Hoy se cumplen 32 años de la muerte de Federico Moura.
«La única forma de vivir es descubrir lo que te gusta y tratar de hacerlo. Descubrí desde muy chico que me gustaba la música y mi familia fue bastante piola: me dejó elegir. Vivo intensamente y hago lo que quiero. SI yo hubiera seguido los consejos de mucha gente acerca de la música, no hubiera hecho nada. Hubiera sido un reprimido y hubiera pensado en tener una posición lo antes posible. Por suerte, mi cabeza me dio para saber lo que quería. No concibo la vida inhibida. Me gusta explotar. Quiero llegar a viejo gastado» dijo Federico Moura allá por finales de 1984. No todo está en internet pero si el escucha se convierte en lector y rastrea en viejos archivos analógicos en pos de construir un pequeño vademecum de sus pensamientos, podrá encontrar el sustento que explica por qué Federico Moura es un personaje central para la historia de nuestro país, más allá de las canciones.
El cuarto hijo de los seis que tuvieron Pico Moura y Velia Oliva nació y se crió en La Plata. Creció y se desarrollò intelectualmente en un clima de revoluciones permanentes en los convulsionados 60 y 70. Tuvo su acercamiento al hipismo, amaba dibujar, diseñaba su ropa y tuvo su primera banda junto a algunos de sus compañeros de la secundaria. Luego del secuestro de su hermano Jorge – militante del PRT-ERP platense en 1977 – se exilió en Nueva York y en Río de Janeiro, desde donde volvió en los estertores de la dictadura para sumarse al grupo que aquí había formado sus hermanos Julio y Marcelo. Se llamaba Duro, por entonces. Se empezó a llamar Virus, eternamente.

A la excentricidad elegante de Federico le debemos la liberación de los cuerpos en el rock argentino – también a Miguel Abuelo y a Charly García entre otros tantos -. Hoy parece algo “normal” y, en cierto modo, casi que se valora la actitud de aquellos artistas que se quedan quietos sobre el escenario y sin pronunciar palabra ejecutan sus conciertos de modo correcto. A comienzos de los ochenta todo era así, la somnolencia de la corrección política se había aferrado de tal manera a la épica de la derrota que la música rock parecía haber dejado a un costado las ideas de rebelión y construcción de nuevos mundos para ponerse al servicio de la autodestrucción depresiva en la que se había empantanado. “Andaba la banda, ¡blanda andaba ya! Cantaba baladas, mansas a la paz, machacan sanatas” se cantaba en “Bandas chatas arañan la nada”, el tema de “Recrudece” en la que Virus empezó a ponerle carga política y teórica explícita a ese “Wadu Wadu” que había cosechado intransigencias y recibido sobrepublicitados naranjazos en algún que otro festival.
La muerte de Federico Moura terminó con una década que fue tan corta como intensa en la República Argentina. Años marcados por la libertad, en todas formas y situaciones. Se la recuperó, se la disfrutó, se la cuidó a los tumbos. Eran tiempos de despertares y una generación de músicos tuvo el tino de darse cuenta de que había que cambiar el chip del bocho de la patria desaparecida. “¡He venido a mover y dar marcha a la fanfarria! Me fecunda la música que tonifica y cura” escribió alguna vez Miguel Abuelo cuando volvió al país a plantar una bandera que había sido dejada de lado por el rock argentino y que iba a ser retomada de una vez y para siempre con el despertar democrático. Moura fue uno de los más grandes exponentes y responsables máximos de ese movimiento que no sólo le cambio la cabeza a la generación marcada por el genocidio sino que marcó los caminos para quienes vinieron después. Hay un dato que no suele ser tan recordado como se debería: Federico fue el productor del primer disco de Soda Stereo. Podríamos empezar a hablar desde ahí.
No fue fácil para Federico y para Virus intentar instalarse en un mundo que les parecía dar la espalda. Los caminos se tuvieron que ir construyendo y los despertares fueron escalonados. A la distancia, la impresión es que la gente no los escuchaba y a medida que la atención iba ordenando el oído, los caminos sólo fueron de ida. Para el momento de la explosión definitiva de la banda, el rock argentino había copado radios y discotecas. Algo impensado apenas un lustro más atrás. Repasar, hoy, “Relax” -1984- y “Locura” -1985- puede resultar una experiencia fundacional para cualquier escucha atento que intente rastrear las bases más sólidas del sonido pop que reinó en nuestro país desde entonces. “Moura le dio una cuota de glamour y fineza al rock local. Las escenografías y los vestuarios fueron un verdadero aporte” decía Charly García al recordarlo en un número especial de la Revista Pelo editado tras su fallecimiento.
