arte.
No puedo quedarme haciendo siempre pop o siempre hip hop. Voy creciendo, y mis direcciones toman otros rumbos. Me parece muy emocionante cuando el público crece con la artista, cuando avanza con ella. Eso es lo que más deseo.
O.c: Tus letras tienen una carga emocional y simbólica fuerte. ¿Qué lugar ocupa lo poético y lo político en tu escritura?
W.J Escribí un libro bajo el nombre de Wanda Ley Guarda, que fue mi antiguo nombre artístico, con mi primer nombre y uno de mis apellidos. Lo poético siempre fue parte de mí. Me gusta mucho escribir, siento que tengo un mundo interior muy rico, y que me atrevo a escribir cosas que me salen de adentro sin pensarlas demasiado. A veces incluso me pregunto: “¿Será que me están dictando desde arriba?” Como si oficiara de canal para mí misma, como si un yo superior me susurrara al oído. Otras veces escribo desde lo mundano, desde lo que me pasa. Pero hay momentos en que lo que aparece es tan fuerte que me pregunto: “¿De dónde salió esto?”
La poesía tiene un peso muy fuerte en mí. Es un tesoro que quiero cuidar y nutrir. Creo que la escritura es un don que tengo, y lo valoro profundamente.
Fui a un colegio católico, y toda la simbología de la Iglesia me marcó a fuego. Peleé mucho con esa institución, y ahí es donde nace lo político en mí. En la adolescencia lo viví con mucho fervor; hoy lo transito con más naturalidad, pero sigue tan vivo como siempre. Poder fusionar lo poético con lo político me permite comunicar lo que me pasa, lo que pasa en la sociedad, lo que nos atraviesa. Porque al final, a todos nos pasa lo mismo.
O.c: ¿Qué artistas, movimientos o figuras te influenciaron más allá de lo musical, desde lo político, espiritual o cultural?
W.J: Más allá de lo musical, hay muchas personalidades que me han influenciado desde siempre. Si vamos al principio de los tiempos, crecí viendo películas de Tita Merello, Esperando la carroza, La China Zorrilla, Rita Hayworth. Todo ese universo artístico me marcó profundamente. También hubo una bailarina que me impactó mucho, aunque ahora no recuerdo su nombre. Lo cierto es que crecí rodeada de arte.
En la escritura, mis referentes absolutos son Federico García Lorca y Alejandra Pizarnik. Me conmueven, me atraviesan, me inspiran. Y también hay una raíz política muy fuerte en mí: vengo de una familia peronista. Mi abuelo, por ejemplo, cuando falleció el General Perón, estuvo custodiando el cajón por puro amor, sin tener ningún cargo ni rol institucional. Figuras como Evita y Tita me influencian profundamente, y siguen vivas en mi imaginario.
Seguramente me estoy olvidando de muchas más, pero todas esas presencias forman parte de mi ADN artístico, emocional y político.
O.c: Lo femenino, la idea de la mujer, está muy presente en tu discografía. ¿Cómo vivís tu lugar como mujer en la música y qué desafíos o conquistas te atraviesan en ese camino?
W.J: Creo que el lugar de la mujer —no solo en la música, sino en la cultura en general— sigue siendo complejo. Y también creo que muchas mujeres y disidencias vienen abriendo camino desde hace mucho tiempo para que las nuevas podamos transitarlo. Ver eso, apreciarlo, sostenerlo con fuerza y reivindicarlo cada vez es fundamental. Incluso en espacios como estas entrevistas, nombrarlo ya es una forma de hacerlo visible.
Yo soy una persona que se abre camino, y trato de compartirlo siempre. No es fácil, pero en el recorrido me he cruzado con gente que me tendió la mano. Como dice Feli Colina en Los Infernales: “Siempre me he cruzado en el camino una mano tendida. Gracias a estas personas por dar sentido a mi vida”. Así lo vivo yo también. Siempre luchando, siempre abriendo camino, siempre compartiéndolo.
O.c: Tu disco El Presagio de la Diosa narra una historia a través de canciones que funcionan como cartas de un oráculo. ¿Cómo surgió esa idea y qué te permitió explorar desde lo musical?
W.J: Mirá, el disco ya estaba armado, y el oráculo fue lo último que decidimos. Lo último, lo último. Yo ya tenía ganas de hacer algo conceptual, algo que funcionara como hilo conductor entre las canciones. Más allá de las cartas, a cada una le hicimos una fotografía que marca un paso, una estación. Algo casi cristiano, como las estaciones de Jesús en la cruz. Lo abordamos desde la fotografía.
