Hoy se cumple el cuadragésimo aniversario de la presentación oficial de «Artaud», considerado (por muchos) el LP más importante de la historia del Rock Argentino.
Fue de mañana, como solía suceder de vez en cuando en aquellos primeros setenta, en el Teatro Astral. Luis Alberto Spinetta presentaba, en soledad, el disco póstumo de Pescado Rabioso. «Pescado Rabioso es una idea musical creada en 1971 por Luis Alberto Spinetta. A través de esta idea tocaron en grabaciones y actuaciones los siguientes músicos: Juan Carlos Amaya, Osvaldo Frascino, Carlos Miguel Cutaia y David Oscar Lebón. Los músicos que aparecen en este disco sólo están ligados a la idea Pescado Rabioso por las circunstancias de la grabación y a expreso pedido de Luis Alberto Spinetta» aclaraba, en ese sentido, el sobre interno de aquella histórica tapa irregular pergeñada junto a Juan Gatti.
El disco fue considerado en varias oportunidades entre lo mejor grabado en la Argentina desde que el género roquero apareció en el panorama musical. «Artaud» es un disco oscuro. Muy oscuro en momentos en que el país se debatía entre primaveras cortas e inviernos cruentos y el propio Spinetta salía y volvía a entrar en estados anímicos complejos que se relacionaban estrechamente con sus relaciones personales, su relación con las drogas y su forma de absorber el mundo que lo circundaba. En el libro «Spinetta: Crónicas e iluminaciones«, Luis le decía al periodista Eduardo Berti que «Artaud» era una forma de la consecuencia y no un punto de partida. «Quien lo haya leído (a Artaud) no puede evadirse de una cuota de desesperación. Para él la respuesta del hombre es la locura; para Lennon es el amor. Yo creo más en el encuentro de la perfección y la felicidad a través de la supresión del dolor que mediante la locura y el sufrimiento. »
El conjunto de todo lo padecido y experimentado interiormente por el músico desembocó en aquellas nueve canciones que, todavía, vuelan por los senderos más desarrollados de la lírica roquera mundial. Hoy son clásicos indiscutibles de la música popular argentina. «Todas las hojas son del viento», «Cementerio Club», «Por», «Superchería» y «La sed verdadera» del lado A. «Cantata de puentes amarillos», «Bajan», «A Starosta, el idiota» y «Las habladurías del mundo» del lado B. No serán estas líneas un espacio para el análisis. Todo lo que queda es volver a escuchar…
Cuentan los que vivieron la historia que, esa mañana las canciones se conjugaron con imágenes. Y que Spinetta fue y volvío entre los temas de su carrera, incluso por algunas figuras que se proyectarían en el tiempo. Así, sonaron melodías que años después iban a aparecer en discos con «Kamikaze» y «Fuego Gris» y se entremezclaron con fragmentos de películas de Hidalgo Boragno, Luis Buñel y Robert Wiene.
En el disco, Spinetta había contado con la colaboración de Gustavo Spinetta (hermano de Luis Alberto), Rodolfo García y Emilio del Guercio. Se editó por el sello Talent, el interno de Microfón dedicado al rock y comandado por Jorge Álvarez, quién a su vez produjo el disco en conjunto con el propio Spinetta.
El Manifiesto
En aquella presentación, se repartió el único número de la revista «Rolanrock. Zapadas del cuarto mundo» ideada por Miguel Grinberg. En esa publicación fugaz y explosiva (como muchas de las cosas que existían por ese entonces) Spinetta, inspirado en el encuentro de los dos imaginarios que cruzaron el disco que estaba presentando en 1973, expuso su manifiesto llamado «Rock: música dura, la suicidada por la sociedad«…
Son tantos los matices que comprenden la actitud creativa de la música local – entendiendo que en esa actitud existe un compromiso con el momento cósmico humano– ,son tantos los pasos que sucesivamente deforman los proyectos, incluso los más elementales como ser mostrar una música, reunir mentes libres en un recital, producir en suma algún sonido entre la maraña complaciente y sobremuda que:
EL QUE RECIBE DEBE COMPRENDER DEFINITIVAMENTE QUE LOS PROYECTOS EN MATERIA DE ROCK ARGENTINO NACEN DE UN INSTINTO.
Por lo tanto: el Rock no le concierne a ciertas músicas que aparentemente INTUIDAS POR LAS NATURALEZAS DE QUIENES LAS EJECUTAN siguen guardando una actitud paternalista, tradicional en el sentido enfermo de la tradición, formulista, mitómana, y en la última floración de esta contaminación, sencillamente “facha”.
Sólo en la muerte muere el instinto.
Por lo tanto, si éste se mantiene invariable, adjunto a la condición humana a la que necesitamos modificar para reiluminarnos masivamente, quiere decir que tal instinto es la vida.
El Rock no es solamente una forma determinada de ritmo o melodía.
Es el impulso natural de dilucidar a través de una liberación total los conocimientos profundos a los cuales, dada la represión, el hombre cualquiera no tiene acceso.