Entre los puntos de unión que conectan al tridenteAbuelo-García-Moura -citado arbitrariamente en esta nota- están las letras y las formas del decir. “En las letras de Virus vas a encontrar muchas otras cosas más, aparte de la frivolidad. Y la frivolidad, por otro lado, bienvenida sea. ¿Por qué solemnidad y no frivolidad? La frivolidad es casi como un doble pensamiento: hay dos cosas juntas. Aparte, me parece coherente con un fin de siglo. Está todo mezclándose y cambiando ahí, a la vista. La muerte como terror, como decadencia, está ahí presente. Y después,hablando de música, vos sentís que la gente que te crítica, otro día te apoya, porque se están legalizando a sí mismos” decía a Pelo en agosto de 1985. Esa aceptación del elemento mal llamado “frívolo”, que no era otra cosa que cargar de mundanidad a los relatos que se exponían exponían desde una canción, significó un avance en materia compositiva que convivió de modo permanente con una alta formación cultural de la que Moura también hizo gala desde un primer momento. Asociado con tipos como Roberto Jacoby o Eduardo Costa, Federico abordó desde sus canciones todo un universo popular en el que nunca escatimó en conjugar sus experiencias personalísimas con las instantáneas de las calles argentinas en los días del alfonsinismo fluctuante. “Yo creo en el arte popular, y el rock es una pista de despegue para ello” explicó alguna vez y ese concepto se resume gran parte de ese universo en el que Claude Lelouch podía convivir con Porcel, Gardel y Borges -la Graciela y el Jorge-. El desarrollo lírico más profundo, con características que ha sido analizadas en innumerable cantidad de ocasiones desde la óptica de quien anticipa una despedida, aparece en “Superficies de placer”, el último disco que Federico grabó con Virus. “De todo nos salvará este amor, hasta del mal que haya en el placer. Prolongaré mi sonido azul, por los parlantes te iré a buscar”. Casi todo dicho, con maestría.
Federico Moura se murió de SIDA el 21 de diciembre de 1988. En el mundo hablaban de “peste rosa”, de “justicia divina” contra los homosexuales y un puñado de pavadas que aunque parezca increíble todavía suelen escucharse. Su enfermedad fue vivida en el universo privadísimo de su familia y sus amigos más cercanos. Federico empezó a desaparecer lentamente de los escenarios y si bien los rumores parecían confirmarse día a día, ni él ni la banda salió a posicionarse públicamente al respecto. Su propia sexualidad, naturalizada en cada uno de sus movimientos, no era algo sobre lo que se haya decidido trabajar de un modo determinado; a pesar de que algún productor le recomendó ser cuidadoso al respecto. La represión todavía sobrevolaba en el ambiente pero Federico era lo que era y eso estaba con él todo el tiempo. En el escenario, en las historias, en las canciones, en los giros poéticos, en su forma de enfrentar al mundo. “¿Qué es el gay rock? ¿Bowie? ¿Presley? ¿Jagger? Me parecen muy valiosos los movimientos de lucha con gente que se decide a defender los derechos de sectores aislados por necesidad. Pero Virus no hace una cosa lineal. No hay cotos porque a mí me interesa en la vida la integración. Jamás entraría en los campos del aislamiento, porque pretendo que nadie tenga que decir: este es mi lado bueno, este es mi lado malo” le dijo a Clarín en 1985. Por ahí fue siempre la cosa. Algo similar pasó con la historia de su hermano secuestrado y asesinado por la dictadura. «En esa época Jorge y yo pensábamos distinto en casi todo. Nos peleábamos mucho, pero nos respetábamos y queríamos mucho más. Por eso Virus no hace referencias públicas porque jamás se nos ocurriría ser tan guachos como para construir la fama del grupo sobre su muerte. Su muerte es de nuestra familia, de lo que le pasó a esta sociedad, pero no será nunca una estrategia de mercado” contó alguna vez en una charla con Gabriela Borgna. Las banderas siempre estuvieron y se evidenciaban en los gestos. Una vez, en el Festival Rock in Bali, Luca Prodan dijo, palabras más, palabras menos, que Virus era una banda de putos. Dos meses después, Federico fue consultado al respecto en la revista CantaRock: «No hay cosa que soporto menos que una actitud de policía. Se me cayó la última cáscara que para mí le quedaba a Luca. Tendrá su onda de rock & roll, pero es un cliché. Vino a Argentina con su inseguridad de cantar en inglés y se tuvo que meter el inglés en el culo y hacer letras como ‘La rubia tarada’ para shockear a señoras burguesas«. La contundencia que a veces suele esconderse.

Hace poco, Marcelo Moura le dijo a Infobae que los tiempos en que se desencadenó la enfermedad de Federico “fueron dos años en la cual cada uno tomó su natural posición ante la situación. Había mucho desconocimiento de la enfermedad. Yo preferí, casi egoistamente, ponerme al lado de Federico porque era la forma que me sentía más útil y sentía menos el dolor. Era aterrador porque lo llevaba al médico, y el médico me daba la mano a mí y a él no: «No nos des la mano a ninguno de los dos», le decía yo”. La muerte de Federico Moura terminó siendo, también un emblema de época que puede ser analizado desde la visión positiva que marca la forma en que las sociedades han avanzado en algunos aspectos y la forma en que los prejuicios y la ignorancia continúan siendo árboles que gozan de una gran fertilidad para dar frutos espantosos. Murió un año después de Luca Prodan y nueve meses más tarde que Miguel Abuelo, con el alfonsismo en caída libre y con la primavera que se volvía a convertir en invierno. El pop de colores lentamente iba a dar lugar a la estética dark del postpunk argento y los noventa iban a volver a presentar escenarios en el que el rock crudo y duro iba a ganar un terreno que ocupo durante poco más de una década. Hoy, el panorama es otro. Me parece que a Federico le hubiese gustado verlo.