Los Mirlos: Cumbia, psicodelia amazónica, memoria viva y un canto que florece

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Hay músicas que no obedecen a los algoritmos, que no se pliegan a tendencias pasajeras. Músicas que nacen de un territorio, de una historia, de una raíz. Así es el canto de Los Mirlos, la mítica agrupación peruana que electrificó la selva con su psicodelia amazónica. Más que una banda, son una memoria viva que canta, una afirmación cultural que trina desde las guitarras como aves del trópico.

Fundados en Moyobamba, la Ciudad de las Orquídeas, capital de la región San Martín, Los Mirlos nacieron entre ríos y vegetación exuberante. Desde adolescentes, Don Jorge Rodríguez y sus hermanos formaron Los Saetas, una agrupación que empezó a sonar en los pueblos selváticos. El momento de quiebre llegó cuando su hermano mayor, de visita desde Lima, los vio actuar ante un público multitudinario y decidió apostar por ellos. La madre lo confirmó: “nos vamos a Lima”. La migración familiar impulsó el salto artístico. Y desde los años 70, su guitarra comenzó a resonar en la capital y más allá.

Los primeros discos, grabados entre 1973 y 1976, ya mostraban un sello propio. Y mientras otros grupos costeños apostaban por una cumbia sin efectos, Don Jorge incorporaba texturas y distorsiones que definieron lo que la prensa llamó “funda psicodélica”: un sonido vegetal, eléctrico, identificable al instante. Su música no se parecía a ninguna. Ni al rock, ni al folklore, ni a la cumbia tradicional. Era otra cosa. Era el canto de la selva.

Y como su guitarra era única, también su archivo lo fue. En 1976, Don Jorge compró una cámara Sony Muda y comenzó a registrar momentos íntimos, familiares, escénicos. Décadas después, esas imágenes emocionaron al cineasta Álvaro Luque, quien impulsó el documental La danza de los mirlos. Estrenado en el Festival de Cine de Vivo —el más importante del país—, recibió ovación total. No solo se proyectó la película: Los Mirlos tocaron en vivo ante un teatro colmado, conectando archivo y presente con una fuerza conmovedora.

Pero la expansión no terminó ahí. La llegada a Coachella fue un hito. La invitación no surgió de trámites, sino de deseo: el festival los contactó directamente. Tras gestiones legales y visa laboral, el grupo se presentó en 2024 ante más de 120.000 personas por día. La logística fue descomunal, con traslados en vans y ejecutivos que mostraban discos de Los Mirlos guardados durante años. Desde entonces, la banda comenzó una nueva etapa: festivales en Miami, Texas, y públicos angloparlantes sorprendidos por ese trino eléctrico que nacía en la selva.

Hoy, Los Mirlos graban en estudio propio, lanzan discos en Spotify, remasterizan clásicos y colaboran con artistas de México, Chile, Argentina, Uruguay y Perú. La banda es sostenida por los hijos de Don Jorge: Javier en la gestión digital y Jorge Luis como director musical. Y ya se suman los nietos, que participan en ensayos con entusiasmo y talento. «Todos quieren tocar… y tocan muy bien», dice Don Jorge entre risas.

El vínculo con Argentina es también parte vital de su historia. Fue el primer país que visitaron fuera de Perú. En los años 80 recibieron discos de platino, participaron en películas junto a Camilo Sesto y Ángela Carrasco, y giraron por Jujuy, Corrientes, Buenos Aires y Córdoba. Esta última ciudad vuelve a ser protagonista este mes: Los Mirlos regresan a Córdoba después de ocho años y se presentan el viernes 18 de julio en la Fiesta Sabor, que se realizará en el Comedor Universitario. Es una oportunidad para volver a escuchar en vivo el pulso de la selva, la psicodelia del trópico y el canto colectivo que atraviesa generaciones.

Cumbia con mensaje: territorio, conciencia y resonancia social

La cumbia que canta Los Mirlos no es solo baile ni celebración. Es una manera de contar el mundo desde lo popular, un lenguaje que conmueve y genera conciencia al mismo tiempo. Don Jorge lo resume con precisión: “La cumbia es un sentimiento que mueve multitudes. El intérprete la transmite de todo corazón para que el público siga gozando. Es algo que se va a mantener toda la vida”. Ese goce, que convoca generaciones, no se opone al mensaje: muchas de sus canciones —como Campo Verde, La danza del petróleo, El milagro verde o El lamento de la selva— surgieron en tiempos de auge extractivista, en plena fiebre del petróleo en el Perú, y se inscriben en una tradición que pone en evidencia la amenaza ambiental, el desgaste del territorio, los ritmos que impone el despojo, aquello que duele y aquello que merece ser cuidado.

Don Jorge no lo plantea desde el eslogan, sino desde la experiencia: “Queremos que se respete la naturaleza, que se combata la deforestación. Es necesario conversar con las autoridades para proteger nuestro oxígeno y el futuro de la humanidad”. Esa convicción está en sus títulos, en sus arreglos, en la forma de narrar. Poder Verde, El sonido selvático de Los Mirlos, La danza de Los Mirlos… cada canción lleva el pulso de un territorio, el deseo de preservarlo y la potencia de cantarlo para otros.

Incluso cuando dialogan con nuevas generaciones, la identidad está presente. “Mantenemos la raíz peruana en el sonido, sobre todo en la guitarra, que da identidad al grupo. Incluso en colaboraciones, siempre están los guapeos y ese sonido tan nuestro”, explica Don Jorge. Y no es nostalgia: es afirmación. En sus colaboraciones recientes —con artistas como Renata Flores o bandas juveniles de México y Chile— la música se transforma sin perder la esencia. La guitarra se adapta, pero no desaparece.

El reconocimiento internacional acompaña esta coherencia. En México, La danza de Los Mirlos es conocida como “La cumbia de los pajaritos”. En Argentina, Pablo Lescano la definió como “el himno de la cumbia”. Y si algunos medios los llaman “Los Rolling Stones del Perú”, Don Jorge lo recibe con calma: “Son opiniones subjetivas que se respetan. Pero nosotros somos Los Mirlos del Perú. Aunque algunos dicen que ya somos de América… o del mundo”.

La marca está protegida en varios países. Google certificó su autenticidad. Y mientras crecen los seguidores en plataformas digitales, también crece el legado familiar. Jorge Luis, hijo de Don Jorge, es hoy director musical de la banda. “Él maneja ensayos, elige canciones. Yo lo vengo preparando desde chico. Y después vendrá mi nieto… Todos somos necesarios, pero no imprescindibles”.

Ese hilo afectivo sostiene la continuidad. En cada ensayo, los nietos piden tocar, se suman, aprenden. “Tocan de todo… hay garantía”, dice su abuelo entre risas. Y en esa escena doméstica, donde la guitarra suena junto al almuerzo, se resume una historia que no se detiene. Los Mirlos no son sólo un grupo: son una comunidad que canta, una herencia que crece, una memoria que se electrifica.

“Si Dios me quiere…. tenemos Mirlos por años”, afirma Don Jorge. Y en ese decir hay certeza. Porque hay canciones que no envejecen: se transforman, viajan, resisten. Y porque desde la Amazonía hasta Coachella, desde Jujuy hasta Texas, hay oídos que entienden que la cumbia también puede ser conciencia, también puede ser territorio, también puede ser futuro y por supuesto alegría.