El Rock muere sólo para aquellos que intentaron siempre reemplazar ese instinto por expresiones de lo superficial, por lo tanto lo que proviene de ellos sigue manteniendo represiones, con lo cual sólo estimulan “EL CAMBIO” exterior y contrarrevolucionario.
Y no hay cambio posible entre opciones que taponan la opción de la liberación interior.
El Rock no ha muerto.
En todo caso, cierta estereotipación en los gustos de los músicos debería liberarse y alcanzar otra luz. El instinto muere en la muerte, repito. El Rock es el instinto de vivir y en ese descaro y en ese compromiso. Si se habla de muerte se habla de muerte, si se habla de vivir, VIDA.
Más vale que los rockeros, cualesquiera sean sus tendencias (entre las cuales dentro de lo que se entiende por instinto de Rock no hay mayores contradicciones) jamás se topen con los personajes hijos de puta demonios colaterales del gran estupefaciente de la represión que pretende conducirnos por el camino de la profesionalidad.
Porque en esa profesionalidad se establece –y aquí entran a tallar todas las infinitas contusiones por las que se debe pasar hasta llegar a dar un juego que contradice a la liberación, que pudre el instinto, que modifica como un cáncer incontenible la piel original de la idea creada hasta hacerla, en algunos casos, pasar a través de un tamiz en el que la energía totalizadora de ese nuevo lenguaje abandona la sustancia integral que el músico dispuso por instinto en su momento de crear, y luego esa abortación está presente en los escenarios, en la afinación, hasta en la imagen exterior del mensaje cuando por fin se hace posible verlo.
Tengo conciencia de que el público ve esta debilidad y no se libera: sufre.
Luego esta ausencia de totalidad, esa parcialidad, es el negocio del Rock.
El negocio del cual viven muchos a costa de los músicos, poetas, autores, y hombres creativos en general.
O sea, esta difamación de proyectos sólo adquiere relieve en esa “ganancia” que representa haber ejecutado el negocio, y solamente en ese nivel hay una aparente eficacia.
Es la parcialidad de pretender que algo que es de todos termina en definidas cuentas en manos de aquellos bastardos de siempre.
Este mal, por último rebote, cae nuevamente en la nuca de los músicos, y los hace pelota.
Luego de participar del juego, son muy pocos los que aun permanecen con fuerzas para impedir la trampa al repetir una y otra vez el juego mediante el cual expresarse, o simplemente arriesgar en el precipicio de la deformación un mensaje que por instintivo es puro y debería llegar al que lo recibe tal cual nació.
Este juego pareciera ser el único posible (hay mentalidades que nos fuerzan a que sea así).
Lo importante es que hay otros caminos.
Luego de haber caído tantas veces antes de ejecutar esa caída final, parábola definitiva en la que se cierran los cerebros para no amar ni dar, hay muy pocos músicos que pueden seguir conservando ese instinto.
DENUNCIO SIN EL LIMITE DE LA DENUNCIA
A LO QUE NO RECIBE DENUNCIA
A LO QUE LA DENUNCIA TRASPASA
A ALGO PEOR QUE LA DENUNCIA.
Denuncio a los representantes y productores en general, y los merodeadores de éstos sin excepción, por indefinición ideológica y especulación comercial.
Ya que estos no se diferencian de los patrones de empresa que resultan explotadores de sus obreros.
O sea, por ser los engranajes de un pensamiento de liberación a quienes no les interesa que toda la pieza se mueva, dado que al producirse el más mínimo movimiento, serían los primeros en auto reprimirse y dejarían por tanto de participar en la cosa.
Denuncio a ciertas agrupaciones musicales que se alimentan con esas mentalidades no libres, a pesar de contar con el apoyo del público de mente libre.
Denuncio a otros grupos musicales por repetitivos y parasitarios, por atentar contra la música amplia y desprejuiciada, estableciendo mitos con imágenes calcadas de otras músicas que son tan importantes como las que ellos no se atreven a crear ni sentir.
Denuncio a los tildadores de lo extranjerizante, porque reprimen la información necesaria de músicas y actitudes creativas que se dan en otras partes del planeta, y porque consideran que los músicos argentinos no pueden identificarse con sentimientos hoy día universales.
Además es de prever que si estos señores desconocen que la Argentina provee a su música nuevos contenidos nativos, ellos mismos están minimizando la riqueza de una creación local apenas florecida.
Denuncio a otras mentalidades por elitistas y pronosticadoras del suceso de la muerte de algo que por instintivo no puede morir antes de la vida misma.
Denuncio a las editoriales “fachas” por distribuir información falsa en sí misma, y por deformar la información verdadera para hacerla coincidir con las otras mentalidades a las que denuncio.
Denuncio a los participantes de toda forma de represión por represores y a la represión en sí por atañer a la destrucción de la especie.
Denuncio finalmente a mi yo enfermo por impedir que mi centro de energía esencial domine este lenguaje al punto que provoque una total transformación en mí y en quien se acerque a esto.
El rock, música dura, cambia y se modifica, en un instinto de transformación.