Si entrás a Spotify, cada canción está acompañada por un videíto corto que te guía: “Ahora estás escuchando a la Diosa: la antorcha de fuego. Ahora a Belicosa: el caballo. Ahora la Intuición: la pelea por tu vida. Ahora Bruta: el agua, el fluir, el escuchar lo que se susurra a tu alrededor”. Y cuando digo susurran, no me refiero al chisme, sino a esas voces más sagradas, las que te conducen. Esa voz interior que te orienta, que te acompaña.
Lo del oráculo surgió en una charla con una colega que formó parte del equipo. Estábamos hablando y le dije algo sobre las cartas del Tarot —yo ya venía estudiando, mi mamá siempre me tiró las cartas, tiene varios oráculos, es muy brujita además de ser una gran artista— y en un momento dijimos: “Boluda, claro, tiene que ser un oráculo, porque va narrando”.
El disco ya estaba armado, pero sentíamos que necesitaba ese soporte extra.
O.c: Cada tema parece tener un personaje o arquetipo. ¿Cómo construís esas identidades desde el sonido y qué recursos usás para que se escuchen “vivos”?
W.J: Tengo muchos recursos performáticos. Entonces, por ejemplo, en SiSex quise entrar con unas trenzas bien largas hasta el piso como si entraran a un caballo. O sea, como si fuesen las riendas las trenzas. Después yo quise que me corten las trenzas.
Sí, totalmente. Cada canción tiene un arquetipo. Y creo que el disco en plataformas versus el vivo son dos experiencias muy distintas. En el vivo afloran otras cosas, no solo en mí, sino en todos. Yo tengo muchos recursos performáticos.
Por ejemplo, en SiSex quise entrar con unas trenzas larguísimas, hasta el piso, como si fueran las riendas de un caballo. Después pedí que me las cortaran en escena. También hay momentos donde peleamos a puño limpio, con machetes, hago coreografías muy jugadas mientras canto y me levantan en el aire. Todo eso está pensado para intensificar el mensaje del disco.
Vengo del palo del teatro, y el teatro musical tiene muchísimos recursos explotables. Yo tengo muchas cabezas, doy mi cabeza, estoy todo el tiempo pensando qué puede ser. La idea es que la persona que ve el show en vivo se quede tan flasheada que llegue a su casa y quiera escuchar el disco en plataformas. Que quizás no sea lo mismo que vivió en el show, pero es lo que tiene más a mano. Y capaz le re copa, y al próximo show vuelve, está ahí.
O.c:Tus shows son inmersivos, con danza, visuales y vestuario. ¿Cómo pensás el sonido como parte de una experiencia total?
W. J: Mirá, yo pienso el sonido como el conector de todo lo que está pasando. Soy muy buena armando puestas, y siento que el sonido es lo que une y potencia todo lo que sucede en el vivo. Ya forma parte de la experiencia en sí, no es un complementoo.
El disco siempre estuvo armado —y esto me parece rico compartirlo— con la idea de ser llevado al vivo. No de “tocarse” literalmente, porque son instrumentos MIDI, pero sí de hacerse en escena. Es un disco pensado para el vivo, más que para las plataformas, te diría. Lo que sucede en el escenario tiene otra intensidad, otra dimensión, y el sonido es el que lo sostiene y lo expande.
O.c: Niña Salvaje (La Defensora de los Vándalos) tiene algo de ancestral y rebelde. ¿Qué te inspiró a crearla y cómo dialoga con los movimientos sociales actuales?
W.J: Niña Salvaje nace también de una experiencia muy fuerte. Yo me fui de mochilera a México cuando cumplí 18 años. Viví allá sola durante un año, trabajando, conociendo gente espectacular. En un momento, me hice muy amiga de Belén María, una santafecina hermosa, mucho más grande que yo —yo tenía 18, ella 28— y decidimos irnos a vivir juntas. Hasta el día de hoy seguimos en contacto y nos queremos muchísimo.
Un día me dice: “Vamos a un temazcal”. Y me agrega: “Averiguá qué es”. Pero yo era una pendeja de mierda, entonces le dije: “Nada, vamos al temazcal, no sé qué es, no sé con qué me voy a encontrar”. Y ahí empezó todo. Esa experiencia fue un portal, una revelación. Algo se abrió en mí que después se transformó en obra.
Entonces fuimos, y el temazcal era como un iglú hecho de cañas. Una estructura abierta, con cañas atravesadas que formaban pequeños huecos, cuadraditos al aire libre. No era una construcción cerrada, sino más bien un entramado que respiraba. Sobre esa estructura se colocaban telas, cubriéndola por completo, dejándola completamente a oscuras.
