Continhuará… vol1 no es un disco: es una herida que canta, una bitácora de carne viva escrita desde la pausa forzada. Lejos del frenesí eléctrico de Catupecu Machu, Fer Ruíz Díaz inaugura una etapa solista que no busca continuidad sino ruptura, aunque en sus grietas retumbe lo que fue. Es la voz de un cuerpo en medio del colapso.
Desde hoy se puede escuchar el primer capitulo de tres, como si necesitara respirar entre capítulos para no desbordarse. El primero es una declaración íntima: guitarra en mano, voz sin filtro, presencia directa. No hay efectos ni distorsión, pero sí una crudeza emocional. Fer no canta para gustar; canta para existir.
En este ritual acústico, la palabra es protagonista. Lo lírico se vuelve filosófico y autobiográfico, en un registro que interpela más allá del fan o la nostalgia. Hay reversiones, sí —ecos de Catupecu, guiños al rock nacional— pero lejos de anclarse en el homenaje, Fer las resignifica: donde antes había vértigo, ahora hay contemplación; donde había grito, ahora hay plegaria.
En tiempos donde la sobreproducción y el algoritmo dictan el ritmo, Continhuará suena a contracorriente. No busca agradar, busca decir.
Fer volvió. Pero no para ser el que era. Volvió para ser el que puede.
“Primer Movimiento”
Es la puerta de entrada a un universo íntimo, crudo y profundamente humano. Escrita y producida por el propio Fer durante un período de convalecencia, la canción nace desde el encierro físico pero con una libertad creativa absoluta.
Con una guitarra acústica filosa y su voz al frente, sin efectos ni escudos, Fer se presenta sin maquillaje. La canción vibra como si cada acorde fuera una confesión. En esa desnudez sonora se revela una nueva forma de habitar el rock: más cercana al susurro que al grito.
En tiempos de sobreproducción, esta canción apuesta por lo esencial. Es un manifiesto de vulnerabilidad y resistencia, una forma de decir “sigo acá”, pero con otra voz, otro cuerpo, otra mirada.
“XXYY”
Es una pieza que condensa el espíritu del disco: visceral, introspectiva y sin artificios. A diferencia de “Primer Movimiento”, que abre el juego desde la intimidad acústica, esta se siente como un segundo latido: más oscuro, más pulsante, casi como una confesión en clave de rock minimalista.
El título puede leerse como una alusión a lo biológico. En ese sentido, la canción parece hablar de identidad, de dualidades, de cuerpos que cargan con marcas visibles e invisibles.
“Sombra 1”
Una de las piezas más atmosféricas y poéticas del disco. Compuesta por Lisandro Aristimuño y reinterpretada por Fer junto al autor, la canción funciona como un cruce de caminos entre dos sensibilidades que, aunque distintas, se potencian en la sutileza.
Se construye desde lo etéreo: capas de guitarras suaves, arreglos mínimos y una voz que parece susurrar desde un lugar lejano. La letra puede leerse como metáfora del duelo, del recuerdo, o de una identidad que se transforma.
La presencia de Aristimuño aporta una sensibilidad folk y melancólica que dialoga con la crudeza de Fer desde otro registro. Es una canción que no busca impactar de inmediato, sino quedarse resonando.
“Hurt”
Fer no replica: encarna. Su versión no imita la crudeza industrial de Trent Reznor ni la melancolía crepuscular de Johnny Cash. La lleva a su terreno: el de un cuerpo que atravesó el colapso y encontró en la música una forma de seguir latiendo.
La interpretación en vivo se apoya en una instrumentación mínima, casi espectral. La guitarra acompaña sin invadir, y la voz de Fer se impone como un susurro. Es una versión que no necesita volumen para ser intensa.
Que Fer haya elegido “Hurt” no es casual: es una canción que habla de autopercepción, de culpa, de memoria corporal. En este contexto —tras un ACV y en plena reconstrucción artística— la letra cobra un nuevo sentido. No es solo una versión: es una declaración.
“Magia Veneno”
La versión de Continhuará Vol. 1 no es una simple reversión: es una relectura desde la cicatriz. Fer toma uno de los himnos de Catupecu Machu y lo despoja de su furia eléctrica para convertirlo en un susurro cargado de memoria.
Qué mejor compañero para ese susurro que Germán Daffunchio, el líder de Las Pelotas y amigo entrañable, mientras que Fabián “Von” Quintiero también aporta lo suyo con elegancia.
En esta versión, la voz de Fer no busca imponerse: se deja caer. Canta desde otro cuerpo, uno que atravesó el colapso y aprendió a habitar el silencio.
Revisitar “Magia Veneno” en este contexto no es nostalgia: es alquimia. Es una declaración de identidad desde la fragilidad y la resistencia. Esta versión no reemplaza a la original: la complementa, la resignifica. Es la misma herida, pero vista desde el otro lado del espejo.
“Hay casi un metro al agua”
Relectura profundamente introspectiva de una canción que, en su versión original con Catupecu, ya contenía una poética de lo inminente. Fer la convierte en espejo sonoro de su presente: más pausado, más contemplativo.
La guitarra es más limpia, la voz más cercana, como si cantara desde adentro de sí mismo. Ese “metro al agua” ya no es solo metáfora del deseo o del salto emocional: es también la distancia entre el cuerpo de antes y el de ahora.
Fer no canta para revivir el pasado, sino para resignificarlo. La canción se vuelve un reencuentro. El Fer de hoy abraza al de 1997 y le dice: “seguimos acá, pero de otra forma”.
“Vanthra Lîla”
Una pieza profundamente simbólica y emocional. El título condensa dos dimensiones clave: su proyecto musical post-Catupecu y el nombre de su hija, Lila.
La canción suena como una ofrenda, un mantra que une lo íntimo con lo trascendente. No busca una estructura pop ni estribillos, es una atmósfera en expansión. Una voz que no canta, sino que invoca.
En el contexto de Continhuará, funciona como un núcleo afectivo, una declaración de amor y continuidad. No desde la épica, sino desde la ternura. Desde la sombra que abraza.
Conclusión
Continhuará es un disco que se anima a habitar la fragilidad sin temor, que convierte el silencio en lenguaje, y la herida en partitura. Fer busca avanzar. Y en ese movimiento ofrece algo más valioso que la perfección: presencia. En un mundo que acelera, él elige detenerse, escuchar y cantar desde donde más duele —y más transforma.