En una noche cargada de símbolos, Manuel García celebró dos décadas de “Pánico” con un concierto que fue mucho más que un repaso discográfico: fue una ceremonia de reencuentro con la canción de autor, con la trova como gesto político y con la memoria como territorio afectivo.
Desde el inicio, el repertorio se tejió como un diálogo entre épocas. Las canciones de “Pánico” no se presentaron solas: conversaron, se cruzaron y se fundieron con piezas de otros discos, como si el tiempo no fuera una línea sino un tejido. En ese espíritu, “Canción de la nueva trova” y “Pena vuela” abrieron el concierto en cuatro partes, evocando la llegada de la democracia y la nueva trova como lenguaje de resistencia. García no cantó solo: cantó con la historia.
En la segunda parte, trajo una ternura combativa. “Como dices tú” resonó como un portazo emocional, una canción que no se canta: se lanza. “Tu ventana”, inspirada en un pequeño departamento y en el Romancero gitano de Lorca, fue otro momento de intimidad poética, donde lo doméstico se volvió universal.
Pero el concierto no fue solo retrospectiva. Fue también manifiesto. García demostró la importancia de volver a la canción de autor, de pensar que el arte puede —aunque sea en forma de utopía— hacer un mundo mejor. Aunque no lo logremos del todo, vale la pena pensarlo así.
En uno de los pasajes más singulares, recordó una historia de juventud en la época del “éxilio chileno”: una chica llamada Lili, unas medias de Chiloé, una isla de tejedoras, un barco fantasma y un gesto romántico de un búlgaro llamado Iván que remendó las medias sobre su pierna. En honor a esa historia, cantó “La aguja”, transformando lo anecdótico en canción. Hacia el final del segundo bloque evocó a Pedro Aznar como un amigo y maestro. Para luego cantar el bolero “Si no hablamos”.
La tercera parte del concierto abrió con “Te recuerdo Amanda”, la voz de Víctor Jara como presencia inevitable cuando se habla de trova. Si hablamos de homenaje a la canción chilena es imposible que no esté Víctor y el público lo entendió como un gesto de justicia poética. Luego llegó “Arriba en la cordillera” de Patricio Manns, una canción que no solo canta la geografía: canta la resistencia, la dignidad de los que viven en los márgenes y la memoria de los que no se rinden.
Con la canción “Santiago de Chile”, la trova se expandió hacia Silvio Rodríguez. Imposible no recordar aquel disco editado apenas regresada la democracia en Chile y después de estar prohibido por 17 años Silvio en Chile. García eligió cantar canciones que ya son parte del acervo trovadorezco permanente. También interpretó “Volver a los 17” de Violeta Parra, porque si estuvo Víctor, tenía que estar Violeta. Y luego “El viejo comunista”, tal vez el himno a la utopía, esa que Manuel canta como quien recuerda que otro mundo es posible, aunque sea solo en el deseo.
El público aplaudió, se emocionó, pero también guardó silencio. Un silencio reflexivo, como quien necesita escuchar para pensar. Porque la utopía de un sistema más justo no depende de ideologías: depende de la sensibilidad.Con el pandero en mano, García evocó a Gabriel García Márquez, que mostró su vocación de narrador. Volvió a “Pánico” con “Bufón”, y el público ya estaba en comunión. “Insecto de oro” fue una oda a lo marginal, a lo que brilla sin pedir permiso. La versión se acercó al blues, demostrando que se puede ser trovador aun siendo rockero.
La canción “Pánico”, que da nombre al disco, fue un gesto de solidaridad con el pueblo argentino en plena crisis del 2001. Y así, la trova se volvió crónica social. La cuarta parte del concierto se llamó “Cantos de ida y vuelta”, canciones que tienen un poco de aquí y un poco de allá o porque como cantaba Facundo Cabral, no soy de aquí ni soy de allá. “Tu voz de agua clara”, del disco Compañera de este viaje, abrió este bloque con una ternura que no es ingenua: es resistencia afectiva. Agradeció al pueblo argentino por cerrar la gira en una tierra de libros, poesía y cultura viva. Y dedicó “Palomita de mar” a las Madres de Plaza de Mayo, como quien sabe que la canción también puede ser memoria activa.
El bis trajo “La barca”, dedicada a Martín Jauregui, una canción inédita que dejó abierta la puerta a un futuro disco. Y luego “En estos días”, como antesala de la visita de Silvio Rodríguez en octubre. Pero si faltaba una canción, era “Hablar de ti”, para recordarnos que el trovador es solo un pasajero, un intermediario entre el sueño y la palabra. La infaltable “La danza de las libélulas” cerró el concierto con un gesto colectivo: por primera vez, el público sacó sus celulares para grabar, como queriendo llevarse un pedazo de esa noche. Una celebración a la canción de autor, a la trova que nos enseñaron Violeta, Víctor, Silvio, Milanés y que Manuel honra con su voz y su poesía.
En tiempos de ruido, siempre hay lugar para nuevas voces, nuevas canciones. Con Alejandro Goich y Max Correa como cómplices, Manuel García demostró que la trova no es nostalgia: es presente, es futuro, es resistencia.

Fotos: Anabela Gilardone