Adentro se colocaban piedras calientes, y al tirarles agua comenzaba el ritual: vapor, cantos sagrados, una atmósfera densa y transformadora. Fue una experiencia muy fuerte, muy espiritual. Algo se abrió ahí, algo se encendió. Y muchas de las imágenes que hoy habitan mi obra nacen de ese momento.
De todos los cantos que sonaron en el temazcal, el único que se me quedó grabado cuando salí —imagínate, salís abombada, empapada de sudor, después de estar encerrada en ese ritual tan intenso— fue Niña Salvaje. Esa canción me penetró el corazón. Y el cerebro. Quedé anclada a ella, como si fuera un mantra que me acompañó durante todo el viaje.
Estaba sola, lejos de mi mamá, de mi papá —me emociono al decirlo— de mis amigos, de mis hermanos. Y Niña Salvaje se volvió mi forma de bajarme, de recordarme quién soy: “Yo soy una niña salvaje, nací libre y silvestre, tengo todas las edades, mis ancestros viven en mí”. Esa frase me acompaña a donde sea que esté, a donde sea que vaya. Es mi raíz, mi escudo, mi fuego.
Niña Salvaje es una canción de Chamalú y Alberto Kuselman. Años después de aquella experiencia en el temazcal, le escribí a Alberto —porque no lograba encontrar el contacto de Chamalú— y le dije: “Mirá, estoy armando un disco conceptual y me encantaría que Niña Salvaje esté ahí. ¿Cómo hacemos con los derechos?”. Soy muy prolija con esas cosas, no me gusta que nadie piense que estoy queriendo pasar por encima de lo que corresponde.
Y él me respondió con una generosidad hermosa: “Wanda, quedate tranquila. Nos encantaría escuchar tu versión, así que dale para adelante. Solo tené presente que nosotros también somos los compositores, y dale nomás”. Fue un gesto que me emocionó mucho, porque esa canción me marcó profundamente, y poder incluirla en el disco fue cerrar un círculo muy importante.
A Niña Salvaje le agregué un fragmento propio que dice: “Defensora de los vándalos, si eres uno, te protejo yo”. Lo hice porque Wanda —como te conté que Jael significa “libre como cabra montesa”, esa guerrera de Dios— también significa “la defensora de los vándalos”. Y me pareció hermoso poder sumar ese toque mío a la canción, como una especie de declaración.
Es una frase que me representa, que conecta con mi identidad y con lo que quiero transmitir. Fue mi forma de apropiarme de Niña Salvaje, de hacerla también mía, de que ese mantra que me acompañó en el viaje tuviera mi voz, mi sello.
O.c: La Hija de la Curandera (La Traición) cierra con una historia intensa. ¿Hay una dimensión autobiográfica o colectiva en esa figura?
W.J: La Hija de la Curandera lo escribí muy chica. En ese momento iba a un colegio católico —como te conté— que no tenía nada que ver con mi entorno familiar: padres jóvenes, artistas, laburantes. Era un colegio bastante cheto, y yo, mientras tanto, era muy feliz explorando mi cuerpo, mi pelo, mi identidad. Me hacía tatuajes, piercings, me teñía el pelo… cosas propias de la adolescencia, de la búsqueda.
Pero por todo eso fui muy castigada. No solo por los adultos, sino también por mis pares. Había una mirada muy dura, muy juzgadora. Y La Hija de la Curandera nace como respuesta a ese contexto, como una forma de afirmarme, de decir: “Esta soy yo, y esta es mi historia”.
Un día me bajó esa data. Llegué a casa y dije: “La traen a rastras a la hija de la curandera…”. Estaba leyendo el Martín Fierro en ese momento, así que claramente estaba en ese código medio gauchesco. Y empezó a brotar. No fue algo premeditado ni pensado, simplemente apareció.
La Hija de la Curandera habla de esa época dura. De hecho, junto con Bruta, son dos canciones que forman parte del disco El Presagio de la Diosa, pero también nacieron como poemas incluidos en mi libro Cría: 17 poemas para leer con música clásica. Fue una experiencia inmersiva dentro de la literatura, y un quiebre muy fuerte para mí. Lo hice sola, de forma autogestiva: fui, lo imprimí, lo moví. Vendí más de 900 copias por mi cuenta. Una locura.
Y esas dos canciones, Bruta y La Hija de la Curandera, las trasladé al disco porque sentía que también formaban parte de ese universo. Son piezas que nacieron desde lo más profundo, y que siguen latiendo en cada obra que construyo.