Desde sus primeros pasos, su música se desliza entre lo glam, lo psicodélico y lo teatral. Pero más allá de las estéticas, hay algo que persiste: el vértigo de la sorpresa. “Lo único que siempre me genera vértigo es ir tras la sorpresa”, confiesa. No se trata de repetir fórmulas, sino de alterar el silencio con respeto, de descubrir nuevas formas de instrumentación, de palabras, de ordenamientos que lo descolocan y lo revelan.
Su obra no se limita a lo sonoro. Los títulos de sus discos —como pequeñas novelas— son pistas de una narrativa que atraviesa cada canción. “Las palabras son los solos en la música”, dice. Para él, no hay melodía que conmueva si no atrae las palabras correctas. La canción, entonces, es un encuentro entre sonido y sentido, entre ritmo y relato.
En tiempos como los que vivimos, su música se sostiene por lo que no busca. “Mi arte es, no convive con el afuera”, afirma. No pretende provocar, pero provoca. No busca gustar, pero conmueve y tiene seguidores que le son fieles. Hay una honestidad radical en esa forma de crear: hacer música para sí mismo y para su entorno cercano, sin concesiones.
“Lodo”, su último adelanto, condensa esa mirada crítica y omnisciente. En él aparecen imágenes como “señales de alerta” y “amos y sirvientes”, que revelan una lectura feroz del presente: narcopolítica, deslealtad, esclavitud, espionaje, medios comprados. “Vivimos en un mundo de amos y sirvientes”, dice sin eufemismos. “El tipo del tridente es aquel que viene a aplastarte y arruinarte la vida, desde las drogas hasta el dinero, tu trabajo, tu espacio y tu vida”. La canción se vuelve entonces una denuncia, un espejo oscuro que no busca redención sino conciencia.
La sonoridad de “Lodo” fue trabajada en conjunto, con una oscuridad que ya estaba marcada desde el inicio. “Era imposible hablar de amor y sol”, recuerda. Panky trajo los extractos iniciales, y desde allí se construyó una atmósfera densa, donde la voz y la guitarra no solo acompañan, sino que hacen crecer los ritmos y los sintetizadores. “Pude ver las cosas desde afuera, confirmarlas y aportar para que se fije mucho más una idea”, dice sobre el proceso de producción.
Pero lejos de victimizarse, se posiciona como narrador omnisciente: “En Lodo soy el que todo lo ve, aquel que ya conoce el final del cuento”. No hay ingenuidad ni consuelo, hay mirada. Y en esa mirada, una forma de resistencia.
¿Y qué viene después de “Lodo”? El artista responde con una risa: “Lodo jajajaja”. Como si todo lo que tuviera para decir ya estuviera ahí, hundido y revelado. Como si el barro fuera también una forma de verdad.
Carca bajo el Lodo: cuando la distorsión también narra
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